Capitulo 17

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Nuestra forma de tener sexo, se caracterizó siempre por la total falta de pudor, buscando desesperadamente nuestra máxima satisfacción y con un afán a veces obsesivo de posesión. Y es por ello que se podría decir que nuestros encuentros carecían de ternura hasta que las dos caíamos rendidas y solo entonces, los besos, abrazos y demás caricias, se teñían de algo más que deseo puro y duro. Me gustaban mucho sus pechos, ni muy grandes ni muy pequeños, según yo, en la justa proporción con el resto de su cuerpo, el cual no era perfecto pero justamente en su imperfección radicaba su belleza. Sin embargo, si tuviera que mencionar una zona de su cuerpo que me hacía literalmente perder la razón, era su cuello. Largo y esbelto, muy suave al tacto y que en conjunto con su rostro, formaban mi imagen predilecta. La farfalla, sin esos trajes llamativos que usaba al trabajar, habría pasado desapercibida tal vez, pero a mi me sucedía todo lo contrario, la mezcla de escultura en bruto con ese aire etéreo que se apoderaba de ella en sus momentos ausentes, me tenían bajo los efectos de una especie de embrujo del cual, por el momento no me provocaba para nada liberarme. 

Ella fue guiando y educando mis manos a sus gustos y preferencias. Le encantaban las sesiones largas de estimulación y tan solo me dejaba entrar en ella cuando sentía que ya no podía más 

-El orgasmo es mucho más rico- me decía- cuando has aguantado un rato 

Y claro que lo comprobé y más aún si la tenía sobre mí, acariciando su cuello con devoción absoluta. En esos días de encierro voluntario que ambas habíamos acordado, no hablamos mucho y nos abandonamos a saciar nuestras ganas de la una por la otra. Fue como un acuerdo tácito entre ella y yo para eliminar el peligro. Estoy segura que en ese momento, ambas estábamos convencidas que esa atracción, una vez satisfecha, desaparecería y volveríamos a ser libres, como antes. 

Así fue que entablamos una especie de relación, sin deberes ni derechos. Nos veíamos regularmente, 2 o 3 veces por semana, hasta que Farfalla decidía desaparecer por espacios que duraban entre semana y semana y media y durante los cuales no sabía absolutamente nada de ella. Yo en ese momento no pregunté, en realidad lo único que me importaba era el saber que volvería y siempre, días más, días menos, lo hacía ... Hasta que un día la comencé a echar de menos ...

El cuento de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora