27. El primer beso

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Marinnette:

—¿Te gustan los tacones? —me preguntó el rubio, mientras estaba metido en el closet de su madre.

—Eh, éste, más o menos —me encogí de hombros, un poco dudosa.

¿Yo, tacones? Jamás los he usado en mi vida.

—¿Sabes andar en ellas?

NO.

—Digamos que no soy tan hábil en cuanto a zapatos así —le medio expliqué, rascándome la nuca.

—Eso es un no, bueno, hay sandalias de tacón bajo. Si gustas, puedes venir a elegir el par que más te guste o te combine.

Me levanté de la cama acolchonada y gigante que había en la habitación, y me acerqué al closet.

Creí que él se saldría para que yo pudiera entrar, pero no fue así.

Me tomó de la muñeca y suavemente me fue jalando hacia donde estaba, agachado y sacando varias opciones que me quedaban con el vestido que traía puesto.

Tranquila Marinnette, no hay nada qué temer. Me dije en mi mente.

—Quizás te gusten éstos —y alzó un par—, quedan con los accesorios que traes puesto. Pero si no te son cómodos los de cinta ajustable puedes utilizar de banda elástica —con su otra  mano levantó otra opción—. Dime qué piensas.

Muchas palabras para procesar en poco tiempo.

—¿Te soy sincera? –le susurré, llamando su atención, y enfocando su mirada con la mía–, no tengo ni la mínima idea de lo que me has contado. Lo siento, no sé casi nada de ropa o zapatos. Y es irónico porque quiero ser diseñadora de moda —rodeé los ojos divertida.

Comencé a reír.

—¡Me hubieras dicho desde el principio para no aburrirte con mi plática experta sobre sandalias! —se quejó.

—No quería interrumpirte. Te mirabas muy concentrado y feliz mostrándome tus "sabios" conocimientos —alcé los hombros, sonriente.

—Qué linda de tu parte. Entonces, ¿Cuáles quieres? —se sentó sobre sus pies.

Lo medité unos segundos, clavándole la vista a esos zapatos de suela plana dorados.

—Ésos —señalé el par perfectamente acomodados con los demás.

Puf, yo soy más desordenada que nada en este mundo.

—Agárralos, son tuyos y los señaló.

Me estiré un poco, los tomé de una esquina y fui jalándolos al mismo tiempo que intentaba ponerme de pie.

Al parecer no fui la única que pensó pararse del suelo.

—¡Auch! —chillamos los dos, luego de habernos golpeado la cabeza entre nosotros.

Me sobé, quejándome dramáticamente.

—¿No me dejaste moretón? —le pregunté, presionando la zona afectada.

—¿Qué? ¿Moretón? Ni que hubiéramos chocado tan fuerte —y arrugó la nariz con ironía.

—¡Pude haber sufrido una contusión! —exclamé, tratando de no reír.

—¡Oh, discúlpeme bella señorita por haber golpeado su delicada cabeza! —se burló Adrien, de forma afeminada y graciosa.

—¡Ya basta! ¡Me haré pipí!

En un segundo; me encontraba riendo de su actitud, pero en el otro, sus manos estaban posicionadas sobre mis mejillas, atrayéndonos lentamente uno del otro.

Me quedé sin aire cuando pude apreciar de cerca su verdosa mirada.

Ya no era el chico que me hacía reír hace unos momentos, había desaparecido ese Adrien tierno. Y en su lugar estaba uno con mirada seria y demandante, pero con un toque de diversión.

—¿Puedo darte un beso? —murmuró, con voz ronca y rasposa.

¿En qué te has metido?

—Ah, éste, no lo sé. Yo... —comencé a tartamudear. No estaba tan segura de lo que pasaba, me sentía desorientada y confundida.

¿Cómo había llegado a este punto?

—Sé que es demasiado rápido, que casi no hemos convivido, y que posiblemente pienses que soy un total desconocido, pero quiero demostrarte que el amor puede ser así de apresurado, que no está mal que sea así. Igualmente entenderé si decides que no, no quiero hacerte sentir como si no tuvieras otra opción —me dijo, quizás creyendo que así me relajaría. Pero la verdad era todo lo contrario.

Mierda Marinnette, ¿qué piensas hacer?

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Promise | Marichat | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora