twelve

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Dormí cómodamente entre los pechos de mi chica, y se sintió incluso mejor de lo que esperaba. No le permitía a nadie que tocara mi cabello, pero si ella lo hacía no me molestaba para nada, de hecho era bastante agradable.

Me alejé un poco para verla, nunca se había visto mejor. Bajé mi vista y pude ver el tatuaje de «Carpe Diem» bajo su seno izquierdo.

–Este es el famoso tatuaje oculto– reí y ella asintió–. ¿Por qué este lugar en particular?

–Va a sonar muy cursi, pero como es de mi película favorita y mi frase favorita, la quería tener cerca de mi corazón.

¿Cómo podía ser tan profunda? Mis tatuajes nunca tendrían la misma carga sentimental que los de ella.

–¿Y qué significa?– pregunté con curiosidad.

–Aprovecha el día. Si no hubiera sido porque me repetí mil veces esa frase anoche, probablemente no estaríamos así– rió.

¿Recuerdan cuando le pregunté a Zoe si era virgen? Bien, creo que nunca había estado más equivocado en toda mi vida. El problema ahora era que esto no pintaba para ser un lío de una noche, ahora era demasiado adicto a su piel y a ella en general.

–¿Quieres desayunar?– me acomodé en mi lado de la cama.

–¿Podemos dormir un poco más?– su voz seguía sonando tierna, solo un poco más grave.

–Claro– esta vez ella se acomodó sobre mi pecho y nos volvimos a dormir.

Cuando desperté y tanteé la cama a mi lado, el colchón estaba frío. Me estiré y me levanté, de inmediato percibiendo un muy buen olor desde la cocina. Dios, no puedo describir lo feliz que me puse al ver que Zoe estaba usando una de mis camisetas. Le quedaba jodidamente bien, para ser franco.

–¿Qué haces?

–Pancakes, ¿te gustan?

–Sí– me apoyé en la encimera mientras ella volteaba expertamente los pancakes en la sartén.

Desayunamos hablando de cualquier cosa, pero fuimos interrumpidos por el sonido del timbre. Me levanté a abrir la puerta, y cuando lo hice, Mario estaba cruzado de brazos con cara seria.

–¿Mario? ¿Qué haces aquí?

–Vine a hablar contigo– miré al interior a Zoe sentada con el ceño fruncido.

–No es un buen momento.

–Bueno, no me importa, voy a entrar de todas formas– cumplió con su palabra, pero se detuvo al seco cuando vio a Zoe–. Oh, lo siento, no sabía que tenías compañía.

–Mario, ella es Zoe– murmuré y rodé los ojos. Mi ex mejor amigo alzó una ceja cuando mencioné su nombre, seguramente esperaba a que no la presentara porque se me había olvidado como se llamaba.

–Un gusto– susurró ella incómoda. Oh, cierto que estaba usando solo mi camiseta–. ¿Debería irme?

–No, Mario debería irse.

–De todos modos tengo cosas que hacer, nos vemos luego Marco– se levantó, besó mi mejilla y fue a la habitación a vestirse. Cuando salió de la casa, Mario se dignó a hablar.

–¿Desde cuándo desayunas con ellas?– negué con la cabeza.

–No es asunto tuyo.

–¿Podemos hablar? Como adultos civilizados, por favor.

–Tú fuiste el poco civilizado la última vez que nos vimos– me crucé de brazos.

–Lo sé, pero vine a pedirte perdón– solté una risa seca.

Let her go // Marco ReusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora