Olivia.
Trazos grises sin forma ni dirección en figuras extrañas que se repetían una y otra vez. Un niño que dibujaba frente a la ventana y unos padres que gritaban, mientras él sólo seguía ahí. Arbustos descuidados con sucios animales en el jardín. El horrible color a enfermedad que se volvía para mí más irresistible cada vez. Un día tras otro frente a la casa, con el niño siempre en la ventana. Miradas curiosas. Miradas reprobatorias. Un padre que llegaba muy tarde y la lluvia que amenazaba con caer. Una rata enredada en mis cabellos. El misterio del niño que estaba siempre encerrado en la esquina de Olmo y Montecillo. Todo aquello apilándose como un monumento a mi obsesión por Hugo.
—Vamos al cine, Olivia —decía Barbs, mi amiga de siempre—. Tienes que ocupar la mente en otra cosa.
Se preocupaba por mí porque dejamos de hablar por las tardes después de la escuela.
—Amiga, son dibujos, no significan nada —soltaba con cansancio cada vez que le mostraba las fotografías. Obsesiva me llamaba.
Sabía que mi amiga se preocupaba, pero para ella era muy fácil sólo decir «vamos al cine». Ella no vivía con esos dibujos grabados en la mente, porque seguía creyendo que todo era un juego, como cuando íbamos a curiosear antes, en los días que empezamos a escuchar las historias sobre Hugo.
Ella no vio los ojos del niño contemplando algo invisible pero real en la noche antes de la gran tormenta. Ella no tenía que pensar día y noche en cómo descubrir algo sobre los secretos de la casa.
—Señorita Olivia, me resulta extraño este desempeño —decía la maestra Reyes frotándose las sienes al entregarme las calificaciones del curso—. No puedo comprender lo que le sucede si no habla conmigo, sabe que puede contarme lo que sea.
Para mí lo que resultaba extraño era que precisamente ella no comprendiera. Ella que vio los dibujos, al niño, la casa verde y seguramente las ratas.
¿Es que nadie más sentía esto?
Lo peor fue que, al caer del pedestal en que la maestra Reyes me había colocado desde hace años, ya no podía contar con ella ni con su molesta ratita para descubrir nada.
Sí, incluso cuidar a Vicky me parecía entonces una buena idea, pues así al menos podía seguir investigando en el estudio de su madre, pero ya estaba bien segura de que eso no sería posible.
Pensaba todo el tiempo en encontrar algo qué hacer y lo único que tenía sentido era intentar escaparme de casa por las noches.
Ya había comprobado que, por las tardes, aquel niño se encontraba invariablemente sentado en su habitación, luciendo casi como cualquier niño castigado, pero quizá en las noches se valía de la oscuridad para hacer cosas misteriosas y era eso lo que yo necesitaba descubrir. Además las sombras me ocultarían de los vecinos y de sus ojos que juzgan todo el tiempo.
El mayor problema que percibía mi mente al planearlo, eran las ratas. De verdad no resistía la idea de que ellas también podrían aprovechar la noche para andar a su gusto por todas partes. Aún sentía las pequeñas patas enredadas en mi cabello y sus chillidos que se metían en mi cabeza incluso cuando trataba de dormir.
Lo peor es que parecía decir «Ven. Ven Oli».
Las ratas, la casa, los ojos que veían con desprecio, todos llamándome sin darme la oportunidad de resistir, casi atándome de algún modo desconocido y forzándome a cumplir sus mandatos.
Los trazos a lápiz que se esparcían por toda la habitación, la mirada perdida del niño loco y el color verdoso de su hogar, me llamaban todos de día y de noche. Dormida y despierta, sola en mi casa y rodeada de gente durante las clases, me llamaban.
Así que una noche, como ya les he dicho, salí de mi casa dejando que las sombras me llevaran como lo deseaban. Como yo misma lo deseaba.
**FIN DE LA PRIMERA PARTE**
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Hugo, el loco
Mystery / ThrillerUn misterio se esconde en la casa verde que se encuentra en la esquina de Olmo y Montecillo. Los rumores sobre un niño desequilibrado y peligroso recorren la ciudad como tantas otras leyendas urbanas, con la diferencia de que esta es real. Muchas pe...