8. Alucinaciones

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Marinnette:

Alya tomó una foto con su teléfono, a lo que a los pocos segundos después agradecí porque esas palabras se habían borrado, esfumado, como si alguien tuviera control de esa sustancia y lo hubiera hecho desaparecer convenientemente.

—Necesitamos salir, Marinnette. Ahora mismo —ordenó mi amiga.

Mas yo no reaccioné, me quedé estática, aún tenía la sensación de estar viendo esas palabras, pero eso era imposible, ya no estaban más.

A estas alturas del partido, ya nada era imposible.

Alya notó mi inquietud, así que por las fuerzas me tomó de la muñeca y prácticamente me arrastró para bajar las escaleras.

Nos encontramos con mi madre, empaquetando unos pastelillos de frambuesa a Yulieka, una compañera del colegio.

—Hola chicas, ¿Cómo han estado? — la pelinegra nos preguntó, regalándonos una tímida sonrisa.

—Bien, ¿y tú? — la castaña le hizo conversación, a lo que yo aproveché del momento y me acerqué a mi mamá.

—¿Tendrás tiempo para venir a mi habitación? Necesito decirte algo, sumamente importante — Le susurré discretamente.

Si había algo que detestaba es que personas con las que yo no me llevaba ni compartía tiempo supieran lo que me estaba pasando, era simplemente incómodo y horrendo.

—Sí, claro. Sólo deja que atienda a tu amiga —respondió mamá.

Grapó el ticket de compra en la bolsa de papel marrón dónde venían los pastelitos y se los entregó a Yulieka, ésta le pagó y se marchó de la pastelería.

—Vamos a mi cuarto. Antes de que se escape el humo — la jalé hacia las escaleras.

—¿Humo? ¿De qué estás hablando? —mamá parecía aturdida, y no podía culparla. Este tema era agobiante para cualquiera.

—Créame señora, esto es importante — Alya me apoyó, caminando tras de nosotras.

Cuando abrí la puerta mis ojos se abrieron como dos grandes platos que posaban dentro de una vitrina de vidrio. Estaba sorprendida.

—¿Marinnette, qué querías mostrarme o decirme? —y nos alzó la ceja, expectante.

—¿No... No lo hueles, no lo sientes? ¿Nada? —le pregunté desesperada.

—Cariño, creo que estás algo... Grande como para hacer estos juegos absurdos. No me lo esperaba de ti, querida —mi mamá me 'reprendió'.

—¡Pero! ¡No lo entiendes! ¡Despertamos y el cuarto estaba lleno de humo! ¡Como si alguien hubiera quemado basura o algo así! ¡Mira, te lo demostraré, por que alguien le prendió fuego a los restos de hojas que deseché! —exclamé, luego caminé directo al tacho de basura que hace un rato se estaba incendiando, lo tomé y se lo llevé a mi mamá.

—Te lo repito, eres una señorita, y las señoritas no hacen esta clase de jugarretas. Alya, tampoco me lo esperaba de ti, creo que ya es tiempo de madurar, chicas —ella salió algo enojada, y más que eso, decepcionada con lo que le enseñé. Pero no lo podía creer porque, ¿quién tomaba como juego un intento de incendio?

—Ah... Marinnette... —la castaña me apuntó con su dedo índice el bote de la basura, asustada.

Dejé escapar un gemido de sorpresa, ya que el papel estaba intacto, no había muestra de que alguien le hubiera quemado.

Por eso no nos creyó.

—Estoy preocupada Marinnette, creo que hemos tenido... Alucinaciones... Las dos... Al mismo tiempo y la misma alucinación... —me comentó, pero mientras seguía explicando menos lógico sonaba.

Negué rotundamente, no, esto no era una alucinación, no fue una alucinación.

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Promise | Marichat | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora