Capítulo III

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Lauren.

Hubo un tiempo en que fuimos felices.

Enrique y yo habíamos terminado la universidad, conseguido maravillosos empleos, y nos sentíamos más que listos para seguir cumpliendo sueños, así que, en una cambiante tarde de Febrero, caminamos al altar.

Durante la ceremonia no había un rostro sin sonreír y en la fiesta todo fue perfecto. Estábamos en una racha de buena ventura incuestionable.

Tiempo después, la fortuna volvió a sonreírnos.

—Se tiene que llamar como mi papá, flaca.

—Odio lo de flaca, ya lo sabes —repuse—. Además a este bebé lo hice yo, así que se va a llamar como mi abuelo, sabes bien que nos toca mantener su nombre.

—En cuanto a lo del bebé —contestó divertido—, estoy seguro de haber cooperado en eso.

—¿Seguro que eras tú? —dije entre risas siguiéndole la broma.

El premio a la pareja perfecta debía haber llegado con el embarazo y la feliz noticia de nuestro primer hijo, pero la dicha se fue a partir del momento en que Hugo llegó a nuestras vidas.

Desde antes de conocer al que un día se convertiría en mi esposo, me prometí que si llegaba a tener hijos les dedicaría todo mi tiempo. No quería que los criara una niñera y que su madre les resultara una completa extraña así que, queriendo cumplir esa promesa, renuncié a mi empleo casi en el instante en que supimos que la cigüeña había recibido nuestras muy numerosas cartas.

Hasta ese día y desde que me gradué, había ido subiendo de puesto en una empresa de paquetería muy importante en el país, donde también había hecho prácticas profesionales mientras cursaba la universidad.

Si en aquel momento hubiera sabido lo que pasaría con el niño tiempo después, habría renunciado igual sabiendo que contaba con el apoyo de Enrique, quien no tendría problemas siendo el único que aportara dinero al contar con un trabajo increíble que disfrutaba y, por el cual, recibía una paga maravillosa. Parecía que todo iba a estar bien sin importar lo que pasara, pero la suerte pensaba otra cosa.

Un par de meses antes del nacimiento de Hugo y después de haber invertido cada centavo en él, Enrique perdió su empleo y terminó aceptando un trabajo mal pagado para cubrir las deudas y sacar adelante a la familia. A pesar de todo, él seguía sonriente, intentando ocultar que en medio de su lucha había sido atrapado nuevamente por el alcohol, a quien creíamos vencido desde muchos años antes.

Fue entonces que me di cuenta del terrible error que había cometido al renunciar y, junto a Enrique, decidí que volvería a trabajar cuando nuestro niño tuviera edad para entrar a la escuela. Habría querido buscar trabajo en ese mismo momento, porque la desesperación empezaba a causar estragos en mí muy lentamente, pero no teníamos dinero para una guardería ni había familiares cercanos que nos ayudaran con el niño mientras salíamos, así que esperaríamos el tiempo necesario y entonces las cosas mejorarían.

En la vieja casa verde, sin embargo, descubrimos que las cosas nunca llegarían a ser fáciles. Seis años después, justo cuando el pequeño tenía edad para asistir a clases, empezó la verdadera desgracia, aquello de lo que no habría forma de volver atrás. Era como si hubiera ahí una maldición que hiciera crecer cada pequeño problema a la estatura de un gran monstruo y que nadie iba a poder ayudarnos, pero entonces encontramos a nuestro ángel, la señorita Susana, una joven doctora que le recetó varios medicamentos y nos recomendó mantener una estrecha vigilancia. Desgraciadamente, aun con todos sus esfuerzos no logró ayudar a Hugo, nada estaba funcionando.

Para complicarlo todo, mi salud empezó a decaer y Enrique se perdió cada vez más en el alcohol. Alguna vez fue el hombre más bueno que había conocido, pero se convirtió en una sombra que apenas lograba estar consciente el tiempo necesario para ver a su hijo un par de veces a la semana.

Mi enfermedad era algo diferente. Se sentía como estar en otro lugar, atrapada en una esfera de miseria. Varias noches perdía la noción de la realidad y me descubría buscando por la ventana el hermoso jardín que alguna vez sembramos juntos, sólo para descubrir el desastre en que se había convertido.

Habíamos vivido una racha de buena ventura incuestionable hasta que Hugo llegó a nuestras vidas, cruzándose en nuestro camino como un infame gato negro.


¡Saludos, habitante de la casa verde!

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¡Saludos, habitante de la casa verde!

¿Qué te ha parecido conocer a Lauren y a Enrique?
¿Cómo crees que deberían haber actuado o qué debieron hacer diferente?

Confieso que escribir a los padres de Hugo ha sido la parte más difícil de esta historia, me cuesta más pensar como ellos que como un gato. ._.

Si quieres platicar, preguntarme algo o compartir lo que sea, puedes hacerlo aquí o en mis redes sociales (aunque es más fácil que las vea por allá). ¡Nos seguimos leyendo! ;)

 ¡Nos seguimos leyendo! ;)

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Hugo, el locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora