2. ¡Te tengo!

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Marinnette:

Jamás en mi corta vida había sentido tanto miedo y terror en mí. Jamás en mi corta vida temí por ella.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Por favor, alguien! — las lágrimas se hacían paso en mis mejillas pálidas del susto.

Se me entumecían los dedos por la fuerza aplicada en el varandal, el cansancio me estaba ganando en una batalla donde dependía mi integridad.

—¡Dios, ayúdenme! — exclamé aún más fuerte que el grito anterior.

El primer dedo de mi mano izquierda, que es la que mejor dominaba en la gimnasia y el deporte, el índice, se resbaló de la varilla. Chillé adolorida, me había hecho una raspadura. El tétanos era el menor de mis problemas en ese momento.

—¡Escúchenme! ¡Alguien que me ayude! — volví a gritar, sólo que mi voz sonaba ronca.

Uno por uno, se fueron soltando, para luego acabar aferrándome con la mano derecha.

Intenté subir mi pie izquierdo al piso del balcón. Pero no era tan flexible, me lamentaba por eso.

Suspiré por última vez, ya que el dolor en mi brazo y hombro era tan insoportable que hasta pensé en la idea de dejarme caer. 

Pero luego recordé a todos mis seres queridos, y esas ganas de morir desaparecieron.
Volví a sostenerme con la izquierda, logrando estabilidad.

—Tú puedes, Marinnette —me dije, dándome aliento.

Vi la silueta de alguien saltar entre los edificios, era una mancha negra y algo pequeña, o tal vez mis lágrimas no me permitían enfocarme bien.

—¡Te tengo! —alguien susurró, y las palmas de mis manos dejaron de sentir el metal, para luego tocar algo suave y carnoso.

Me jalaron, increíblemente rápido, hacia arriba, para luego caer de espaldas contra el suelo, debía admitirlo, fue doloroso, pero prefería este golpe mil veces que quedarme inválida o con defectos físicos mucho peores.

Mi pecho subía y bajaba tan fuerte, la adrenalina corría por mis venas bombeadas por mi corazón tan acelerado.

—¿Estas bien? —la voz, amable y de un varón, habló desde atrás de mi nuca.

Me senté con dificultad, y lo miré.

Era una clase de persona con traje heróico, color negro con un cascabel en el cuello del traje, orejas de gato en su melena rubia, y un antifaz que cubría parte de su frente, nariz y ojos. La cola de lo que supongo fue inspirado de un felino era en realidad un cinturón.

—Supongo que... Sí, sí, estoy bien  —mi respiración agitada me hacía hablar entrecortadamente.

—Y dime, ¿por qué una chica cuelga casi a media noche de su balcón? —habló con cierto tono de diversión en su voz.

—Es lo que yo misma me estuve preguntando. Dios, fue horrible —empecé a sobar mis dedos rasguñados con delicadeza.

—Bueno, ¿me vas a contar? Por que estuviste así –Usó sus dedos índice y pulgar (extrañamente con garras) señalando una diminuta cantidad–, de morir.

—Algo me derribó, no sé, algo o alguien — Respondí precipitadamente.

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Promise | Marichat | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora