La Historia de Albus |1|

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La semana había transcurrido a la velocidad de la luz. En un abrir y cerrar de ojos ya era viernes por la noche.

Aquella semana había sido una introducción a la vida de un alumno de sexto año, es más, era la iniciación a una vida ajetreada. Sexto año era conocido por las horas libres que podían tener los alumnos pero jamás era mencionado el tema de que los días eran tan pesados y que las materias eran mucho más exigentes. Desde Herbología hasta DCAO, todas las materias habían evolucionado en su nivel de importancia.

Las clases que más disfrutaba eran las clases con Severus. Defensa Contra las Artes Oscuras era una de las materias más interesantes, atrayentes y asombrosas. Severus era un excelente maestro, aunque nunca perdía la oportunidad de dejar en ridículo a Harry, quien también intentaba sacar a Sev de sus casillas.

Con respecto a las clases de Pociones, Slughorn no paraba de repetirnos a Harry a mí que éramos los mejores alumnos que había tenido desde que la madre de Harry, Lily, se había graduado de Hogwarts.

– Artemisa, aterriza. – Draco pasó una mano por enfrente de mi rostro, haciendo que parpadeara con perplejidad. – ¿Segura que te encuentras bien? Has estado bastante taciturna las últimas horas.

– Sí, quiero decir, estoy bien. Únicamente estoy pensado. – Parpadeé rápidamente para eliminar mi pesadumbre. – Deberías probarlo alguna vez...

– ¿El qué?

– Pensar. Creo que el tinte barato ha logrado quemar los últimos rastros de inteligencia que te quedaban. – Le saqué la lengua, burlonamente.

Draco alzó una ceja, mirándome entre molesto y divertido. Sonreí con diversión mientras unía mis manos con las suyas.

Después de un rato, Draco bostezó.

– Me estoy muriendo de sueño. Creo que iré a dormir. – Draco me sonrió antes de besar con suavidad mis labios. – Buenas noches, dulzura.

– Buenas noches, huroncito. – Le sonreí lo más tierno que podía. Él me miró por unos segundos antes de levantarse del sillón de cuero negro, dirigiéndose hacia su habitación.

Cuando ya no pude ver su cabellera rubia, me levanté con rapidez haciendo que Scorpius gruñera en mi oído derecho. Salimos de la Sala Común, caminé con velocidad entre los oscuros pasillos de Hogwarts, guiándome más por los sonidos que por mi vista. Llegamos a nuestro destino.

—Píldoras acidas —murmuré.

La gárgola se apartó y la pared de detrás, al abrirse, reveló una escalera de caracol de piedra que no cesaba de ascender con un movimiento continuo. Me monté en ella y dejé que me transportara, describiendo círculos, hasta la puerta con aldaba de bronce del despacho de Albus.

Llamé con los nudillos.

—Pasa.

Abrí la puerta de un solo empujón, deslizándome al interior del despacho.

– Buenas noches, Albus. – Saludé con una gran sonrisa, caminando hacia los asientos que se encontraban frente al escritorio de Albus.

– Buenas noches, Artemisa. – Albus me miró sonriente. – ¿Cómo te ha ido en tu primera semana?

– Todo va bien, por los momentos. – Musité mientras me sentaba en una de las butacas.

– Me enterado sobre tu relación con el joven Malfoy. – Me sonrojé notablemente haciendo que Albus se riera. – No te avergüences, mi querida Artemisa. El amor es la magia más poderosa, ¿no es así?

Asentí mientras me mordía el interior de mis mejillas.

¡Albus lo sabía todo!

– Muy bien, Artemisa. – Albus cambió su semblante a uno más serio. – De seguro estás muy ansiosa por conocer lo que ha pasado en mi vida. La historia que te contaré será bastante larga, por esa razón, tomaremos varios días para conversar al respecto. – Suspiró un poco, acomodándose los lentes sobre el puente de la nariz. – Habrán días en los cuales estará Harry con nosotros, pero esos días serán para conocer la verdad detrás de Tom Riddle, mejor conocido como Lord Voldemort.

– En vacaciones, me dijiste que me contarías algo acerca del "Bien Común" –le recordé, esforzándome por recordar bien sus palabras.

–Es cierto – concedió Albus, suspirando con más pesadumbre. – Y te lo contaré todo. Pero todo debe tener un inicio...

>> Para comenzar con mi relato, necesito aclarar que mi vida nunca fue la mejor. Ni siquiera cuando era un niño. Mis padres eran Kendra y Percival Dumbledore, grandes magos reconocidos en la población mágica, sobre todo mi padre. Tenía dos hermanos, Ariana y Aberforth. Nunca fui muy apegado a ellos y es lo que más lamento de mi vida pasada; pasaba muy tiempo intentando ser perfecto, sin percatarme de que en cada paso que daba, me alejaba más de la inexistente perfección. Hoy te hablaré de mi hermana Ariana. Yo la quería muchísimo y ella me quería muchísimo también. Mientras yo me encontraba en Hogwarts, mi hermana se quedaba en casa con mis padres. Tenía mucho potencial para ser bruja y, como vivíamos en un vecindario muggle, ella debía ser muy cuidadosa por si algún niño muggle la encontraba. Lo que desconocíamos era la manera en que unos niños se escondían detrás de los matorrales para verla hacer magia. Un día, cuando Ariana tenía seis años, fue vista por tres chicos muggles mientras se hallaba hechizando cosas del jardín, los niños le ordenaron que les enseñara cómo hacer magia, pero ella no supo cómo hacerlo y los muggles la atacaron tan terriblemente que quedo traumatizada mentalmente. Ariana quedó discapacitada para hacer cualquier tipo de magia, quedó terriblemente desequilibrada, y cuando tenía un descontrol de sus poderes, atacaba involuntariamente con magia a cualquier persona cerca de ella. Cuando mi padre, Percival, se enteró de lo que había ocurrido, se enfureció a tal punto que fue a buscar a los tres muggles que le había hecho a mi hermana. Los atacó sin piedad, ya que el dolor le había quitado cualquier rastro de cordura. Al poco tiempo, agentes del Ministerio fueron a buscarlo para llevarlo a Azkaban, donde vivió lo último que le quedaba de vida.

>> Entonces quedamos solos con mi madre. Para escapar de los ojos acusadores del mundo mágico, mi madre tomó la decisión de mudarnos hacia un pueblo mágico llamado el Valle de Godric.

Albus se quedó en silencio, observando un punto fijo de la sala.

– Perdóname, Artemisa, los recuerdos suelen ser bastante agobiantes. – Se disculpó mientras se pasaba la mano buena por la barba plateada. – A veces me pregunto qué hubiese sucedido si aquellos muggles no hubiesen hecho aquellas atrocidades a mi pobre Ariana. ¿Cómo sería mi vida en estos momentos?

– Albus... – me quedé sin palabras, intentando pensar algo que tuviese verdadera lógica. – Los errores cometidos en el pasado son los que nos van formando hasta llegar a ser lo que somos hoy en día. No importa cuánto hayas sufrido, no importa absolutamente nada, excepto el hecho de reflexionar aquellas experiencias. Al reflexionar, podemos ver lo que antes no habíamos visto...

– En eso estoy de acuerdo contigo, Artemisa. – Albus sonrió con melancolía. – Es impresionante observar lo que piensas, la manera en que ves el mundo. Eres única, Artemisa.

– Ah, sí. Me lo han dicho antes. – Reí torpemente mientras que Albus me volvía sonreír. – Si quieres dejamos la historia para otro día, así puedes aclarar mejor las ideas.

– Sí, creo que será lo mejor. 

**

¡Buenas, mis queridos lectores!

Hoy vengo a aclarar algunas cosillas de la obra. Habrá varios capítulos cortos en los cuales Albus Dumbledore contará su vida, por él mismo y con su propio carácter de ver la vida. Espero que les guste.

La chica de la foto sería Ariana Dumbledore. 

Gracias.

Estefanía. 

Artemisa Slytherin y el Misterio del Príncipe Mestizo ➂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora