Desvelando acertijos

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A pesar de lo sucedido la noche del baile, Sarah siguió frecuentando a Iván Igorovsky, aunque eso sí, con más cautela. No le interesaba tanto besarse con él como compartir opiniones sobre distintos campos de la magia. El joven era bastante adepto de las Artes Oscuras y se preocupaba mucho por la limpieza de sangre. Asimismo, Sarah había afianzado su relación con su hermano Harry, y estaba construyendo una bonita amistad con Hermione Granger, la cual era muy amable con ella y admiraba su capacidad intelectual y su renovado interés por los estudios.

Sin embargo, Sarah pronto descubrió que su romance con Iván y su amistad con Hermione no eran compatibles. Se veía obligada a elegir.

-No te rebajes -le dijo Iván a Sarah una tarde, paseando por los jardines-. Tu sangre es mestiza. Y Granger es una simple sangre sucia.

-Oye, Hermione es mi amiga -respondió Sarah.

-Ya... eso es lo que quiero decirte. Deberías elegir tus amistades con más cuidado.

Sarah no supo qué hacer. Con Iván podía hablar abiertamente de Artes Oscuras, tema que con Hermione no podía tratar por miedo a que la juzgase o a que se chivase a algún profesor. Sin embargo, Hermione era una buena amiga. Así pues, Sarah optó por no enfrentarse a ella, pero decidió evitarla y pasar más tiempo con Iván.

Severus era consciente de ello, los veía pasar bastante tiempo juntos; y la influencia de Iván sobre su hija no le gustaba ni un pelo. Estaba seguro de que el chico quería utilizarla.

Asmimismo, Sarah seguía guardando los dos frascos que contenían recuerdos privados de Severus Snape. Y por fin se le ocurrió una buena idea para poder ver su contenido sin temor a ser pillada. La muchacha conocía la existencia de la Sala de los Menesteres. Ahora ya no sufría acoso escolar, pero cuando sí lo padecía, en una ocasión, en el séptimo piso, había descubierto una sala en donde esconderse de los abusones. Y comprendió cómo funcionaba. Así pues, para poder ver los recuerdos de Snape, le dijo a Iván que estaba ocupada (quería verlos sola) y se dirigió al séptimo piso. Allí, al fondo, pensó con fuerzas: "Necesito un pensadero" y dio tres vueltas. Acto seguido, apareció una puerta. La abrió, entró y efectivamente, allí se hallaba el objeto que ella deseaba utilizar.

Abrió uno de los frascos, vertió su contenido en el pensadero y se introdujo totalmente en él.

Estaba en una casa lúgubre, en donde sonaba una música de estilo heavy metal. Allí, sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, se encontraba un Severus Snape muy joven, de unos veinte años. Lloraba desconsoladamente. Sarah estaba muy sorprendida. Le resultaba rarísimo ver ese lado tan frágil y tan humano de su profesor. Hasta entonces, lo había considerado serio y frío; incapaz de derramar una lágrima. Asimismo, no se habría imaginado que a Snape le gustase el heavy metal. Ella pensaba que si el profesor estaba interesado en algún tipo de música, sería en la clásica, no en un estilo más moderno.

Sarah también se fijó en que el joven Severus tenía un sobre en la mano, anegado de lágrimas. Éstas habían hecho que la tinta se corriese. No obstante, la muchacha pudo distinguir en el remite el nombre de su madre: Lily Potter. Sarah se acercó a la carta e intentó cogerla de las manos del profesor. Quería leerla. Supuso que no podría, al formar parte de un recuerdo. Y de todos modos, se quedó con la duda, ya que la escena cambió.

Ahora Sarah se hallaba en una juguetería mágica. Severus Snape, aun veinteañero, miraba dubitativo los estantes. La muchacha se dio cuenta del gran parecido físico que su profesor de pociones guardaba con Harry. Allí, al ver a Severus a una edad poco distante de la que tenía actualmente Harry, el parecido se hacía muy evidente. Sarah se preguntó si sería simple casualidad.

La elección de Severus: Entre luz y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora