"Días, semanas. Que más da"

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3 de diciembre, un día después de la partida de Yukio.


Rin.

Golpeo la pared hasta que los nudillos le sangraron, grito en su almohada hasta que no pudo hablar más, lloro y lloro, incluso cuando ya no había lágrimas.

¿Qué se siente tener el corazón roto?

No era algo de sentimientos y ya, oh, por supuesto que no. Eso era algo físico y él lo estaba sintiendo en carne propia, sentía que se iba a morir y lo deseaba.

Observó el despertador hasta que este comenzó a chillar, no había dormido toda la noche pero no importaba, sólo quería hundirse en un hoyo de miseria; no ir a la escuela y ver al causante de todo su dolor.

Tiró de las cobijas hasta cubrir su cabeza por completo, su teléfono vibro una vez mas y solo lo tomo para apagarlo y lanzarlo lejos, con tanta fuerza que hizo la pantalla pedazos y el aparato inservible.

Si Rin solo hubiera leído el mensaje, quizá las cosas hubieran sido diferentes.

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Yukio [Presente]


Golpeó con más fuerza la puerta, llegando incluso a patearla.

—¡Abran la jodida puerta!— no quería volver a llamar a su hermano por su nombre, le daban ganas de vomitar y llorar.- Diablos- saco una navaja que llevaba en el bolsillo y comenzó a tratar de forzar la puerta, para cuando lo logro el baño estaba vacío y la ventana abierta.

Rin había desaparecido.

Yukio bufo y se paso la mano por el pelo, tan enojado con su hermano y consigo mismo, se odiaba.

—¿Okumura?— Mephisto murmuro a su lado, Yukio casi le suelta un puñetazo.

—¿Sí?— se obligo a decir, casi gritando.

-¿Que diablos haces? Vete a casa. Ya es pasada la hora.

Pasada la hora, ¿qué demonios hacia Rin aquí todavía? Joder.

—Claro, solo necesitaba entrar al baño. Pero estoy bien ahora, me voy— hizo un gesto despidiéndose de su jefe, caminando a toda prisa, quería respuestas y eso solo lo obtendría de una persona.

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Estaba cansado de tocar puertas y no recibir respuesta.

Se paso la mano por el pelo antes de volver a presionar el timbre de la casa, estaba parado frente a la casa de Izumo. —Dirección obtenida de su expediente, al igual que su numero telefónico—.

Resignado sobre que nadie le abriría, comenzó a caminar hasta la acera, metió las manos en sus bolsillos y camino sin rumbo aparente, casi se suelta a llorar cuando llego a su antigua casa. Su mente jugaba con él.

Mi Peor Perdición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora