2: Estudiar

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Hanna

Cuando bailo me pierdo en la música, el sonido me envía a otro mundo, el movimiento me hace sentir que vuelo y la necesidad de poder emana de mí. Sí, aquella fortaleza que solo puede tener una mujer. Debes saber utilizar bien tus armas y una vez que tienes a tu víctima a tus pies...

¡Zas! Atacas.

La sangre se desparrama por toda la cabeza del hombre, quito el cuchillo y el muerto cae al suelo. Oigo a la multitud como aclama. Son imbéciles, pudo haber sido uno de ellos, ni se preocupan por su compañero y yo no debería hacerlo tampoco, pero tengo un pequeño problema.

Levanto esa vista y ahí está esa niña de nuevo. Me mira, me acusa, está decepcionada de mí. Puedo verla, es real, pero nadie más que yo la visualiza. Siempre me está reprendiendo.

¿Yo qué le hice?

Hago una reverencia y bajo del escenario.

―Como siempre, fantástica.

Oigo su voz, sin embargo, lo ignoro. Me había percatado de su presencia, pero prefiero evitarlo, aunque me sigue. Por lo tanto, un seguidor se pone delante de la puerta y se suma un segundo hombre.

―Hanna, no seas descortés, S acaba de hablarte.

Me giro y miro al rubio.

―Gracias, ha sido un honor haber sido halagada por eso. ―Hago una nueva reverencia y doy la vuelta para sonreírle con molestia al que bloquea la puerta―. ¿Me dejas pasar ahora?

―Me gustaría que podamos conversar, no te he visto en dos meses ―de repente William dice y el hombre me niega la salida por la acotación de la Serpiente―. Hanna, ¿me acompañas? ―lo expresa tan amable que me irrita más, sabe que no puedo decir que no, menos delante de toda esta gente.

Vuelvo a observarlo y le sonrío.

―Deberías ver primero a tu prometida.

Frunce el ceño por un instante al nombrar a mi hermana, pero luego su semblante vuelve a ser amable, demostrando alegría con esa sonrisita.

―Tu compañía me es grata ahora.

Bufo y termino por aceptar ante tantas miradas amenazantes. Se toma el atrevimiento de hacerme agarrarlo del brazo y ruedo los ojos. Caminamos juntos hasta el jardín y nos detenemos en el decorado de la puerta, que tiene una bonita cerca para admirar el pasto. Apenas noto que estamos solos, enseguida me suelto, aunque él no deja de sonreír.

―Bueno, ya me viste, ¿ya me puedo ir? ―exclamo arisca.

―¿Qué has hecho en este tiempo? ―pregunta ignorando mi pedido.

―Estudiar, estudiar y estudiar ―expreso repetidas veces―. Todo el mundo me manda a estudiar. ―Bufo.

Estoy harta.

Él solo se ríe.

―Otra vez te has portado mal.

―No es mi culpa que mi opinión aquí no valga un mísero bledo. ―Agarra mi mano y la besa―. ¿Qué haces?

―A mí me importa tu opinión.

―La opinión de S es la única que importa ―aplico lo estudiado y alejo mi mano de su boca. Evito cruzar mirada, parece que le molestó lo que le dije―. ¿Ya me puedo ir? ―Me pone nerviosa.

Perversa Oscuridad: Caras [#4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora