Capitulo 19

206 7 0
                                    

  Leonor, para cumplir la promesa que hizo a su prima, se presentó en casa de ésta a las doce del día siguiente.
Matilde la recibió con un abrazo. Una noche de esperanza había dado a su rostro la frescura de la alegría y a sus ojos la viveza que les transmite el corazón cuando late por una expectativa de amor.
-Estamos solas -dijo haciendo sentarse a Leonor-, mi mamá ha salido. ¡Ya me figuraba que no vendrías!
-Como viste, anoche llamé a Martín para preguntarle nuevas noticias sobre Rafael.
-Y muchas debe haberte dado, porque la conversación fue larga -observó Matilde risueña.
-Todas las que recibí -dijo Leonor- se resumen en lo que anoche te dije: Rafael te ama.
-¿Cómo lo sabe Martín?
-Él se lo ha dicho, a lo que parece.
-Sí, pero no basta que él lo diga -exclamó Matilde, entristeciéndose-. ¿Qué puedo hacer yo?
-Tú le amas también.
-Es verdad; pero seguiremos separados.
-Tuya será entonces la culpa.
-¡Mía! ¿Y qué quieres que haga?
-El caso me parece muy claro. ¿Fue Rafael quien te abandonó?
-No, pero...
-Fuiste tú, ésta es la verdad.
-Bien sabes que no podía desobedecer a mi papá.
-Mas esta disculpa no vale para él -replicó Leonor-. San Luis, arrojado de tu casa, sin recibir noticia ninguna de tu parte, tuvo sobrado motivo para creerse olvidado.
-Yo le juré mil veces que jamás le olvidaría.
-Pero ibas a casarte con otro; ¿no era esto desmentir tus juramentos?
-Él debe saber que lo hacía contra mi voluntad.
-Mira, Matilde -dijo Leonor con tono serio-, yo creo que estos juramentos de amor son demasiado sagrados, sobre todo si son hechos a un hombre que tus padres recibían y festejaban. Si él empobreció después, tus juramentos no desaparecían por eso y debiste cumplirlos.
-Ya sabes -contestó Matilde con los ojos llenos de lágrimas- que no tuve fuerza contra la voluntad de mi padre.
-Lo sé -repuso Leonor-, y no te hago esta reflexión sino para manifestarte que si realmente amas a San Luis, debes reparar tu falta, puesto que ya sabes que él no te ha olvidado.
-Sí, ¿pero cómo hacerlo?
-Escríbele -contestó con voz resuelta Leonor.
-¡Ah, no me atrevo! -exclamó Matilde.
-En tal caso, renuncia a su amor, puesto que no quieres dar el primer paso hacia la reconciliación.
Matilde se cubrió el rostro con las manos, prorrumpiendo en llanto.
-Pero, hijita -le dijo Leonor con acento más suave que el que había empleado hasta entonces, y acariciando con cariño a su prima-, te afliges sin razón. Es preciso que alguna vez tengas valor en la vida.
-¡Ah, tú hablas así porque no estás en mi lugar!
-Eso no -repuso con viveza Leonor-; yo tendré energía para cumplir mis juramentos si alguna vez los hago.
-Pero ya que a mí me falta el valor, tú podrías ayudarme.
-¿Cómo?
-Encargando a Martín de decirle lo que no me atrevo a escribir.
-Es verdad -dijo Leonor reflexionando-. Por las preguntas que yo le he hecho acerca de Rafael y por las confidencias de éste, Martín ya lo sabe todo; pero supongamos que por medio de él hagamos saber a San Luis que le amas todavía, ¿bastará esto? ¿No es necesario que le des algunas explicaciones para sincerar tu conducta pasada?
-Tienes razón -contestó Matilde con desaliento.
-Es preciso -añadió Leonor- que midas bien, antes de dar un paso decisivo, la distancia que te separa de Rafael. Debes pensar que una vez transmitida la noticia por medio de Rivas, San Luis querrá verte, oír de tu boca la justificación de tu conducta, y no podrás negarte a ello, a menos de romper con él nuevamente y para siempre, porque tendrá razón para creerse el juguete de una burla.
-Yo le amo y tendré valor para todo si tú me ayudas -exclamó Matilde, secando el llanto que humedecía sus mejillas y estrechando con cariño las manos de Leonor.
-¡Al fin te decides! -dijo ésta-. Con tus vacilaciones me estabas haciendo dudar de la sinceridad de tu amor.
-¡Ah!, créemelo, Leonor, le amo sobre todo; he llorado tanto durante este tiempo, que a veces, por volverle a ver, a oír de sus labios los juramentos que antes me hacía, me creo con fuerzas de vencer todos mis temores.
-Veamos, pues, lo que se puede hacer -replicó Leonor.
-Me confío a ti, no me abandones -dijo Matilde, besándola con ternura.
-Yo creo que debes verle, ya que no te atreves a escribirle, y para esto Martín, como dijiste, puede servirnos.
-¿Cuál es tu plan?
-Avisarle que en la Alameda puede verse contigo.
-¿Cuándo? -preguntó Matilde, sin poder ocultar la ansiedad que aquella sola idea le causaba.
-Mañana; irás conmigo y Agustín nos acompañará.
-¡Dios mío! -murmuró Matilde, a quien la emoción hacía temblar cual si estuviese ya en presencia de Rafael-, ¡si mi papá llegase a saberlo!
-Yo me hago responsable de todo -contestó Leonor, que parecía animarse a medida que su prima se dejaba vencer por el miedo.
Matilde la abrazó, dándole las gracias entre sollozos que no podía reprimir.
-Nada me deberás, Matilde -repuso Leonor, correspondiéndole sus caricias-, porque, además de mi amor a ti, tengo otro interés al servirte.
-¡Otro interés! -exclamó Matilde, alzando la frente que apoyaba en el seno de su prima.
-Sí, otro interés -repuso ésta-; quiero reparar una falta de mi padre, que fue en gran parte, como tú me has dicho varias veces, la causa de que despidiesen a Rafael de tu casa.
En esta explicación de su interés por Matilde, callaba Leonor una razón tan poderosa para ella como la que acababa de aducir. Si bien era verdad que deseaba reparar el mal causado por su padre, no influía poco en su determinación el deseo de distraerse, para combatir el desconsuelo que su última conversación con Martín había dejado en su alma. Sentía tanto más imperiosamente esta necesidad cuanto que ella misma había provocado aquella conversación, que la dejaba un amargo desengaño al ver escapársele el triunfo que de antemano saboreaba su orgullo. Éste era el primer golpe que recibía su amor propio y debía naturalmente preocuparla y entristecerla. Sin renunciar a vengarse de aquella humillación de su vanidad, experimentó un ardiente deseo de ocuparse de algo, deseo propio de organizaciones vehementes como la suya, para quienes la reflexión y la calma es un martirio. Esta misma vehemencia le impedía considerar las consecuencias que el plan concertado podía tener para la reputación de su prima y para la de ella misma.
-Sabes que en la Alameda nos puede ver cualquiera persona conocida y contarlo a mi papá -observó Matilde, tras una breve pausa.
-Es preciso, Matilde -exclamó Leonor, a quien indignaba toda señal de debilidad-, que hagas una resolución formal de adoptar alguno de los partidos que se presentan y que para mí están claramente trazados: renunciar al amor de Rafael, o ponerte con valor en situación que tu padre no pueda obligarte a que aceptes el marido que a él le plazca imponerte. Lo que acabo de aconsejarte fue suponiendo que estabas completamente decidida por Rafael; si no es así, no des paso ninguno; pero olvídale.
-Tal vez esperando se presente ocasión de...
-Dime, ¿no has esperado más de un año?
-Es cierto.
-Y en todo este tiempo, ¿ha dado San Luis el menor paso para acercarse a ti?
-No, ninguno -contestó Matilde con un hondo suspiro-, por eso creí que me despreciaba.
-Y sin embargo te ama; pero parece que su resentimiento, o tal vez el temor, le impiden buscarte. Lo que hay de cierto es que nada avanzarás esperando. Él seguirá creyendo que le engañaste y las apariencias justificando su opinión.
-Bien lo conozco; pero temo tanto que mi papá llegue a saber...
-Pues yo, en tu caso, preferiría que lo supiese. Si tu amor es sincero y nunca, como dices, amarás a otro que a Rafael, tarde o temprano lo que tú tanto temes sucederá.
-Yo me había resuelto a sufrir en silencio.
-Pero quisiste saber si San Luis te había olvidado.
-Sí.
-Y me dijiste que darías tu vida por recobrar su amor.
-Es cierto. ¡Ah, quisiera tener tu valor!
-Si no lo tienes, renuncia a tu amor; aún es tiempo. Me pediste consejos y apoyo. Yo te he dicho lo que haría en tu situación. Mas, si no posees suficiente energía para vencer tus temores por el hombre que amas, tienes razón, no debes dar ningún paso compromitente, porque la sociedad te despreciaría y tú seguirías siendo desgraciada.
-¡Ah!, pero yo no renunciaré jamás al amor de Rafael -exclamó Matilde-; tú tienes razón, he sufrido mucho ya para tener derecho de buscar mi felicidad.
-En ese caso, si tienes valor, sigue adelante. Entre sufrir en silencio y tal vez despreciada, a sufrir después de justificarte, yo prefiero lo último.
-Y yo también -dijo Matilde con resolución.
-Es decir, que hablaré con Martín.
-¿Qué le dirás?
-Que tú amas a Rafael; esto ya debe Rivas haberlo sospechado.
-¿Y qué más?
-Que mañana te pasearás conmigo por la Alameda, cerca de la pila, entre la una y las dos de la tarde. Que él puede encontrarse allí por casualidad y acercarse a nosotras si tú le saludas.
-Bueno -contestó Matilde, reprimiendo el temblor que estremecía todo su cuerpo.
-Para esto es preciso que me vaya pronto -dijo Leonor-, porque debo hablar con Martín antes que salga del escritorio de mi padre, pues en la noche puede no presentarse la ocasión de hablarle.
Cuando se despedían las dos niñas, el coche de don Dámaso esperaba ya a la puerta por orden que Leonor había dejado en su casa.
Diéronse un tierno abrazo, despidiéndose hasta la noche, y Leonor subió al carruaje, que partió con velocidad. 

Martin RivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora