Introducción a la Segunda Parte

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Bárbara.


Hace años que se empezó a escuchar un rumor en esta zona.

Las leyendas empiezan siempre con algo pequeño y se van distorsionando con algunos detalles que la gente añade aquí y allá.

En un principio, el extraño comportamiento de la familia causante de tanta habladuría creó muchas historias: que había fantasmas en la casa, que el esposo había asesinado a su mujer, que hacían experimentos con fetos humanos y un montón de tonterías más.

Con el tiempo y gracias a los vecinos más cercanos, las cosas se fueron aclarando hasta definir sin dudas que un habitante del vecindario no estaba muy bien de la cabeza.

Algunos decían que era un hombre, antiguo recluso de un hospital para enfermos mentales que había sido enviado a su casa por representar un peligro tan grande que nadie se atrevía a hacerse responsable por él.

—Barbs, ¿no te parece genial?

—Liv, tienes problemas bastante serios si un asesino demente viviendo en nuestro barrio te parece genial.

—No es el loco, ¡es el misterio!

—De verdad: tienes problemas, Olivia.

No recuerdo desde cuándo somos amigas Liv y yo, pero lo que sí sé es que no tenemos nada en común.

Esa mujer tiene una terrible facilidad para obsesionarse con las cosas. Con decirles que una vez, en la secundaria, siguió a la maestra de gimnasia durante tres meses intentando demostrar que era un hombre. Decía que era por la seguridad de todas nosotras, pero estoy casi segura de que lo hizo sólo porque era imposible de probar.

Debo aclarar que, aunque estaba equivocada, llegó hasta el final intentando descubrir la verdad, algo que trajo un montón de problemas administrativos y una gran cantidad de rumores sobre acoso, aunque nadie les dio mayor importancia.

Cuando escuchamos sobre el loco, hace unos tres o cuatro años, pasamos rápidamente de las palabras a la acción.

—¿Cómo vas a explicar tu loco cuestionario?

—Te preocupas demasiado, Bárbara.

—¿Por qué estás tan segura de que va a funcionar?

—Porque, mi querida amiga, a la gente le encanta hablar de los demás —terminó con una sonrisa triunfante.

De un momento a otro se había puesto a platicar con una señora que, con el pretexto de barrer su banqueta, echaba miradas poco disimuladas a la ya legendaria casa verde.

—¿No le asusta? —preguntó Olivia, poniendo una carita de niña miedosa que no le creería ni su abuela y viendo hacia la fachada de esa fea casa.

—Es pecado murmurar, jovencita.

Con aquella respuesta parecía que mi amiga se había equivocado sobre la buena disposición de la gente a meterse en los asuntos de los demás y que su búsqueda había terminado demasiado pronto, pero eso es sólo lo que hubiera pensado cualquiera que no conociera a Olivia.

—Tiene razón, es sólo que a mí me daría miedo vivir tan cerca de esos químicos raros que preparan ahí.

—Ay, niña, ¿cuáles químicos?

—Los que traen por las noches los hombres de negro. Barbie los vio, ¿verdad? —dijo viéndome con esa misma expresión de cachorro suplicante, pero no supe qué responder.

—Dejen de inventar cosas, ahí sólo viven el pequeño y sus papás.

—¿Cuál pequeño?

La señora apretó los labios y se dio la vuelta, despidiéndose con un gruñido, algo a la mitad del camino entre un «buenas tardes» y una maldición gitana.

Hugo, el locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora