Introducción.

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—Draco Malfoy.
El recién nombrado levantó la vista hacia el ministro. Su mandíbula se tensó y sus ojos reflejaron angustia.

—Hijo de Lucius Malfoy y Narcissa Malfoy. Al parecer, las pruebas indican que no has cometido algún delito. ¿Estoy en lo correcto? Bien, me hubiera gustado que tú al igual que tu familia se pudrieran en Azkaban. Sin embargo, no cantes victoria.

»Eres un mortífago de todas formas, no quedas impune ante eso y menos ante la ley. Tampoco puedo exhiliarte del mundo mágico porque no sabemos de lo que es capaz,

»por ende estará bajo la tutela de alguien de confianza. No hasta que cumpla la mayoría de edad, sino que será como una pequeña condena de seis años y tres meses. ¿Si entiende? Al finalizar esa condena se le devolverá su varita y tendrá permiso de usarla, sus derechos también regresarán con usted. —Concluyó ensanchando una pequeña sonrisa.

—¿Cómo? —Fueron sus únicas palabras antes de prestar atención.

—Como usted oyó, niño Malfoy. En efecto, ha perdido sus derechos. A continuación será escoltado por un auror hacia su nuevo tutor. No se sorprenda, será una grata elección.

El rubio quiso protestar, pero simplemente guardó silencio. En su cabeza las voces gritaban que saliera a correr de aquel lúgubre lugar, sin embargo el miedo era aún mayor. Estar encerrado durante tres semanas hasta el día de su condena no le favorecía en nada. Había comido poco, ni siquiera tenía hambre; tan solo quería que aquello no sea una pesadilla.

Después de que la guerra, haya finalizado, lograron escapar pero al poco tiempo fueron arrestados y él fue separado de sus padres. Aunque pidiera una explicación nadie socorrió a dársela. Internamente se había preguntado ¿Cuál era el motivo para mantenerlo encerrado en un horrible cuarto?

El auror permaneció con una sonrisa, una diferente: era más bien de satisfacción, una de descaro y arrogancia. ¿Adónde lo llevaban? ¿Qué es lo que estaba sucediendo?

—Tranquilo, niño —dijo el auror como si hubiera leído sus pensamientos—.  Deberías estar feliz de no estar pudriendo tu trasero en una de esas celdas en Azkaban, después de todo no eres más que un asqueroso mortífago.

Draco había hecho una mueca ante ese comentario y los constantes tirones para que caminara a su mismo paso.

—Iremos primero a tu habitación designada, vía red flú —comentó divagando levemente sobre aquel amplio salón antes de señalar un frasco el cual contenía los polvos flu—, apúrate, sigue siendo la misma dirección ¡Pero vamos que no tengo todo el día, mocoso!

Draco dio un respingo asintiendo, después de haber tomado un puñado de ello y mencionado el lugar pronto se vio envuelto en unas llamas verdes. Seguido de él: llegó su auror.

—Bien, ten, ponte. —Ordenó el auror.

Su acompañante de inmediato le entregó una bolsa de color negro, antes de salir, el muchacho habló.

—¿Qué es? —cuestionó de forma dubitativa.

Draco Malfoy arrugó el ceño, contrario a él, el rostro del auror se iluminó.

—Debes quitarte esa ropa que llevas puesta, ponerte la que hay dentro y esperarme. Por las dudas, estaré afuera. —Aclaró. Al poco tiempo el auror salió de la habitación dejando al muchacho solo.

El rubio metió su mano dentro de la bolsa quitando de ahí una playera y un pantalón de algodón gris. No dijo nada y solo continuó quitándose una de sus mejores prendas para reemplazarlas con prendas muggles. Al final suspiró de frío y talló sus ojos tratando de hacer desaparecer su miedo. Pocos minutos bastaron para tener nuevamente la presencia del auror con una túnica negra.

Subastado. |Harco. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora