twenty

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Debo ser totalmente sincero: hasta el momento en que Jenell lo mencionó, nunca pensé en recuperar a Zoe. Simplemente se veía como una idea lejana, casi imposible, ¿cómo podría recuperarla si ni siquiera se acordaba de mí? Básicamente sería enamorarla como si fuera la primera vez, y no estaba seguro de si su mejor amiga o sus padres estarían felices con eso, porque vaya que me odiaban, y con fundamentos justos.

Jenell me dejó solo recapacitando al respecto, y me tomó bastante rato llegar a una conclusión: lo mejor sería acercarme para ser su amigo, y si algo surgía entre ambos, lo dejaría pasar, pero si no lo hacía, lo comprendería. Me daba miedo la idea de estar enamorado de Zoe, ella no me recordaba para nada, y yo estaría siendo un psicópata amándola. Sin contar que mi fobia al compromiso persistía, no saben cuánto me aterraba la idea de despertar con alguien cada mañana y tener un anillo alrededor de mi dedo anular izquierdo, era inexplicable, lo sabía, pero de eso se tratan las fobias, son miedos irracionales y sin justificación.

No recuerdo bien a la hora que me fui a dormir, pero al día siguiente en el entrenamiento estaba tan cansado que supe que fue bastante tarde. Todo el equipo me miraba raro, en estos dos años me había caracterizado por ir por la vida con buen humor, sin excepciones, y todos estaban comenzando a pensar que volví a ser el Marco Reus del 2014, ¡hasta yo estaba pensándolo! No podía ser que así como así una sola persona te cambie los ánimos. Maldita y bendita Zoe.

–Hermano, ¿estás bien? Te noto estresado– preguntó con preocupación Auba.

–No, no estoy para nada bien, ¡casi no dormí anoche! Jenell me preguntó qué voy a hacer para recuperarla, ¡y ni siquiera lo había pensado! Digo, ¿cómo podría recuperarla? ¡¿Cómo?!

–Vale, usualmente cuando te preguntan si estás bien dices que sí por cortesía y te tragas todos tus problemas, pero lo que acabas de decir es válido, supongo– murmuró confundido por tanta información.

Pasé mis manos por mi cabello y dirigí mi mirada al otro extremo de la cancha. Mario parecía igual o peor que yo, anímicamente hablando. Quería tragarme mi orgullo e ir hablar con él, pero creo que sería hipócrita de mi parte.

–¿Qué le pasó a Mario?– le pregunté disimuladamente a Auba.

–Terminó con Ann, o Ann con él, no lo sé– se encogió de hombros–. Creo que pensaba pedirle matrimonio en el verano, pero algo pasó.

–Alguien pasó– interrumpió Bürki–: la hermana de Marc.

–¿Zoe?– era difícil de creer que mi Zoe podría terminar una relación.

–Esa chica tiene fama de rompe-hogares, ¿sabían que se ha metido con tres hombres casados?

–¿Zoe? ¿No la estarás confundiendo con otra?

–¡Joder, no! ¡Es ella! Lleva un par de días en Dortmund y ya arruinó otra relación, ¿tiene un record? Desearía estar casado o tener novia para que fuera mi turno.

–Roman, en serio, en este momento deberías callarte e irte– le susurró Auba mientras yo apretaba mis puños.

No iba a tolerar que hablara así de ella. No me importaba si me criticaban a mí y a mi imagen, pero Zoe es jodidamente intocable. Estaba tan furioso que hubiera golpeado a Bürki, pero me controlé para no generar una escena que nos marginara a ambos de los próximos partidos.

–¿Qué demonios acabo de oír?– Auba estaba igual de asombrado que yo.

–Esa no es Zoe, me rehuso a creer que es Zoe.

–No lo sé Marco, ¿no crees que haya cambiado en dos años? Tú mismo dijiste que no es la misma.

–¡No porque no sea la misma va a ser una zorra! Auba, cierra la boca, en serio– negó con la cabeza y volvió a su rutina de ejercicios.

Tenía que ir a visitar nuevamente a Emery. Todo esto era un malentendido, Mario en realidad terminó con Ann-Kathrin por decisión propia y fue un tema exclusivamente suyo, de ellos dos, sin terceros... ¿o eso quería creer yo?

La rutina del día anterior se repitió con la misma cotidianidad, aunque con un poco más de exigencia en el entrenamiento, considerando que pasado mañana nos enfrentaríamos al Mönchengladbach en el Signal Iduna Park. Por lo que había oído, Zoe se haría presente para ver jugar a su hermano, aunque bajo la condición de que él también la acompañara a ver un juego de basketball de los New York Knicks. Quería preguntarle a Marc si estaría con su hermana por la tarde, para saber si podría ir a hablar con Emery de lo que Roman dijo, pero sería muy extraño para él que le preguntara eso, ¿no? Así que mejor me quedé a una distancia razonable, esperando a que lo mencionara por su cuenta.

–Hoy vamos a ir a correr por la noche, dijo que quería volver a hacer deporte. El accidente la tuvo en cama por meses, así que está desesperada por bajar los pocos kilos que ganó– negó con una sonrisa.

Bingo.

Cuando llegué a mi casa y saludé a Jenell, ni siquiera me molesté en decirle que iría al piso de Zoe y Emery, sobretodo porque no quería hablar de las atrocidades que dijo Roman de la primera. Aún me hervía un poco la sangre, pero solo un poco... ¿a quién quiero engañar? Iría en ese instante a su casa a golpearlo si pudiera. Como sea, salí rumbo al piso de Emery sin siquiera decirle, y no creo que se fijó.

Al pararme frente a su puerta no dudé en tocar el timbre. A diferencia de la primera vez que vino, ahora se demoró un poco más en abrirme, supongo que era porque esta visita no era premeditada. Me invitó a pasar extrañada y nos sentamos en los sofás.

–¿Qué haces aquí?– fue directo al grano.

–He oído unos rumores sobre Zoe bastante... inquietantes– alzó una ceja.

–Los cuales serían...

–Básicamente la llamaron una perra rompe hogares, dijeron se había metido con tres hombres casados y que fue responsable por quebrar la relación de Mario y Ann-Kathrin– parpadeó un par de veces y suspiró.

–Zoe no es una perra, a esos tres tipos no les puso una pistola en la cabeza para que engañaran a sus esposas con ella y mucho menos los sedujo. Sobre Mario y Ann no tengo idea.

No podía creer las palabras que estaban saliendo de su boca, ¿qué demonios?

–Entonces: ¿es verdad?– asintió lentamente, solté una risa irónica–. Increíble.

–Zoe ha cambiado mucho Marco, tal como tú lo has hecho, quizás tu avanzaste los pasos que ella retrocedió, no podría juzgarlo– susurró.

–¡Increíble! ¡En serio! ¡Que grande es el karma! En el instante que yo empiezo a mejorar ella empeora, ¿es que acaso ella tiene la maldita culpa de lo que yo le hice?

–No.

–Era una pregunta retórica– me levanté de mi lugar y caminé hasta la puerta–. En serio, increíble.

Abrí la puerta y me encontré a Zoe con las llaves en su mano derecha apunto de insertarlas en la cerradura, tenía el ceño fruncido, lo que me hizo saber que había escuchado parte de la conversación.

–¿Marco? ¿Qué haces aquí?– miró a Emery–. ¿Y qué demonios es lo «increíble»?

Let her go // Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora