Matías
En la casa verde que se encuentra en la esquina de Olmo y Montecillo, las cosas estaban cada vez peor, con lo que desde luego me refiero a que había más y más cambios, aunque debo aceptar que no del todo malos para el niño.
Incluso si la mujer que empezó a visitarnos estuviera loca —enferma de esa típica locura de los adultos, quiero decir—, parecía llevarse bien con Hugo, lo cual ya era bastante. Aun así, el muchacho parecía receloso de ella, y no lo culpo: cambiar es siempre una molestia, como ya se los he dicho. Por ejemplo, han de saber que entre más venía la mujer, menos ratas había en la casa, algo que desde luego no me agradaba en lo más mínimo y que la terquedad del niño sólo lograba empeorar.
Por lo que pude ver, la resistencia de Hugo a cooperar sólo incrementaba la determinación de la mujer, haciendo que aumentara poco a poco la frecuencia y duración de las visitas pero, sin importar cuántas veces se encerraran a hablar, no había ningún avance que yo pudiera notar. Parecía más probable que la mujer terminara asemejándose a Hugo a que el niño mejorara, lo que sea que eso significara para los padres.
Ella quería convertirlo en un mono más, aunque creo que actuaba con buenas intenciones. Por lo poco que pude escuchar mientras la mujer hablaba con la madre, todo aquello era para que Hugo pudiera salir de la casa y eso al menos parecía bueno. Me gustaba cómo eran las cosas antes de que llegara la mujer, pero si hay algo que un gato valora, es la libertad para ir y venir por donde le venga en gana, y el niño lo merecía pues, a pesar de todo, era el menos loco de la familia. Claro, tomando en cuenta que es la opinión de un gato, ha de entenderse en realidad que era el más parecido a mí.
Hay pocas cosas tan valiosas como la opinión de un gato, ¿saben? Por eso no solemos gastar nuestras palabras si no es realmente importante, así que estén atentos cuando uno de nosotros les dé una lección como esta: la locura está siempre en el ojo de quien la mira, de manera que aquello que es diferente nos parecerá por contraste un sinsentido —seamos felinos o monos— y lo que es locura para mí, para ti será normal, mientras que mi normalidad la verás con extrañeza.
Estoy casi seguro de que —al menos en parte— en eso radicaba la locura que todos veíamos en Hugo, en que era muy diferente al niño que todos esperarían que fuera. Quizá algún día se descubra que fue más gato que humano.
Después de todo, los dos preferíamos la soledad y considerábamos innecesaria la compañía de otros, a pesar de la relación que había entre ambos y que casi podríamos llamar amistad; los dos preferíamos estar tan lejos del agua como fuera posible, excepto para beberla o para escuchar las curiosas canciones que se forman cuando las gotas de lluvia golpean contra la ventana; los dos vivíamos sin preocupación entre las ratas, aunque yo era el único que de hecho parecía disfrutarlo.
Aun pensando en eso, la verdad es que Hugo no era un gato, así que posiblemente me viera en la necesidad de seguirle la corriente a la mujer para que el niño pudiera ir afuera a ser como los monos y salir a trabajar todo el día, para luego llegar a ver televisión y golpear un limonero plantado en el jardín.
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Hugo, el loco
Misterio / SuspensoUn misterio se esconde en la casa verde que se encuentra en la esquina de Olmo y Montecillo. Los rumores sobre un niño desequilibrado y peligroso recorren la ciudad como tantas otras leyendas urbanas, con la diferencia de que esta es real. Muchas pe...