Capitulo 25

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Así, sin planearlo terminé en Máncora, lugar de destino de turistas y surfers de todo el mundo por sus paradisíacas playas. Y claro, como era de esperarse, yo no estaba en uno de esos hoteles 5 estrellas frente al mar, sino más bien, tras latear un buen rato, terminé quedándome en un hostal de mala muerte con olor a desagüe al pie de la carretera. Sin embargo, no me importó mucho, pues no muy lejos de ahí, igual que el resto, tenía las playas paradisíacas para mi goce personal. 

El primer día fue desastroso, pues a pesar de la playa y el mar, no dejaba de pensar en esa bendita mujer. Estando bajo el sol, ni bien cerraba los ojos, ahí estaba ella atormentándome, con su mirada, con su llanto, con sus jeringuillas y malos humores, con sus besos ... iDios! se suponía que había venido a olvidarme de ella, a sanar mi mente y mi cuerpo y dejar de necesitarla tanto, pero no tardé ni dos horas en comprobar que la distancia me hacía añorarla mucho más. Como dice el proverbio chino: El aleteo de una mariposa, puede sentirse hasta el otro lado del mundo ... si era así, estaba reventada. 

Decidí que el estar sola y hablar con los cangrejos no era la mejor manera de olvidarme de las cosas así que tras algunas indagaciones, me fui de juerga la segunda noche. Ahí conocí a un grupo de surfistas australianos con los que hice muy buenas migas, en especial con una de las chicas que iba con ellos. No sé en realidad si nos caímos bien porque entre su español masticado y mi ingles nulo, solo entendíamos la mitad de lo que decíamos y por lo tanto no había forma de darse cuenta quien era quien, o porque hubo química verdadera , pero para el caso que me había traído hasta ahí, no importaba. 

Así fue como en 24 horas, terminé dejando el hostal apestoso para irme a la casita que habían alquilado estos chicos por la temporada, lo que me supuso un ahorro considerable y por lo tanto, una llamada al Pancho diciéndole que me quedaría toda la semana. El viejo, casi se muere del disgusto, pero al final terminó accediendo y convenimos en decirle al dueño del cine, cerca de la mitad de la semana que me había enfermado. Ya vería yo luego de conseguirme los certificados médicos. 

Fueron cinco días de locura, durante los cuales me abandoné a la playa, a la juerga y a la chica, cinco días en los que dejé de pensar, ayudada claro por los litros de cerveza y kilos de hierba que me dejaban en estado catatónico la mayor parte del tiempo. Al quinto día la chica me propuso irme con ellos a Centro América y de ahí a Melbourne. ¡Melbourne! le dije, pero si yo no sé inglés, "no importante" me dijo, "yo teach you ... " y como estábamos en la onda "peace and leve" total, al mero estilo Bob Marley pues le dije que si. Estaba decidido, me largaba y ya está, a la mierda con todo el mundo. Esa noche, como era la ultima en Máncora, se organizó un gran fiestón en la casa, donde acudió media población surfera y otra no tanto. Yo, a diferencia de otros días estaba algo apagada, supuse que debido a la euforia de la novedad que se diluía y opté por sentarme en un rincón a observar. Fue ahí, ejerciendo mi papel de espectadora que fui testigo de una transformación extraña. Ante mis ojos, lentamente toda esa gente fue mutando hasta convertir esa fiesta del siglo 21 en una celebración tribal y primitiva. Comenzaron las risas sin sentido, las miradas estrafalarias, las muecas exageradas, claras consecuencias del trip, la pasti, la raya o lo que fuera, que todos sin excepción se habían metido. Y me acordé de ella y por más que quise, no pude asociarla a lo que tenía que ser por fuerza algo muy similar a ese, su mundo donde se me perdía constantemente. 

En eso apareció mi australiana, en el mismo estado catatónico que los demás. Se me acercó y sentó sobre las piernas para enseguida comenzar a besarme de forma bastante efusiva. No tardé mucho en contestar, dejándonos llevar por un solo de besos cada vez más subidos de tono, que terminaron por despertar mi libido nuevamente. En una de esas pausas respiratorias, me miró y con una sonrisa, partió un trip en dos y me ofreció la mitad poniéndosela en la lengua. La miré una fracción de segundo, pensando que tal vez, en ese viaje hallaría alguna respuesta y sin pensármelo más, atrapé su lengua, chupando aquel pedacito de papel impregnado en LSD. 

Seguimos besándonos por un buen rato, hasta que de pronto ella se detuvo. Lentamente se quitó la camiseta, dejando sus pechos al descubierto. No había ni siquiera tratado de asimilar lo que estaba pasando, cuando ella se me volvió acercar y atrapó mi oreja. Simplemente me dejé llevar, mientras que ante mis ojos, toda esa gente a nuestro alrededor, comenzaba a deformarse. 

En medio de esas alucinaciones visuales, noté unas manos en los pechos de la chica que no eran las mías y luego la cara de un tipo escabulléndose por su cuello, a continuación, ella se soltaba de mí y se inclinaba hacia atrás para ser besada bruscamente por aquel individuo. Aparte de mi vista, era ahora la música, la que comenzaba a alterarme cuando sentí unas manos por mi cuello. Tras unos segundos de estupor, reaccioné y me zafé de aquella persona que me había casi amordazado. Caminé como pude por entre la gente hasta la terraza donde al llegar, respiré repetidas veces, tratando de apaciguar todo aquello que me estaba sucediendo, sin embargo, "el viaje" ya había comenzado y no había marcha atrás. Cuando estaba a punto de aprovechar la última neurona que me quedaba viva y huir de aquella casa con mi integridad física intacta, la chica Australiana apareció y se aproximó a mí para decirme al oído: tampoco gustar mucha gente, vamos a habitación. Fue durante el camino al cuarto, el cual se me alargó más de la cuenta, que terminaba ya de ocurrir mi metamorfosis. De pronto me vi como la cucaracha de Kafka siendo atacada por un montón de manzanas podridas y se puede decir que entré en total pánico, por lo que al llegar al cuarto eché llave de inmediato. Al girarme, otra chica nos esperaba en la cama. La chica australiana me sonrió y me dijo: 
- Mucha gente no, pero tres ... Si? 

Yo, la cucaracha recién transformada y enfrentada a sus propias miserias, no pudo hacer otra cosa que quedarse, mirándolas a las dos como empezaban su juego de caricias y besos mientras el mundo real terminaba de desaparecer inevitablemente tras esos brazos que me llamaban. 

Me desperté cerca de las 8 de la mañana, la cabeza me daba vueltas y unas náuseas atroces me obligaron a ir corriendo al baño donde terminé arrojando el alma entera. En mi camino de regreso a la habitación, tuve que sortear los restos de cuerpos humanos que yacían por todos lados, desnudos, semi desnudos, en estado irreconocible, como listos para hacerles la autopsia. Al entrar de nuevo a la habitación, me senté al borde de la cama sobre la cual, las dos chicas seguían durmiendo profundamente y desde donde las contemplé largo rato. Luego me levanté despacio para comenzar a meter los cuatro trapos que había traído en mi mochila. Al terminar, escribí una nota de agradecimiento y le dije adiós al sueño australiano. 

En el bus, un viejo dormía apoyado en mi hombro, detrás de mí, un niño jugaba con uno de esos aparatitos electrónicos y yo como ausente, me perdía en el inmenso desierto que se abría ante nosotros, con la salsa de mal gusto que el chofer escuchaba como fondo musical. Las imágenes de esos cuerpos, la sonrisa embriagada de la chica, las manos de la otra, la cara de Reina con sus piernas musculosas, Mauro y sus preguntas sin respuesta, el Pancho y sus historias, se fueron revolviendo en mi cabeza hasta que al final de todo pude visualizar la puerta de aquella lavandería 
abriéndose y su imagen apareciendo en el umbral, esta vez ya no tan perfecta. Saqué entonces una libreta pequeña que no había abierto en todo el viaje y escribí: 

" ... Volteó a mirarme algo sorprendida, con esos ojos que contradecían todo lo demás 
- Me dicen "La farfalla" 
- ¿Y eso que significa? 
- Averígualo ... " 
iAdiós!- Me dijo antes de salir 
Eh ... adiós.

El cuento de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora