Capitulo 23

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Ese día, tras un café instantáneo que me supo a gloria, una ducha reparadora y otras atenciones muy a su estilo, sucumbí a mi resaca y falta de sueño y ahí, en su cama, envuelta en sus brazos, en su olor, en mi fantasía, me quedé profundamente dormida.
 
No sé que hora sería cuando la sentí moverse. Yo abrí los ojos apenas para que no se diera cuenta que me había despertado. Al sentarse en la cama, se giró a mirarme y tras unos segundos de quietud y silencio, volvió su vista al frente perdiéndose en el infinito. Fue entonces que pude percibir un ligero estremecimiento de sus hombros, me paralicé y un frío intenso se me metió en los huesos al comprender lo que estaba haciendo. Esa, hasta ahora impenetrable mujer, lloraba en la oscuridad, con un llanto ahogado y casi imperceptible. 

No supe que hacer, si levantarme y abrazarla o seguir así inmóvil, de testigo involuntario. Opté por lo ultimo, pues a pesar de las ganas de estrecharla entre mis brazos, a pesar de toda la angustia que me producía verla así, sentí que no tenía derecho a invadir un momento que ella había decido guardar para si misma. De pronto, se levantó, caminó hacia una mesita que tenía al pie de la minúscula ventana por la cual ya se colaba algo de luz. Respiró forzadamente, tratando de destapar su nariz mientras buscaba algo en su bolso. Segundos después encendía una vela y toda la habitación adquiría otro matiz con sus paredes llenándose de sombras extrañas. Cogió una cuchara y vertió algo en ella para luego acercarla a la llama. 

Se quedó así, con la mirada fija en el metal y el rostro iluminado a contra luz. En eso, levantó la mano y se acomodó lentamente el mechón de pelo que le caía sobre la frente ... era la imagen perfecta ... sublime ... pero a la vez ... era todo lo contrario .... Volvió a buscar en el bolso y sacó una jeringuilla, vertió el líquido de la cuchara dentro y se sentó nuevamente en la cama, esta vez dándome la espalda. Ató una liguilla a su brazo y se pinchó. 

Al terminar, dejó todo sobre la mesita y se quedó inmóvil unos segundos, para luego apagar el cirio de un soplido. Pude sentir a continuación, como se acomodaba junto a mí, como dejaba escapar un suspiro profundo mientras estiraba una de sus manos y rozaba mi contorno, como se me perdía lentamente hasta quedarse totalmente quieta. Ahora ... eran mis ojos los que se perdían en el infinito.

El cuento de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora