26. Lo siento

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Marinnette:

—Ni siquiera el final está cerca y yo ya tengo hambre —Alya comentó, luego de haber escuchado su estómago rugir, como si llevara un león en su interior.

—No me sorprendería que fuera así —reí, recordando la última vez que vino a mi casa a "estudiar".

Al final no hicimos nada más que pedir pizza y atragantarnos toda la noche.

—Hacemos esto, ¿va? Voy a la sala de bocadillos mientras tú me apartas lugar —le propuse.

—Yo estoy de acuerdo, ve que me muero de hambre —y me empujó.

Entre risas me levanté de la silla acolchonada, me hice paso entre la gente y acampante caminé hacia el interior de la mansión.

En lo que avanzaba por el lugar, alguien detrás de mí pisó mi talón, haciendo que la cinta de mi sandalia se rompiera, y rebotara en mi piel.

Me detuve por inercia durante unos momentos, intentando sobar mi parte lastimada, pero como habían más personas atrás de mí comenzaron a empujarme.

El pánico se apoderó de mi mente, uno de mis peores miedos es ser pisoteada por una suma cantidad de gente, esa era la razón por la cual no iba a conciertos de mis artistas favoritos.

—¡Por favor, paren! ¡Me pisan! —chillé, perdiendo el equilibrio.

Comencé a entrar en pánico.

Mi muñeca fue fieramente jalada hacia un lado, sacándome del camino y de la muchedumbre.

Respiré un poco más tranquila por haber salido de ese problema.

—Gracias por... Salvarme —susurré, tragando fuerte.

—No hay de qué —me respondieron.

Puse los ojos en blanco, y rápidamente me moví para escapar de ahí.

—¡No, no! Espera –tomó de mi mano–, necesito decirte algo.

Bufé molesta en bajito, pero al final me quedé a escuchar lo que diría.

—Me porté como un maleducado contigo, lo siento. No sabía qué responder, aún dudaba de lo que te diría —el rubio bajó la mirada apenado.

—Ya no importa. Te disculpo —quise zafarme de su agarre pero me sostuvo más fuerte.

—Tengo más que decirte.

—¿Cómo qué?

El silencio nos invadió por unos segundos.

—... Sí soy Chat Noir...

Al parecer nadie se había percatado del secreto que me habían contado.

De pronto comenzó a darme un dolor en el estómago, un reflejo de los nervios que estaba sintiendo en ese mismo momento.

—Necesitas zapatos nuevos —susurró, luego de que entornó su mirada verdosa en mis pies.

—Oh, no es nada. Se puede arreglar, nada que un pegamento industrial no pueda lograr —y le sonreí un poco forzado.

—¿Y mientras tanto vas a estar así todo el evento? —preguntó desconcertado.

Asentí, sin tomarle importancia.

Negó con la cabeza desaprobando mi respuesta.

—Ven conmigo, seguro papá tiene calzado en la habitación de mamá que te pueda quedar.

—No es necesario —me quise negar, pero no se me fue permitido.

—Claro que sí —sostuvo con fuerza mi muñeca pero sin lastimar, y me hizo emprender una caminata a las profundidades de su casona.

—En serio, no es necesario. Puedo andar descalza por un largo rato. Siempre estoy así —me encogí de hombros.

—Pero no es higiénico —arrugó la nariz.

—¿Y eso qué? Es cómodo.

—¿Sentir tierra y quizás comida en las plantas de tus pies es cómodo? No, gracias —comencé a reír por lo exagerado que se escuchó.

—¿Disculpa? ¡Sí hago el aseo en mi casa! ¿Por quién me tomas? —exclamé divertida.

Subimos unas escaleras sin apresuro alguno, parecía que todo iría bien hoy.

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Promise | Marichat | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora