Capítulo IV

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Matías

Algo que en verdad me molesta, es que las personas hagan cambios a las cosas como si no tuvieran importancia. En aquella ocasión no significó gran problema para mí, pero me ofende el que ni siquiera hayan considerado la relevancia de mi opinión. Son todos unos monos maleducados, no cabe duda.

Después de la noche en que decidí quedarme con Hugo, una extraña mujer comenzó a visitar la casa a la hora de la tarde, lo que duplicó la horrible tortura de la hora del baño. ¿A qué se deberá esa obstinación con el agua? Sigo pensando —y cada vez más— que están tan locos como el niño.

La mujer se encerraba en la habitación por largo rato a platicar con Hugo —una pérdida de tiempo, en mi experta opinión—, luego de lo cual bajaba a hablar todavía más con la familia, pero insisto: hablar no servía. En lo personal encuentro más útil y divertido el observar las extrañas actitudes de estas personas, siempre impredecibles y, a la vez, tan aburridamente comunes.

Viendo a Hugo en su cuarto, podía darme cuenta que tenía la cabeza en otro mundo, siempre dibujando cosas extrañas en cualquier superficie que encontrara. Sus padres, por el contrario, estaban siempre ocupados dentro y fuera de la casa, dedicando poco tiempo a contemplar las pelusas que flotan en los haces de luz.

Por fin, una tarde vi a la madre parada junto a la ventana con la mirada perdida —al fin un acto digno de cualquier gato—, pero justo cuando creí haber encontrado un rasgo de normalidad en ella, me di cuenta de que empezaba a llorar.

En cuanto al padre, era un hombre siempre callado. Llegaba por las noches y se sentaba en el sillón a cenar y ver la televisión. Creo que era el más parecido a mí, aunque era el que menos tiempo pasaba con Hugo y, cuando lo hacía, sólo se quedaba ahí en silencio unos segundos. Me decidí a seguirlo cuando salió del cuarto una noche y lo encontré en el jardín golpeando el limonero con las manos. No arañándolo, como sería de esperarse, sino golpeándolo con los puños sin pelo. Están locos todos.

Sobre la mujer que les contaba —La señorita Reyes, como le llamaba la madre—, creo que está tratando de que Hugo sea más como los monos. El otro día le preguntó si no querría estudiar para, algún día, trabajar como lo hacía su padre. ¿Para que termine golpeando árboles perfectamente arañables? Otra loca más.


¡Muchas gracias por formar parte de esta historia!Espero que estés disfrutando tanto al leerla como yo al escribirla

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Hugo, el locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora