Capítulo final: segunda parte

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Bárbara.

Justo cuando pensé que Liv había llegado ya al extremo, fue aún más allá.

Su querida maestra Reyes casi se desmayaba, los niños seguían tirados en el suelo por el impacto del coche y yo intentaba averiguar si al menos estaban vivos, pero ella sólo pensaba en su eterna curiosidad por los misterios de la casa verde.

—¡Mi niño! —gritó la voz de una mujer que se acercaba.
—¿Es su hijo? —preguntó Olivia con una repentina muestra de humanidad.
—¿Qué le pasó? —terció un hombre que supuse sería el padre.
—Salió corriendo de la casa —contestó mi amiga entre pequeños sollozos—, creo que quería jugar con la pobre niña que está ahí —agregó señalando a la pequeña rubiecita.

La mujer intentaba acercarse al niño, pero Liv la detuvo por el brazo al tiempo que sacaba su celular del bolsillo.

—Tranquila, el niño está respirando, ¿cierto, Barbs?
—Está respirando, sí, pero...
—Pero hay que esperar a la ambulancia, lo sé —dijo interrumpiéndome.

Aunque no muy convencida y luchando contra el llanto, la infeliz mujer se detuvo y volteó a ver a su esposo, que sólo se agitaba el cabello una y otra vez, moviéndose como un gato encerrado en una caja.

La maestra Reyes, por otra parte, se había incorporado por fin y estaba sentada sujetando con firmeza la cabeza de la pequeña que apenas entonces reconocí como Vicky, su pequeña hija, a quien había visto un par de veces gracias a Olivia. Imaginé que trataba de inmovilizarla o algo, aún sin contener el llanto y susurrando disculpas a la pequeña. A veces olvido que los psicólogos tienen conocimientos de medicina y esas cosas.

—Señora —Volvió a hablar Olivia, dirigiéndose de nuevo a la madre de Hugo—, mi amiga es paramédico —mintió—, ahora estoy marcando al hospital... no, señora, no se acerque, es importante que no lo movamos —agregó cuando la mujer hizo intento de zafarse de ella.
—Pero Liv...
—Ya sé, Barbs, estoy marcando.

No entendía lo que estaba pasando, pero no quería interrumpir la llamada al hospital, así que le seguí la farsa por un minuto.

—Disculpe —siguió hablando la loca que había resultado ser Olivia—, van a preguntar si el niño tiene algún historial médico, así que es muy importante que me diga si tiene alguna enfermedad o si toma cualquier tipo de medicamentos, ¿entiende?

Desde luego. Toda la actuación era para obtener sus cochinas respuestas. A punto estuve de gritarle toda mi molestia por jugar así con las personas, pero entonces sentí unos dientes pequeños clavarse en el dorso de mi mano izquierda.

Hugo había despertado y ahora se arrastraba casi a gatas bajo el auto de la profesora Reyes.

—¡Hugo! —Le llamó su madre—. Amor mío, ¿estás bien?

Por toda respuesta, el niño lanzó un curioso alarido, mientras salía de debajo del coche y luego corría con torpeza y un dolor evidente hacia la casa verde, seguido por el andar bamboleante del ebrio de su padre.

Hugo, el locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora