Capítulo dos.

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   Su cuerpo dolía, todo en sí. Su triste realidad se mostraba como tal: cruel y despiadada. No había nada que cambiara esa situación más que regocijarse ante el sucumbido dolor que demandaba un horrible sentimiento de amargura.

   ¿Por qué nada podía ser distinto? Intentó cubrir su cuerpo con aquellas sábanas de seda. De una cálida seda, trató de calmar su angustia al haber sido tocado de aquella manera. Estaba más que claro, de que aquello, eran una de sus peores experiencias.

   ¿Es así como le tocaría vivir? ¿Es así como todo sería? Se negaba ante esa idea tan atroz que se encadenada en sus pensamientos como un torbellino. Un torbellino que nublaba sus esperanzas. “Debió haber sido peor” intentó –Claro que lo hizo– de buscar, al menos, un ameno consuelo.

     Pero nada lograba amortiguar sus irremediables ganas de llorar y lamentarse. Le daba vergüenza, se repudiaba a sí mismo: no estaba seguro de querer convertirse en el juguete personal de George Weasley.

—Aún lloras —dijo su victimario. Claro, era la víctima de esta historia— Fue hace dos horas, mocoso.

   Draco lo miró por unos momentos. ¿Por qué no entendía? Se preguntó para sí mismo y continuar, nuevamente, en sus pensamientos.

—¿Piensas seguir? ¡Ay por favor! Eres un exagerado. Bueno, por algo eres un Malfoy. ¿No? —Bromeó tomando con fuerza el brazo del muchacho, logrando de este, un sordo jadeo de dolor— cálmate, si no lo haces me veré obligado a golpearte quizás de esa forma aprendas a obedecer.

    El unigénito de los Malfoy secó bruscamente sus lágrimas ante aquella amenaza. No necesitaba más golpes de los que pudo obtener ese día.

—Necesitas un baño  —Observó el desastre de la cama y luego, observó el cuerpo del chico. Era pequeño, desde luego.  Pero no diría nada, sonrió instintivamente antes de levantarlo bruscamente de esta— descuida, el hechizo no hará nada mientras sea yo quien te libere.

                            [...]

—Señor Potter, ¿A qué debo este tan grato honor? —preguntó el ministro guiando su mirada hacia el salvador del mundo mágico.

—Quiero, quiero testificar a favor de los Malfoy —Respondió neutro— Vengo a pedir, no, a exigir la libertad de los Malfoy.

El ministro enarcó una ceja, recordando la cantidad de dinero que obtuvo gracias al niño Malfoy.

—Me temo que eso será imposible.

—¿Imposible? —Murmuró el chico desconcertado— Dentro de unos días será el juicio de Lucius y Narcissa Malfoy. Vengo a dar las pruebas exactas para probar que todo lo que habían hecho fue por temor a que lastimen a su hijo.

—Desde luego, podrá hacerlo por los señores Malfoy. Si eso es todo puede retirarse
En esos momentos el ministro se encontraba sumamente tenso.

—Aún falta algo más,  ¿Draco Malfoy? Quiero verlo —Ordenó.

El hombre dio un respingo y negó.

—Él ya ha sido enjuiciado. Está… está cumpliendo su condena de seis años.

—¿Por qué el juicio ha sido ante que el de sus padres? Y sobre todo ¿Por qué lo enjuiciaron en privado? No ha cometido ningún delito y como dije, todo ha sido por miedo.

—Lamento decirle, señor Potter, que ha llegado tarde y que este caso ya ha sido cerrado —Respondió azaroso 
—. Si eso es todo, me temo que debe retirarse.

    Harry miró con desprecio al hombre quien no se inmutó. El azabache no quería problemas con el susodicho, tan solo confirmar lo que en aquella vez Seamus le había contado. Y era cierto, Malfoy estaba en manos de un depravado «cumpliendo su condena». Ayudaría a los padres del rubio y lo buscaría por cielo y tierra si fuera necesario.

    Había sido ascendido a la academia de auror por el simple hecho de ser el niño que vivió y venció. Eso estaba más que claro, a pesar de aún prevalecer con su escaso conocimiento hacia la academia (ya que aún estaba en entrenamiento) podía tener el tiempo necesario para dedicarse a esa investigación.

¿Dónde estás, Malfoy?
Murmuró el chico saliendo de aquel tétrico lugar alegando el hecho de que Ron y Hermione estaban esperándolo.

—¿Por qué nos obligas de venir hasta aquí? —Preguntó un incrédulo Ron.

—Tengo algo sumamente importante que contarles, pero aquí no. Iremos al mundo muggle.

Sus amigos no se opusieron ante tal propuesta y más por la curiosidad que aquello le originaba. Habían ido a una cafetería muggle, muy alejado de todo aquel mago capaz de oír su conversación.

—Y bien —Hermione habló tomando asiento, acción imitada por Ron y Harry—, cuenta.

Harry soltó un suspiro tratando de simplificar los últimos sucesos que le había tocado experimentar.

— ¿Han oído de la subasta anual (clandestinas) que recientemente se ha realizado? —Sus amigos asintieron— De acuerdo, fui a esa subasta.

— ¿Qué? — Hermione sonó, verdaderamente, incrédula.

— Larga historia, en fin. Ese no es el tema. Sucede que en el ministro venden a los Mortífagos más jóvenes—Su voz había ido disminuyendo con cada palabra temiendo a las reacciones de sus amigos— También sucede lo mismo con los secuestros. El punto es que, quiero acabar con esa estúpida organización y recuperar a cada chico y eso incluye a Draco Malfoy.

Sus amigos se tensaron al oír aquellas explicación y Ron trató de volver a respirar. Sabía que su hermano estaba involucrado en esos tema: así él se hubiera negado.

—¿Malfoy ha sido subastado? —Preguntó Ron hacia su mejor amigo— Prefiero que esté en Azkaban pudriendo su pálido trasero en una de esas asquerosas celdas.

—Como sea — Interrumpió Hermione—¿Cómo piensas hacerlo?

—No lo sé, pero necesito de su ayuda.

—¿Cómo en los viejos tiempos, Harry? —Ron sonrió.

—Como en los viejos tiempos, Ron.

Subastado. |Harco. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora