Severus y Lily en el Bosque de Dean

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Harry reflexionaba cada día sobre las palabras de Hermione. ¿Y si ella tenía razón y Snape era su padre? Cuando ese pensamiento invadía su mente, él trataba de desecharlo. Snape había matado a Dumbledore; y él no quería tener un padre así. Sin embargo, en la mente del chico apareció fugazmente la imagen de su hermana, y se dio cuenta, con horror, de que Sarah tenía esos ojos negros, iguales a los de Snape... "Tiene que haberlos heredado de algún otro antepasado", trató de justificarse Harry. Además, no se imaginaba a su madre con alguien como Snape.

Por si esos pensamientos no fuesen ya lo suficientemente perturbadores para el chico, no sabía cómo conseguir la espada de Gryffindor, y además, su amigo Ron los había abandonado a él y a Hermione. La chica estaba en la tienda de campaña, con la radio en la mano, fingiendo escucharla, pero seguramente, con la mente a muchos kilómetros de allí.

Hermione... ella siempre había estado a su lado. Siempre. Incluso cuando Ron se había distanciado de él por haber envidiado que participase en el Torneo de los Tres Magos. E incluso ahora; en sus momentos más difíciles. Ella podía haberse marchado con sus padres a Australia, renunciando al sacrificio de ayudarle a destruir los horrocruxes. Sin embargo, allí estaba.

Y Harry, impulsado por una fuerza interior, supo lo que debía hacer. No dudaba.

-Hermione -declaró-. Tú siempre has estado a mi lado. Cuando salgamos de ésta, te lo compensaré todo. Te lo prometo.

Ella sonrió, lo cual contrastó con las lágrimas que le resbalaban por la cara; seguramente de emoción. Se levantó y abrazó a Harry.

-Harry, te quiero -dijo ella-. Siempre ha sido así.

-Te quiero, Hermione -respondió él.

***

Entretanto, los miembros del Ejército de Dumbledore, incluido Anthony Goldstein, le hacían el vacío a Sarah. Durante las comidas, ella se sentaba sola en un extremo de la mesa de Ravenclaw, sin hablar con nadie. Un buen día, mientras se dirigía a una clase, la muchacha oyó que alguien la llamaba.

-¡Eh, Potter!

Ella miró atrás y vio a Draco Malfoy, acompañado por Crabbe y Goyle.

-Potter, veo que has demostrado mucha más inteligencia que tu hermano -opinó Draco-. Sé lo de la espada de Gryffindor. Está bien saber que te posicionas del lado correcto.

Ella esbozó una débil sonrisa.

-Puedes sentarte conmigo en Pociones -añadió Draco-. No se te dan del todo mal.

Sarah se quedó pensando. Era la mejor de su curso en Pociones, y supuso que Draco le decía eso para aprovecharse de sus habilidades. En ese momento, alguien se acercó por el pasillo: era Pansy Parkinson.

-¡Draco! -exclamó esta última-. ¿Qué servicio necesitas? Es que como estás hablando con una esclava...

Crabbe y Goyle soltaron unas risitas estúpidas. Y Sarah empuñó la varita.

-¡Vaya! -dijo Pansy-. ¡La esclava quiere guerra!

-Petrificus totalus -pronunció Sarah, apuntando a la otra chica.

Y Pansy se quedó petrificada en el suelo hasta que Malfoy realizó el contrahechizo.

En clase de Pociones, Sarah se colocó lejos de sus compañeros, pero enseguida Draco se le acercó. Entonces, Pansy la miró con rabia, como si ella tuviera la culpa.

-Siempre he sabido que tú no eras como tu hermano -le susurró Draco a Sarah.

Ella no contestó. Siguió elaborando la poción en silencio, consciente de que Draco copiaba su método.

La elección de Severus: Entre luz y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora