twenty nine

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Maratón: 2 / 3

El fin de semana de navidad se acercaba, lo que significaba una gran cena con mi familia. Todos los años insistían en que llevara a mi novia, sin saber que realmente no era capaz de mantener una relación incluso si mi vida dependiera de ello, pero para esta navidad el contrato estipulaba que Zoe la pasara conmigo, y estaba increíblemente nervioso.

El Viernes nos reunimos a tomar un café y a discutir sobre nuestra «relación», obviando el hecho de que mi madre iba a preguntar.

–Vale, ¿cómo y cuándo nos conocimos?– preguntó, para que repasáramos la historia.

–El invierno pasado, cuando fui a New York. Luego nos reencontramos en Dortmund porque te fui a buscar al aeropuerto, sin saber que eras hermana de Marc– sí, incluía partes reales, y lo peor era que yo no las había propuesto.

–¿Cómo fue que formalmente me pediste ser tu novia?– llevó la taza a sus labios con diversión en su mirada. A ella le encantaba esto, lo podía notar.

–Te llevé al mirador de Dortmund– rodé los ojos.

–¡Muy bien Marquito! Creo que te mereces un premio– fruncí el ceño.

–No soy un perro.

–¿En serio?– se burló y no pude evitar reír.

De todos modos, me encantaban sus premios. Desde el día que la fui a buscar al aeropuerto por segunda vez se había repetido lo que pasó entre nosotros, y no podía negar que eso había elevado mis niveles de dopaminas, serotoninas y endorfinas. Nadie sabía lo que estaba pasando entre Zoe y yo, según Jenell, Gustav, Auba y Mario solo estábamos siguiendo al pie de la letra el contrato.

Un par de horas después estábamos besándonos en mi cama mientras ella intentaba levantarse para poder irse y yo se lo impedía. Me gustaría tenerla todo el día para mí solito, pero obviamente eso no iba pasar.

–Marco, me tengo que ir– murmuró sobre mis labios y yo apreté mi agarre en su cintura.

–No te vayas, quédate un rato más– estaba tan distraído recostándola nuevamente que no me percaté del sonido de la cerradura abrirse.

–¿Marco? ¿Estás en casa?– mierda, esa era Jenell.

–¡Te dije que debía irme!– susurró enfadada Zoe y yo me encogí de hombros.

Unos segundos más tarde Jenell había abierto la puerta e hice lo mejor que pude para cubrirnos con la sábana.

–¡Mierda! ¡Lo siento!– se disculpó y cerró la puerta de inmediato, Zoe suspiró.

–En serio tengo que irme ahora– fruncí el ceño al notar que estaba enojada.

–¿Por qué estás enojada?

–¡Porque nos vio!

–¡Es Jenell! No le va a decir a nadie– aseveré con toda la seguridad posible.

–No me preocupa que le diga a alguien, no creo que lo haga, pero... no quiero que piense que esto va más allá del contrato.

–Pero... va más allá del contrato, ¿no?

–No, Marco– suspiró una vez más mientras buscaba su ropa y se la ponía-. Quizás deberíamos dejar de hacer esto

–¿Qué? ¿Por qué?

–Obviamente estás más comprometido con esto de lo que yo lo estoy, y no quiero generar tensiones mientras dure el contrato.

–¿Generar tensiones? ¡Tú eres la que está generando tensiones! Ni siquiera sé por qué estamos teniendo esta conversación– gruñí justamente cuando terminó de vestirse.

–Si quieres que esto siga, necesito que me prometas algo– vi cierta vulnerabilidad en sus ojos, lo que me llevó inconscientemente a asentir–. Prométeme que no... mierda, suena ególatra, pero en serio, prométeme que no te vas a enamorar de mí.

Me quedé helado de escuchar eso. Ella no tenía idea de mis sentimientos, claramente, sino ya hubiese salido corriendo. Yo la amaba incluso antes de que volviera a Dortmund, no encuentro otra explicación lógica de por qué me rehusé a acostarme con otras mujeres hasta que ella llegó.

Me tenía entre la espada y la pared. No estaba dispuesto a dejar de amarla, pero tampoco estaba dispuesto a terminar lo que recién había empezado.

–Vale, te lo prometo– asentí con la cabeza y ella sonrió levemente. Dejó un beso en mis labios y salió de la habitación.

Me quedé un par de minutos pensando en todo lo que había pasado en tan poco tiempo y finalmente decidí vestirme. Cuando estaba listo, Jenell golpeó la puerta de mi habitación.

–¿Estás con ropa?

–Sí– abrió la puerta y se dirigió a sentarse en mi cama.

–Vale, eso fue mucho más rápido de lo que esperaba– negué con la cabeza frustrado–. ¿Qué? ¿Acaso los interrumpí?

–No, pero ella me dijo que no debo enamorarme, ¿cómo demonios planea que no lo haga si cada vez que viene a casa terminamos teniendo sexo?– gritó.

–¿No es la primera vez? ¡Joder! ¡Le debo veinte euros a Gustav!

–¿Acaso escuchaste lo que te dije?

–Lo siento, lo siento... no veo eso como un problema si es que tú logras enamorarla– sugirió.

–¿Enamorarla? ¿Acaso no la has visto? ¿Acaso no me has visto a mí?– frunció el ceño.

–¿A qué te refieres?

–Ella es perfecta y yo soy incapaz de enamorar hasta a una piedra.

–Dile eso a tus fangirls– murmuró y la miré mal–. Vale, lo siento, pero estoy segura de que puedes lograrlo.

Ella estaba equivocada.

Llamé a Zoe unas diez veces el día Viernes, pero no contestó ni una de ellas. Supongo que mi afirmación no le había servido del todo y que aún dudaba de que yo fuera capaz de mantener mis sentimientos a la raya, lo cual si bien era completamente entendible no me favorecía para nada. ¿Cómo se suponía que fuera capaz de enamorarla si ella no me quería ni hablar? Demonios, cada vez el plan parecía más lejano.

Mi última llamada se fue directo al buzón de voz, y unos segundos más tarde tenía un mensaje de ella.

De: Zoe.
No puedo hablar ahora. Ven a buscarme mañana para la cena, como dijimos.

Ni siquiera había usado un emoji, y demonios, eso me aterrorizaba.

Fui a la casa de Mario, desesperado, porque necesitaba un buen consejo de alguien quien mínimamente hubiera tenido una relación que no se limitara a un par de semanas, como era mi caso. Nunca me hubiera imaginado en busca de una sugerencia amorosa, en ese aspecto consideraba mi vida resuelta, además, por tantos años me creí un experto en mujeres, pensando que llevármelas a la cama y luego echarlas de mi casa era realmente algo que admirar. Ahora me daba cuenta que abrir la mente y el corazón era mucho más complejo y fascinante que abrir las puertas de una habitación.

–¿Qué te ocurre?– preguntó apenas vio mi cara.

–Zoe– suspiré y entré sin siquiera pedir permiso. De todos modos era como mi casa.

–¿Qué pasó con ella?

–No contesta mis putas llamadas, y creo que es porque se dio cuenta de que la amo. Joder, se suponía que ella también iba a enamorarse de mí, no que me ignoraría por el resto de mi existencia cuando se percatara– me lancé en el sofá.

–Vale, esto amerita pizza– agarró su móvil.

Let her go // Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora