Capítulo 30 - 'Entre labios'

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Franco se frota los ojos y sacude su cabeza avergonzado, respira con un poco más de tranquilidad y luego sonríe.

– ¿Te sientes mejor? – le pregunto con delicadeza, él asiente y luego su cuerpo tiembla.

– Tengo frío – ríe – Deberíamos entrar a casa.

– Claro – las mangas de la sudadera de Franco son largas y esconden sus manos, mientras él se pone de pie lo miro por un momento y comienzo a envidiar su belleza. El cabello de Franco es de un color castaño tan brillante casi como comercial de acondicionador, sus ojos son claros y su piel muy blanca, tiene cerca de cinco pecas en cada mejilla, su estilo de vestir siempre le ayuda a verse aún más guapo y sé que algunas chicas gustan de él, pero Franco es relativamente tan pesado con todo el mundo, lo cual le impide percatarse de aquello.

Hago desaparecer todos esos pensamientos de mi cabeza y luego cierro la puerta del jardín mientras él se mantiene sereno, mi teléfono comienza a sonar y noto que Ian me está llamando.

– ¿Qué pasa? – le pregunto mientras tomo asiento en el sofá y Franco se queda haciendo unas cosas en la cocina.

– Nada importante – dice él – Hace frío y por alguna razón me dan ganas de estar acostado y hablar contigo.

– Que bobo eres – digo avergonzado, Ian ríe y comienzo a imaginarlo sonrojado, el chico rudo tiene unas mejillas que no logra controlar.

– ¿Tu Padre está allí? – pregunta él.

– No – respondo mordiéndome el labio nervioso ya que Franco está cerca de mí y no quiero recordarle el tema – Pero todo está mejor así.

– Entonces, si él no está allí ¿Crees que pueda ir a tú casa?

– ¿Ahora? – pregunto sorprendido.

– Si, espérame estaré en cinco – Rodeo la mirada y dejo caer mi teléfono a un lado, levanto mi mirada y veo por la ventana que todo el clima se está poniendo horrible.

– ¿Crees que llueva? – me pregunta Franco, giro mi rostro y veo que él revuelve algo en una olla mientras intenta charlar conmigo de forma despreocupada.

– Tal vez – susurro – ¿Qué estás haciendo?

– Pues, algo que me gustaba de ser millonario era que las cocineras preparaban chocolate caliente cuando era pequeño, y no creo que sea tan difícil – ríe Franco, yo asiento y luego veo como la olla que tenía encendida hace explotar el chocolate y deja la muralla llena de ese dulce aroma.

– ¡Tiene demasiado fuego! – le digo mientras me pongo de pie y camino hacia la olla – no puedes hacerlo así, este chocolate que tenemos acá se calienta mucho y termina explotando.

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