Capítulo VII

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Olivia.

Finalmente se dio la oportunidad para visitar la casa de la maestra Reyes.

La niñera seguía con la gripe porcina y yo le inventé a la profesora que en mi casa habría fumigación esa tarde, pero que con gusto cuidaría a la pequeña si confiaba en mí para llevarla hasta la suya. Desde luego, siendo yo su favorita, no lo dudó ni un momento y hasta me dio dinero para que nos compráramos algo de comer, junto con una revista de publicidad que tenía teléfonos y direcciones de restaurantes donde servían comidas saludables.

Caminé hasta la escuela de Vicky y de ahí tomamos un taxi a su casa. La niñita iba todo el camino hablando como una loca, casi gritando y como si tuviera la sonrisa marcada en la cara, pero ese día podía aguantarla. Por fin tendría oportunidad de saber algo sobre el niño loco de la casa verde.

En cuanto llegamos, lancé lejos los teléfonos de los restaurantes raros de la maestra y llamé por una pizza. Mientras esperábamos, fuimos a comprar un refresco para mí y una limonada para la niña, quien insistía en que debíamos pedir otra cosa porque su mamá no acostumbra comprar ese tipo de comida, pero la convencí de que había que festejar que podíamos pasar el día juntas.

—Oli, ¿qué quieres hacer primero? —preguntó la insoportable niña cuando terminábamos de comer.

—¿Qué te parece si me muestras la casa? —dije como si no fuera nada—. Comparado con la mía, esto parece una mansión.

—¿Estás segura? —Me vio extrañada.

—¡Claro! Será como una exploración.

Si hubiera sido por mí, me hubiera ido directo a la habitación de la señora Reyes a buscar información, pero tenía que disimular un poco las cosas.

—Mira —dijo Vicky al pasar por unas elegantes puertas de madera oscura—, ese es el estudio de mamá, pero es muy aburrido y además no podemos entrar.

—Tienes razón —mentí—, suena aburridísimo. ¿Qué más hay?

—¿Quieres ver el desván?

—¡Vaya! —dije con fingida sorpresa—. Me encantaría, nunca he visto uno.

Eso último tenía su dosis de verdad, así que me convencí de que al menos sería un poco entretenido, sin embargo, aunque al principio fue interesante ver aquel lugar —que lucía como en las películas de Estados Unidos—, no era lo que yo buscaba.

Por desgracia tuve que aguantar a la niña mostrándome un montón de disfraces llenos de polvo, pero lo peor fue cuando me puso un horrible sombrero tan sucio que casi me provoca un ataque de asma o algo parecido.

—Esto está muy divertido —mentí de nuevo—, pero tenemos mucho por explorar.

—¡Tienes razón! Vamos a la cochera.

Con el mayor desgano del mundo la acompañé hasta el otro extremo de la casa y, cuando llegamos, me sorprendió lo cuidado que mantenían aquel lugar, con todas las cosas organizadas y limpias, nada que ver con las cocheras que conocía. Ni siquiera Bárbara, mi mejor amiga y la más meticulosa, tenía una cochera como esa.

En un rincón había periódicos bien organizados que, por lo que podía verse, eran de muy diversas épocas. Se me ocurrió que la maestra podría tener alguno que hablara sobre Hugo, aunque era casi imposible. Pensando en eso me giré hacia Vicky y se notaba que comenzaba a aburrirse, algo que no podía permitir hasta haber averiguado algo, así que le pedí que fuéramos a ver sus juguetes. De inmediato le volvió la sonrisa al rostro y corrimos a su recámara, donde quedé asombrada por la ridícula cantidad de cosas que tenía esa mocosa, más juguetes de los que yo había tenido en toda mi vida. Creo que esa fue la parte más aburrida. Era tal mi deseo de que terminara que, en cuanto ella me mostraba una cosa, yo le pedía otra. Me preocupaba que se diera cuenta de cuánto estaba sufriendo, pero fingí lo mejor que pude y soporté una eternidad.

Hugo, el locoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora