Capitulo 10

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La conversación con mi hermana me jodió tanto, que al día siguiente, la pobre Vero terminó pagando los platos rotos por mi mal humor. Deseando estar sola y evitar así un mayor exabrupto de mi parte, la acompañé temprano a su casa y me fui al cine casi dos horas antes de que abriera. Me senté en la mezzanine clausurada y en el silencio más absoluto, repasé un poco todo. Realmente estaba furiosa, y no entendía porque ciertas cosas que venían de mi querida hermanita, aún me sorprendían... ¿Será que perdí la virginidad pero no la ingenuidad? Debía ser entonces que era la huevona más grande del mundo. 

Lo que era cierto, era que mi hermana siempre se sintió con más derecho que yo para todo, pues fue quien cuidó de mi viejo cuando enfermó mientras que yo, me alejaba por completo de la familia. Y es que la relación que yo tuve con mi padre no fue precisamente color de rosas. Es extraño pero al sumergirme en el pasado, cuando aún mi madre vivía, lo recuerdo a él, cariñoso y preocupado por su familia a pesar de ser siempre algo duro en su trato, muy distinto a lo que se convirtió años después, un tipo distante y mujeriego hasta más no poder. Llegó un momento en que perdí la cuenta de cuantas chicas por semana traía a la casa, siempre mucho menores que él y con las cuales se gastaba todo el sueldo en juergas y regalos con el afán de no vaciar su cama. Recuerdo ahora con mayor claridad, cuando mi hermana y yo, de 7 y 6 años, sentadas en la sala de la casa, esperábamos hasta cerca de las 10 de la noche para que nos dieran de comer mientras él se tiraba a alguien en su habitación sin importarle siquiera cerrar la puerta. 

Así fue mi niñez de maravillosa, creciendo entre aullidos de gatas en celo, comiendo una vez al día y perdiéndome en mi mundo de fantasías. Cuando fue envejeciendo y claro sus atributos decayeron, su dureza y parquedad derivó en una violencia a veces incontrolable que fue degenerando con los años hasta el punto de querer levantarnos la mano en varias ocasiones. Sin embargo, algo lo detenía siempre y terminaba golpeando las paredes o rompiendo alguna cosa, pero el susto ya no nos lo quitaba nadie.

Si algo se me quedó grabado para siempre, fueron esos ojos, inyectados y desorbitados como los de una bestia nocturna que distaban totalmente de los otros, esos que miraban a mi madre con absoluta devoción. 

¡Mierda! por eso no me gusta pensar en todas estas huevadas que terminan haciéndome esto, llorar como una imbécil...

El cuento de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora