CAPÍTULO XXXIV

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MATTEO


Luego de una semana de pasármela en el hospital alimentándome de esa cosa insulsa a la que llaman comida puedo volver a mi casa. Es muy difícil vestirme, así que recibo ayuda de mi madre, lo único que puedo usar son joggings ya que mis jeans no suben por el yeso ¿Quién me manda a usar pantalones tan ajustados? Mientras me ayudaba descubrió mi tatuaje, se enojó bastante, pero sabe que ya está en mi piel y que no me lo voy a sacar nunca, por lo cual es una pelea en vano que yo doy por ganada.

Dejo que me paseen en una silla de ruedas hasta llegar a la puerta en busca de un taxi, aun no entiendo por qué Federico no viene a buscarme y me entretengo observando a las personas mientras mi madre sale, es la mañana muy temprano, literalmente me caí de la cama porque necesitaba irme, no puedo soportar un segundo más.

Espero y observo a la gente ir y venir, todos corren para todos lados y yo estoy ahí en una esquina seguramente parezco una lacra de tan destrozado que soy, no me he visto a un espejo desde antes que me llevaran pero sé que mi aspecto debe ser asqueroso, todo lastimado, enyesado y con mi cuerpo repleto de marcas. – Vamos hijo ahí está el taxi. – Mi madre comienza a empujar mi silla de ruedas y le ruego por vez mil que me deje usar las muletas, no soporto que me tengan que movilizar en esto, parezco un lisiado que no soy y además hay personas en este hospital que lo necesitan más que yo. Con ayuda del chofer consigo subirme y acomodarme lo mejor posible, es una situación realmente vergonzosa.

En el camino ambos platican acerca de lo que me sucedió y quedo sorprendido cuando encuentro a mi madre contándole la historia real de los hechos, creo que decírselo a un desconocido es la manera más sencilla de hacer terapia gratuita, así que me dedico a mirar por la ventanilla como puedo ya que viajo a espaldas de esta para poder tener toda mi pierna enyesada estirada. Canto canciones en mi mente todo para no escuchar el relato de lo que pasó mientras yo estaba, bueno estaba en esa situación. Hablan y siguen hablando, me concentro en leer la documentación que indica quien es el chofer y ese tipo de cosas, miro todo a mi alrededor, lo que sea para evitar escuchar el relato de lo ocurrido. El señor se porta muy amable, me ayuda a bajar y me da las muletas ya que logro convencer a mi madre que es imposible usar la silla de ruedas en el empedrado de la entrada.

Al igual que siempre todos insisten en ayudarme pero me niego rotundamente tengo que hacer esto yo solo, es necesario que pueda valerme por mis propios medios. Las agarro y coloco cada una debajo de mis brazos, uso mi fuerza y logro ponerme en pie, la prueba de fuego es a continuación, muevo primero la muleta del pie que está bien y luego la otra apoyando levemente el taco del yeso y así avanzo despacio, bueno muy despacio hasta que llego a la puerta donde Maguie me espera con los brazos abiertos. Tiene los ojos llenos de lágrimas y me generan una sonrisa, cuando estamos más o menos cerca me estrecha en sus brazos casi aplastándome. – El brazo. – digo en un gemido que busca aire y se separa sobresaltada.

- Te extrañe tanto Matteo

- Maguie ayer me visitaste en el hospital. – respondo riendo y ella hace lo mismo

- La casa sin vos estaba muy silenciosa, pasa dale.

Me hacen un espacio y en cuanto pongo un pie en el porcelanato de la entrada me obligan a sentarme en la silla de ruedas, me niego rotundamente porque no la necesito, pero ruidos en la cocina me sacan de la discusión. - ¿Qué es eso? – pregunto asustado ¿Y si es él?

Antes que me respondan las dejo atrás intentando no chocarme nada y voy directo a donde me guían las voces. Respiro tranquilo, solamente es Federico con dos policías que le están tomando su testimonio de lo ocurrido.

- ¿Matteo Balsano no? – pregunta uno de los oficiales

- Sí. – respondo apoyando todo mi peso en mi pierna sana

1. La legalidad de Matteo Balsano (#Lutteo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora