Capítulo 8

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*Este capítulo es absurdamente largo, tiene 4.303 palabras pero tiene lo más importante de la historia en sí*

Estaba haciendo mi ronda de prefecta, caminando entre los pasillos del séptimo piso. Todo estaba bastante oscuro, silencioso y cómodo. Scorpius se deslizaba tranquilamente a mi lado cuando escuchamos el ruido de pisadas.

– ¿Theo? – Pregunté a la oscuridad, ya que las pisadas se habían detenido. – ¿Eres tú?

No hubo respuesta.

Scorpius se me adelantó, deslizándose velozmente por el suelo. Caminé sin hacer ruido, afinando el oído para intentar oír de nuevo aquellas pisadas. Frené en seco cuando escuché el ruido del roce de la tela contra la pared de piedra, alguien se encontraba ahí.

Alcé mi varita, apuntando el lugar donde se había oído el roce.

– Lumus –susurré lo más bajito que podía. La luz de mi varita se disparó enseguida, chocando contra la superficie cristaliza de los lentes de Harry Potter. – ¿Harry? ¿Qué estás...?

Él me tomó por los hombros, haciendo que la luz de mi varita se extinguiera y que mi cuerpo chocara contra la pared. Estuve a punto de gritar cuando su mano se posó encima de mi boca. Cuando iba a alzar mi pie para golpearle en el lugar más doloroso que podía tener un hombre, mis ojos enfocaron el rostro de la profesora Trelawney, que iba murmurando al tiempo que mezclaba una baraja de sucias cartas que al parecer leía mientras andaba.

—Dos de picas: conflicto —musitó al pasar por delante de la estatua donde Harry y yo nos encontrábamos escondidos—. Siete de picas: mal augurio. Diez de picas: violencia. Jota de picas: un joven moreno y una chica castaña, preocupado el joven y sorprendida la muchacha, y... a quienes no les cae bien la vidente. —Se detuvo en seco—. No puede ser —masculló con irritación.

La miré con los ojos abiertos de par en par mientras se retiraba. Harry bajó la mano y me soltó de golpe, alejándose un poco de mí.

– Vaya, eso estuvo cerca. – Murmuró él. – Lleva toda la noche andando por ahí, me la he encontrado dos veces y, en ambas ocasiones, ha dicho la misma estupidez. Sólo que antes no hablaba de una chica. – Se rascó la cabeza, mirando la nada, pensativo.

– ¿Dos veces? ¿Qué has estado haciendo para conseguírtela dos veces? – Pregunté con confusión.

– Ah, ya. Dumbledore me pidió el favor de que te buscara, ya que nos quiere mostrar algo a ambos. – Dijo con una sonrisa. – Perdona por haberte asustado...

– ¡No me he asustado!

– Sí, como tú digas, Artemisa. – Se rió mientras echaba a andar. – ¿Vienes o no?

Rodé los ojos mientras echaba a andar detrás de él. Caminamos un corto trecho hasta llegar a la única gárgola que se encontraba pegada a la pared.

– Píldoras ácidas. – Dijimos Harry y yo, al unísono.

Nos volvimos a reír a la par que subíamos las escaleras que conducían al despacho de Albus. La puerta estaba abierta así que, sin más preámbulos, ambos entramos en el saloncito.

– Ah, ya llegaron. – Albus me dedicó una sonrisa, observándome de arriba abajo. – Perdona por interrumpir tu ruta como prefecta, Artemisa, pero este asunto es de suma importancia.

El despacho, de forma circular, ofrecía el mismo aspecto de siempre: los frágiles instrumentos de plata, zumbando y humeando, reposaban sobre las mesas de delgadas patas; los retratos de anteriores directores y directoras de Hogwarts dormitaban en sus marcos; y el magnífico fénix de Albus, Fawkes, estaba en su percha, detrás de la puerta, observándonos a Harry y a mí con gran interés.

Artemisa Slytherin y el Misterio del Príncipe Mestizo ➂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora