Hugo.
Durante un tiempo reservé mi voz para Matías. Hace mucho estuve pensando en las palabras y me di cuenta de que no sé cuántas me quedan, aunque las personas se la pasan hablando todo el tiempo, como puedo escuchar desde la ventana. Voces alegres, como si no supieran lo triste que es la vida. O tal vez lo saben y por eso gritan tanto, para convencerse unos a otros de que no es así.
También, de vez en cuando, escucho otras voces, unas que provocan la misma sensación que los truenos en las noches de lluvia, de esas en que todo se viste de negro, excepto por las luces que caen del cielo con su horrible sonido furioso. Son personas enojadas, eso puedo notarlo, pero no entiendo qué puede ser tan malo. Después de todo, ellos están afuera. Quizá es que están presos en otro tipo de prisión que no alcanzo a ver. Sea como sea, parecen estar un poco mejor que yo y aun así se quejan.
Yo también me he sentido molesto, claro, aunque muy pocas veces. Una vez a la semana para ser exactos, cuando me obligan a entrar al agua. Bueno, en realidad, después de conocer a Matías pasó algo horrible: me hicieron tomar dos baños cada semana.
Cierto, era esto de lo que quería hablarles.
Días después de que empezara a interrogar a Matías sobre lo que pasaba del otro lado de la puerta, llegó una mujer hasta la entrada de mi mazmorra.
Las personas que me traen comida a veces, entraron y dijeron que la mujer venía a ayudarme, aunque no entendí qué tipo de ayuda necesitaba según ellos. Acepté escucharla por si conocía algún truco para que los puntitos blancos que se mueven en la luz de la ventana se quedaran quietos un rato —pues obviamente eso sería de mucha ayuda porque, en toda mi vida, no he logrado dibujarlos bien ni una sola vez—, pero después de eso la echaría de ahí antes de que decidiera darme medicinas, como había hecho la otra mujer tiempo atrás.
Como siempre, Matías apareció en el cuarto sin que pudiera ver por dónde se había colado. Supongo que, a pesar de haberse vuelto un gato, conservaba esa facilidad de las sombras para entrar por las ventanas cerradas o filtrarse por debajo de las puertas. De lo contrario no podría explicar cómo es que lo lograba.
Ya les había dicho que nuestros gustos son muy parecidos, por lo que en aquella ocasión me sorprendió ver que no le molestaba demasiado la mujer. Eso hizo que dudara de la lealtad del gato, pero entonces recordé que nunca me había dicho ni una mentira, así que desconfiar de él sería una locura.
El primer día, la mujer estuvo ahí un rato y habló demasiado, pero después de unos momentos supuse que se había cansado, porque se quedó en silencio y empezó a ver mis dibujos. Cuando otras personas los veían, se enojaban conmigo o salían llorando como si mis trabajos fueran la fealdad más grande, pero ella los veía interesada.
Me alegró que por fin alguien apreciara el arte, pero lo mejor es que me dijo que no me preocupara, porque podría ayudarme si tan solo aceptaba hablar un poco con ella de vez en cuando.
Durante un tiempo había reservado mi voz para Matías, pues hace mucho estuve pensando en que no sé cuántas palabras me quedan, pero ante la posibilidad de recibir consejos para mis obras, decidí aceptar, confiando además en el buen juicio de mi gato.
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Hugo, el loco
Mystery / ThrillerUn misterio se esconde en la casa verde que se encuentra en la esquina de Olmo y Montecillo. Los rumores sobre un niño desequilibrado y peligroso recorren la ciudad como tantas otras leyendas urbanas, con la diferencia de que esta es real. Muchas pe...