10. Me eres familiar

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Marinnette:

—Espere señorita —alguien gritó.

Alya y yo nos giramos preocupadas e indignadas.

—Yo... Lamento cómo las trató la asistente de mi papá. No sabía que fui yo quien pidió postres y pan —el muchacho murmuró, acercándose más a nosotras. Su respiración era agitada por la carrera.

Con una cara de satisfacción y autosuficiencia le alcé la ceja a mi mejor amiga, y ella pareció darse cuenta, por lo que bufó en silencio.

—No hay problema joven, aquí está –le di todas las cajas, no estaban pesadas pero sí cansaban cargarlas–, por lo que me dijeron, usted ya las pagó por adelantado. Gracias por su preferencia —dije, y sonreí.

Él tenía cabello rubio, ojos verdes y algo grandes, de piel aperlada. Se me hacía conocido...

—¿Nos hemos visto antes? —le pregunté curiosa.

—Ahm... No, no que yo haya sabido —respondió en bajito, desviando la mirada. Lo que me resultó raro.

—Creí haberte visto antes, me eres familiar, de eso estoy segura —afirmé.

—Marinnette, tenemos que entregar más pastelillos, y se nos hace tarde niña — Alya me reprendió, señalando la hora de su reloj que tenía en la muñeca.

—Si, si, sólo espera un momento —pedí.

—Tal vez me conozcas por las revistas, soy modelo del diseñador Gabriel Agreste. Salgo mucho en el periódico también —soltó una risita.

—¡Adrien! ¡Ven aquí, ahora! —exclamó la voz de la misma mujer que nos atendió hace un rato.

—Me tengo que ir, ¿me pueden dar el número de la pastelería? Ya saben, por si me interesa comprar más —se sonrojó en el momento en que me pedía los datos.

Miré dudosa a mi amiga por unos segundos, ella sólo alzó los hombros y sonrió. Indicándome que se lo diera al chico.

Saqué de mi bolsillo una tarjetita de presentación y se la entregué.

—Gracias.

Me volteé y seguí como si nada, además, ya se estaba haciendo tarde y todo por culpa de la familiaridad que me daba ese hombrecito y descubrir si ya lo había visto antes.

(...)

—¡Mamá! ¡Ya llegué! ¡Perdón por tardar pero no encontrábamos una dirección y además acompañé a Alya hasta su casa! — exclamé, cerrando la puerta de la pastelería con pestillo.

Todo estaba en silencio, uno muy sepulcral, hasta me daba la impresión de que taladraba mis oídos.

—¿Mamá, papá? —volví a chillar, pero nadie me respondía.

Lo que se me hacía raro ya que mis padres no se duermen a las nueve de la noche, y si fuera el caso no dormirían hasta que me vieran cruzar por ésta puerta.

Avancé unos cuantos pasos, la televisión estaba apagada y sus celulares reposaban en la mesa de madera.

Yo no encontraba la razón del por qué mi hogar estaba tan... Tranquilo.

—Hola Marinnette... — Alguien susurró a mis espaldas.

Empecé a temblar, y me giré lentamente, con los ojos cerrados.

Los abrí sutilmente, pero no había nadie, o eso suponía.

—Acá estoy, nena —susurraron.  

Salté del susto y me volteé rápidamente.

—¡O-Otra vez tú! —chillé, evadiendo su mirada porque era muy pesada.

Era un ser horrible, ni siquiera podía verlo con nitidez, era totalmente negro, a excepción de sus ojos dorados y dientes blancos muy afilados, parecían ser de un león.

León que estaba a punto de cazar a su presa.

—Mañana cumples años cariño, ¿qué se siente saber que mañana vendrás conmigo? —se cruzó de brazos, con actitud petulante.

—¡¿Cómo dices?! ¡No me iré contigo! —me negué rotundamente.

—No según el contrato —canturreó, mirando sus uñas, con una sonrisa de satisfacción.

Promise
Marinnette & Chat Noir
Hannia Guzmán

Promise | Marichat | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora