three

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En efecto, había que desconfiar de mi habilidad con las mujeres. Podría explayarme y hacer una lista de cien líneas de cómo me las ingenio para estropear la oportunidad de un ligue con una chica en particular.

Desde que llegué a la jodida fiesta, estuve observándola como un psicópata. Se veía demasiado bien usando una blusa de color blanco y una falda amarilla; el blanco le favorecía y el amarillo era mi color favorito, por supuesto.

Gustav había notado mi fascinación por la morena de ojos verdosos, por lo que me miraba con suspicacia y cautela, seguramente procurando que no me acercara a la mejor amiga de su futura novia, aunque al final no pudiera evitarlo.

–Marco– comenzó con tono de reproche–, sé que es linda y totalmente tu tipo, pero no sé si Emery aprecie que un amigo mío dañe a una amiga suya.

–¿Dañarla? ¿Por qué lo haría? Eso traspasa mi límite.

–Solo te digo... ella no es como acostumbras, no sé si ya lo notaste por su introvertida postura o el largo de su falda. Hay un montón de chicas las cuales estarían más que dispuestas a lo que tú buscas, pero ella no.

–¿Y cómo sabes tú eso?– alcé una ceja.

–Emery me contó sobre la noche en que la conocí– claro que lo había hecho.

–Dame un descanso, no soy un monstruo, ¿qué mal le podría hacer? Y si tan malo soy, no creo que se enamore de mí– rodé los ojos.

–Eso crees tú, pero a las chicas les gusta pensar que pueden cambiar a un mujeriego y transformarlo en su hombre ideal.

En eso tenía razón. No podía contar las veces en que las muchachas con las que decidía pasar la noche sugerían iniciar algo más serio e intentaban hacerme ceder a través de sobornos o favores sexuales. Su propósito siempre era tener un novio adinerado que las tratara como reinas, básicamente una vida perfecta.

–Dame solo una oportunidad– murmuré avergonzado. ¿Qué me ocurría? Yo no rogaba por tener sexo, ellas lo hacían.

–Si lo logras espero que aceptes las consecuencias– me señaló con su dedo índice y se marchó.

Una sonrisa de oreja a oreja cubrió mi rostro cuando la vi sola. Estaba completamente cegado por mi ego y probablemente mi calentura, y ella se veía más apetecible que un postre en ese momento.

–¿Tú de nuevo?– murmuró en cuanto me puse en frente suyo.

–Soy un chico que sabe lo que quiere– se sonrojó.

–No me quieres a mí, quieres mi cuerpo– reí levemente. No sé por qué una frase tan seria sonaba tan inocente viniendo de ella.

–¿No lo tomas como un cumplido?

–No veo particularmente halagador que me traten como una presa a la cual hay que atrapar a toda costa.

–¿Acaso eres virgen?– sí, pasé a ser un total idiota en apenas cinco segundos.

–No es de tu incumbencia– su voz era tan tierna que no podía pensar que estaba cabreada.

–Vamos, ¿qué tan mal podría resultar para ti aceptar mi invitación?

–Eres irritante.

–Insistente– corregí con gracia.

–Solo déjame en paz, ¿vale?– suspiró exasperada y se alejó de mí.

¿Cuánto tiempo y esfuerzo me iba a llevar que accediera? La paciencia se me estaba agotando.

Los siguientes cinco días se resumieron en mis fallidos intentos de conquistar a Zoe, llegó al punto en que estaba siendo patético y aún así ella no quería ni verme. Lentamente esto se iba haciendo más un suplicio que un desafío, y ni siquiera importaba que me acostara con modelos del medio local e internacional, no podía sacarme a la chica de mi mente, ¿estaba desesperado? Muy probablemente. Lo único que sabía es que no había logrado ningún avance en estas dos semanas.

–Deberías solo dejarlo ir– dijo con simpleza Auba después de estar partiéndose el culo media hora con mi trágica historia.

–¿Para que me molestes con esto hasta el día en que tú o yo muramos? No, gracias– agarré el joystick y prendí la consola. Sí, Auba había vuelto a Dortmund.

–Eres un hijo de puta con letras mayúsculas.

–Me han dicho cosas peores– me encogí de hombros y empezamos un partido de fifa–. ¿Desde cuándo juegas con Bayern Munich?

–Desde que estoy con el humor para destrozarte aún más anímicamente– rodé los ojos.

–Y yo soy el hijo de puta con letras mayúsculas.

–Disculpa, pero alguien agarra el Borussia Dortmund antes de que yo pueda coger el mando, así que te jodes.

–Como quieras.

–¡Mia San Mia!– aparentemente tenía ganas de que le rompiera la mandíbula de un golpe.

Terminé ganándole 4-3 con 3 goles míos además de uno suyo, y sus goles fueron de Lewandowski, Vidal y Müller.

–Echte liebe– le saqué la lengua y rió. Todo se lo tomaba con gracia, si yo hubiera perdido estaría en una esquina de mi casa planificando mi venganza.

–Mierda, es tarde. Mi esposa me espera con la cena lista en mi humilde morada, ¿nos vemos mañana?

–Claro– hicimos nuestro típico saludo de manos y se fue de mi casa.

En cuanto se fue tuve la idea de llamar a una de mi «amigas» recurrentes, pero no tenía ganas, hacía tiempo que eso se había vuelto más una costumbre que un placer.

Prendí el televisor para encontrarme con el partido de Alemania contra Argelia, el encuentro de la selección nacional en fase de octavos de final. Corría el minuto 106, tiempo suplementario, y ambos equipos iban igualados a 0. Mis compañeros estaban desesperados por conseguir un gol, hasta que Schürrle lo consiguió.

No había visto ninguno de los partidos de la fase de grupos, principalmente porque me sentía como un inútil estando sentado en mi sillón en Dortmund yendo ocasionalmente a terapias para superar mi lesión. Estas lesiones habían sido tan repetitivas que ya no me sorprendían, pero sí que me enojaban.

Apagué el televisor mientras todos los alemanes gritaban gol y Schürrle celebraba su tanto para salvar la clasificación. Sentía envidia, yo quería estar en ese mundial y marcar goles como mis amigos lo estaban haciendo, pero la vida no es como quieres, ¿no?

Espero que les guste 😘

Let her go // Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora