Capítulo 13: El mapa

424 5 16
                                    


—Dejas tus costados muy expuestos—dije al golpear  a Sebastián en su hombro con una rama.

—Naira, eres muy rápida, esto no es justo—replicó,  acariciando el hombro que recibió mi azote. 

—La vida no es justa, grábate eso.  Además, deja de llorar ¿eres un hombre o un bebé?—me burlé desdeñosamente, me gustaba ver su cara avergonzada.

—No quiero practicar más, nademos un rato en la playa—me solicitó mientras quitaba su camisa y corría hacia la costa.   

Sonreí ante la idea de nadar un rato y corrí tras él. Ha pasado un mes desde la vez que conocí a Sebastián en los muelles. Nos hemos vuelto muy cercanos desde entonces.  Me gusta salir a nadar con él todas las tardes e incluso hemos comenzado a entrenar juntos.  Aunque realmente soy yo la que le está enseñando  a él a pelear con la espada.  Mis conocimientos en esgrima, son muy superiores como para decir que es una práctica seria. Pero, Sebastián es un alumno disciplinado y me gusta la forma boba en que me idolatra, aunque eso nunca se lo diré.

En estos días Rumba ha  preferido ir con Hati a jugar en el mangle antes de acompañarme a nadar con Sebastián. Ese mono odia el agua y no soporta a mi nuevo amigo.  Hati, por otro lado, adora a Sebastián. Ambos juegan por horas una vez que ésta termina de cazar en los mangles. En cuanto a mi hermanito menor, todavía no ha nacido, pero me parece que pronto eclosionará del huevo. Es por eso que evito sacarlo de mi habitación.  No quiero que el constante movimiento en mi bolso precipite su nacimiento.   Estoy curiosa por saber qué clase de criatura será.  Tío me ha dicho que la bestia de papá fue un enorme lagarto alado que escupía hielo y fuego de su boca. Al morir mi padre, Drakán como llamaba a su bestia,  se convirtió en un huevo. Yo era muy pequeña cuando él murió, así que hace apenas un año tío me entregó el huevo y me habló de su procedencia.   Resulta que  mi hermano menor es parte de las reliquias que nuestra antigua Reina entregó a sus siervos más leales, llamados los Baluartes. Tanto mi padre, como él, pertenecieron a esta guardia especial de la Reina. Tío es muy reservado a la hora de hablar de sus funciones como guardián del Clan Regiums, pero me conformo con saber que mi padre fue especial. 

—Naira, quieres ir a la taberna conmigo—preguntó Sebastián mientras nadaba hacia mí.  

—No me interesa perder mi tiempo en esa taberna de mala muerte—me negué a su petición.

Benjamín, ha comenzado a salir con la hija del posadero, lo que jamás le perdonaré. Sinceramente gustaba de él, era obvio este hecho desde que lo conocí.  Sin embargo, él nunca me vio como una mujer, lo que me ofende bastante.  Tengo sólo doce años, pero pronto cumpliré los trece y podría pasar por una chica de catorce fácilmente.  Sé que no tengo mucho busto como Alondra; “esa maldita roba hombres…”, pero tampoco es que no sea atractiva.  Estoy segura que en par de años, tendré más curvas que ella. Entonces, cuando me vuelva una morena escultural, no aceptaré a Benjamí, aunque me suplique de rodillas. 

—No seas mala, acompáñame un rato—suplicó Sebastián insistentemente—. Prometo que no te arrepentirás. 

—¿Tu invitación está acompañada de una tarta de manzana?—cuestioné, presentándole mis exigencias. 

—Mi presupuesto es poco…te podría invitar un vaso de cerveza ¿te ánimas?—alegó mientras me miraba haciendo  trompita, en un esfuerzo por parecer adorable.

—¿Cerveza…?

—¿No me digas que nunca has probado una?—inquirió el chico, mirándome con jovialidad. 

—Claro que he bebido cerveza, estoy cansada de beberla, sólo que en mi antiguo pueblo solía escaciar—mentí descaradamente.  Nunca había probado una bebida alcohólica en mi vida, pero antes muerta que reconocer que Sebastián me llevaba ventaja en algo.

—Está todo hablado, iremos a la taberna por unas cervezas—celebró el muchacho, salpicando agua a mi rostro.

Nadamos un rato más, antes de tirarnos en la orilla a dejar que el calor del sol secara nuestras ropas. Yo llevaba una camisilla corta de seda azul marino, que dejaba mi barriga al descubierto y unos pantalones a la cadera del mismo color. Sebastián se había quitado su camisa blanca de algodón y estaba únicamente con sus pantalones color marrón de siempre.  A ambos nos costaba levantarnos de la arena, así que permanecí un buen rato tumbada junto a Sebastián, escuchando sus descabelladas historias sobre los piratas más famosos de la región.  Era divertido oírlo narrar sus cuentos de piratas. Él soñaba con convertirse  en un  capitán, tener su propio barco, vivir una vida de aventurero y esperaba que yo le acompañara en sus viajes. Este chico está realmente  loco, yo nunca sería la ayudante de un capitán; yo tendría que ser el capitán y él mi ayudante. Todavía le falta mucho para entenderme. Dejar que un hombre me domine, es algo que nunca permitiré.  Con el abrazador calor del medio día nos secamos casi de inmediato.

Hati llegó con Rumba en su lomo.  Les informé que iría a la taberna con Sebastián y ambos se emocionaron con la idea de visitar los muelles.  No estaba segura si era correcto llevar a la loba conmigo, pero ella estaba tan contenta que no deseaba herir sus sentimientos.  Partimos a la taberna luego de advertirle a Hati que no podía atacar a nadie sin mi autorización.  Ella estuvo de acuerdo con mis normas de conducta; y me ignoró para caminar junto al chico como si él fuera su hermano. “Ingrata…” le dije con mis pensamientos a lo que esta respondió rosando su cabeza sobre Sebastián para que este la acariciara. “Hoy no te daré carne” le informé, pero ni siquiera me hizo caso.   No podía negar que me ponía un poco celosa la amistad que han hecho ambos, pero lo soporto,  ya que todavía tengo a Rumba de mi lado.
 
—Hemos llegado—anunció Sebastián señalando el letrero de madera tallada que decía: “Taberna El Pirata Tuerto”.   
Entramos al lugar causando la curiosidad de todos los marinos que allí bebían.  Hati era una hermosa loba gigante,  sería  imposible pasar inadvertidos.   Ella sabía que había capturado la atención de todos, por lo que hizo su entrada con la cabeza erguida, lo que la hacía parecer mucho más grande.  “Presumida” le dije riendo por lo bajo.
La taberna era un espacio abovedado bastante oscuro.  Contaba con una barra en madera con bancas donde están sentados un grupo de marinos con apariencia descuidada y mirada de pocos amigos.  Sus ropas parecían que nunca habían sido lavadas y sus barbas estoy segura tenían piojos.  Uno me sonrió con su escasa y podrida dentadura.  “¡Qué asco…!”

Los Zetlyc: Primavera MuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora