11.

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Hacía tiempo venía preguntándome cómo sería este momento. Me costó caer en cuenta de que estaba sucediendo. Sus labios eran suaves y carnosos. Combinaban con los míos como si fueran los unos para el otro. El beso comenzó delicado, como si al principio estuviésemos tanteando terreno, pero rápidamente escalo a uno mucho más pasional. Admito que besaba condenadamente bien y  sabía de antemano que no podría parar de pensar en repetirlo todo el tiempo. 

Amber se apartó jadeante. Besé su comisura del lado izquierdo, siguiendo por su mentón y continué el rastro hasta llegar a su cuello. Planté un par de besos en esa zona y noté como su piel se erizaba ante el contacto mientras que ella soltaba un suspiro. 
Nos separamos  definitivamente cuando ella colocó ambas manos en mi pecho y me apartó despacio. Cuando la miré, noté que sus mejillas estaban rojas.

—Wow —solté.
—Deberías irte ya.
—No actúes como si no acabara de pasar nada porque ha pasado de todo.
—No debió haber pasado —se alejó y no entendí como de un segundo a otro podía comportarse con el semblante más frío y distante posible.
—Pero pasó y deberías hacerte cargo. 
—Me hago cargo, pero no te acostumbres, no debió haber pasado y no volverá a pasar.
Me enojaba su actuación de imperturbable, de guardia en alto. Entendía que no tenía razones solidas para confiar en mi y que muchas veces la fastidiaba, pero me frustraba que no se permitiera por una vez vivir el momento.
—Tienes razón, debo irme. Ojalá cuando regrese, para entonces, hayas madurado.
Me dirigí a la puerta sin mirarla.
—¿Cuándo regreses? —Preguntó sin entender.
—Cuando regrese. 
Abandoné el cuarto y me dirigí a la salida.


Encontré a mi padre en el estacionamiento. Caminamos hacia el auto en total silencio. Sabía que él quería hablar, pero no lo hacía porque sabía que yo no iba a responderle. Colocó una mano en uno de mis hombros y con un movimiento brusco hice que me soltara. Me ponía de mal humor con solo verlo. Al llegar al auto, me senté en el asiento del copiloto mientras que él guardaba mis pertenencias en la valija del auto.

El camino hacia su casa, fue silencioso también. Tenía mis auriculares puestos, aunque no estaba escuchando nada. A veces lo usaba como barrera, para evitar conversaciones que no quería tener.
Al llegar estacionó su auto al costado de su casa. Era preciosa, tenía dos pisos de color celeste y en frente un gran jardín florecido. Descendí del auto y caminé directo a la puerta, sin esperar por mi padre. 

Cuando me adentré lo primero que vi, fue el living y allí se encontraba Tayra con tres o cuatro amigas más, que debían de ser al igual de tontas que ella. Me acerqué y nos saludamos en silencio con un beso en la mejilla. También tuve que saludar a las otras chicas.

—Harry, ¡estoy en la cocina! —Escuché que dijo Margaret, mi madrastra.
Les puedo asegurar que ella me caía mil veces mejor que mi padre. En realidad, tendría que ser al revés, pero siempre tuve una buena relación con ella, siempre fue muy amable y cariñosa conmigo. Me dirigí a la cocina y la saludé con un gran abrazo.
—¿Cómo estas, Harry? ¡Tanto tiempo! Mírate, cada día más alto y guapo —Exclamó regalándome una enorme sonrisa. 
—¿Muy bien y tu? —Sonreí también. Margaret era así, su buena vibra se te pegaba en seguida. 
—Bien, bien, cocinando algo rico para recibirte. Me alegra verte. ¡Siéntate! 
—Gracias, también me alegra verte.
Me senté en una silla de madera blanca, en frente de la mesa del mismo color.
—¿Y... cómo te va con tu padre? —Preguntó ya conociendo la situación.
Me encogí de hombros, sin ganas de responder y comencé a jugar con un bolígrafo entre mis dedos.
—¿Siguen... mal?
—Sip, como siempre y supongo que como el resto de mi vida.
—Ay, Harry... —se lamentó—. Oye, ¿quieres algo de tomar o...? —Ofreció cambiando de tema, pero al mismo tiempo justo había agarrado una manzana la cuál mordí con ganas.
—Creo que ya me adelanté... —Hablé y reímos al unísono.
—¡Ya veo! —Exclamó—. Bueno, Harry, tu habitación está lista, sube cuando te apetezca.
—Bien, gracias—sonreí.
Volví a la entrada, ya que tenía que pasar por el living para poder ir a las escaleras y así encontrarme con mi habitación.

Mordí de nuevo la fresca manzana y me relamí los labios limpiando el jugo que ésta había derramado sobre mi boca, sin darme cuenta de que había hecho esto último al pasar frente a las chicas quienes me miraron y se rieron pícaramente. Yo solo sonreí y seguí con mi camino.
Ya estando en el segundo piso, tenía que atravesar un pasillo para llegar hasta la última habitación, la que solía ser mía cuando era pequeño y me quedaba algunos fines de semana, obligado, claro, en esa casa. Pasé por el cuarto de Tayra, estaba la puerta abierta, así que pude notar que éste estaba lleno de posters de artistas y esas cosas que me resultaban tontas de las chicas. Seguí caminando y estaba la habitación de mi padre y Margaret, y mas adelante, la oficina de mi padre. Cómo odié toda mi vida esa oficina, mas de una vez pensé en prenderla fuego. Esa era una de las razones por las cuales mi padre nunca tenía tiempo para mi. La puerta estaba entre abierta, lo que me permitió escuchar un diálogo que mantenía mi padre con otra persona a través del teléfono, y por lo que decía mi padre pude notar que era mi madre. No le presté demasiada atención y finalmente llegué a mi habitación.

—Harold —me llamó Tayra.
—¿Qué? —Contesté desde el sillón, donde me encontraba cómodamente usando Facebook en mi celular.
—Primero, baja los pies de la mesa y segundo, tienes que irte de aquí —enumeró mandona.
—¿Por qué tengo que irme? No estoy molestando a nadie —protesté y bajé los pies de la pequeña mesa ratona resignado.
—Porque mis amigas y yo veremos una película —explicó de mala manera.
—No estoy usando la televisión, así que... —volví mi vista al celular.
—¡Pero sí el sofá! 
—¿Por qué tienes que acaparar todo? —Pregunté exasperado.
—¡Es mi casa! —Me echó en cara como la típica niña malcriada que era.
—¿Y qué tiene que ver eso? ¡Eres tan egoísta! 
—Eh, Tay, a nosotras no nos molesta que esté ahí —dijo una de sus amigas.
—¡A mi sí! —Contestó ella caprichosa, pero no le daría el gusto de salirse con la suya.
—Que bueno que a tus amigas no les moleste, porque no me pienso mover de aquí, querida —informé y le guiñé un ojo solo para molestarla más.
—¿Qué sucede, chicos? —Preguntó mi padre bajando las escaleras.
—Pregúntale a tu hija adorada —contesté sin mirarlo.
—¿Qué sucede, Tayra? —Le preguntó a ella.
—Quiero ver una película y él esta... —pausó buscando qué decir para inculparme, en realidad no estaba haciendo nada, por eso tenía que pensar qué decir—. Está ahí, estorbando.
—Enserio, Tayra, no importa, déjalo, quizás quiera ver la película con nosotras —le habló otra chica a Tayra—. ¿Quieres? —Me preguntó a mi.
—No, Catherine, cállate —masculló Tayra.
—Claro, Cath —contesté confianzudo—, veré la película con ustedes —afirme y sonreí burlonamente.
—A ver, no veo problema alguno de que vean la película con Harry, el no va a molestarte, supongo —habló a mi favor mi padre.
—Esta bien —accedió resignada y colocó los ojos en blanco— ¡pero llegas a decir una sola palabra durante la película y te vas! —Me advirtió.
—Como digas —pausé—, hermanita —dije en un tono burlón.
—¡No soy tu hermana! —Chilló y sus amigas rieron.
—Qué insensible. Heriste mis sentimientos —hablé sarcástico.
—Bueno, ¿puedo irme ya sin que se maten? —Preguntó mi padre.
—Sí, papá, vete —respondió ella malhumorada.
Mi padre se retiró al fin y Tayra se dispuso a buscar un gran sobre con películas mientras les consultaba a las chicas qué tipo de película ver.

Confía en mi || h.s - Original - (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora