Capítulo VII

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Vicky.

La casa se fue convirtiendo en un lugar triste.

Antes mamá pasaba conmigo casi todas las tardes y entonces todo parecía más brillante, como si siempre hubiera luz y colores por todas partes. Hasta cuando ella tenía que trabajar las cosas estaban bien, porque tenía una amiga que se llamaba Olivia, aunque yo siempre le decía Oli.

Lo malo es que, justo cuando mamá empezó a trabajar más por las tardes, Oli dejó de visitarme y me tocaba estar sola con Janeth.

Cada vez me sentía más como en una cárcel. ¡Estaba encerrada todo el tiempo! En las mañanas por culpa de la escuela y en las tardes con Janeth. Le pedí varias veces que jugara conmigo, pero decía que ese no era su trabajo. Se pasaba el tiempo ahí sentada, hora tras hora, viendo su celular, así que empecé a encerrarme con mis juguetes todo el día, aunque no era nada divertido jugar sola.

Samanta, la niña que vivía en la casa de atrás, ya no había regresado. Sus papás consiguieron otro trabajo, del otro lado del país, por eso tuvieron que llevársela lejos. Eso fue lo que dijo mi papá, pero yo no estaba muy segura. Cuando le platiqué a Danilo, dijo que de seguro se fueron por lo que pasó con Hugo.

—¿Qué pasó con Hugo?
—Dice Martín —habló bajito en clase— que se comió a una niña.
—Ay, entonces no estás seguro.
—¡Claro que sí! —dijo un poquito enojado—. ¿Recuerdas a Ceci García?
—No, ¿quién es?
—Era la niña que se comió, por eso no la conoces.

La verdad nunca había oído hablar de ella, pero ya saben cómo es ese niño. Aun así, lo que dijo me dejó pensando mucho.

Quizá Hugo sí era peligroso y por eso mi mamá se la pasaba tratando de curarlo, porque tenía miedo de que nos hiciera algo. Tal vez todos se equivocaban y en realidad ya se había comido a Samanta y a sus papás.

Se me ocurrió que Oli podría descubrirlo o al menos sabría qué hacer pero, aunque ya sabía en dónde estaba su casa porque mamá tenía la dirección de todos sus alumnos—lo que descubrí cuando jugamos a ser espías—, no tenía su teléfono. A veces pensaba en salir de la casa a escondidas y buscarla, pero no me atrevía porque sabía que a mamá no le gustaría eso.

Otra cosa mala que se estaba poniendo peor, eran las ratas.

Al principio no me daban miedo porque eran unas cuantas y además muy pequeñas, pero después aparecieron unas enormes en mi cuarto. Me daba miedo dormirme y que se subieran a mi cama, pero no lograba quedarme despierta. Necesitaba urgentemente un gato.

Se me ocurrió dibujar algunos y dejarlos en mi ventana porque mamá decía que era una forma de pedir deseos, así que no perdía nada con intentarlo. Lo malo es que ni llegaba mi gato ni mi mamá terminaba de trabajar con Hugo, así que tuve que hacer algo que no me gustaba: desobedecer a mi mamá.

Ni papá, ni mamá habían podido ayudarme y a Danilo no podía creerle nada, así que tenía que buscar a la persona más lista que había conocido, y esa era Oli. Ella decía que es más divertido cuando haces las cosas a escondidas, como los espías que siempre trabajan en la noche para que nadie los descubra, así que me atreví y, cuando todos dormían, tomé una botella de agua, la linterna que usaba papá cuando no funcionaba la electricidad, el papel con la dirección de Oli y el mapa de la ciudad que mamá guardaba en el carro. Guardé todo en mi mochila, saqué la bicicleta con cuidado y salí a buscar a mi mejor amiga.

Hugo, el locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora