Capítulo 16: El salón del Trono

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El salón del trono estaba mucho más atiborrado de lo que me esperaba.  Muchos eran rostros desconocidos. Miembros de la alta nobleza que ejercían puestos en la Asamblea Real.  A mi juicio muchos de estos nobles son únicamente  buitres carroñeros, que entregan a sus hijas al Rey esperando que de su linaje, nazca un posible heredero al trono.  Alcanzan sus puestos entregando grandiosas sumas a las arcas de la corona y ejercen su poder oprimiendo a los pobres súbditos del reino. Por otro lado, algunos de  estos asambleístas son mis medios hermanos, o descendientes del antiguo rey, quienes no pudieron aspirar al trono por no heredar la marca de Edahim.  

Los miembros de la Asamblea Real se mantenían divididos en dos grupos, que se colocaban cada uno, en los laterales de las escalinatas que daban al trono.  También  habían situados guardias reales cerca del trono y de la gran puerta por donde se ganaba acceso al salón.  Esperé a que se me anunciara y caminé por la alfombra roja que conducía al trono.  Rodolfo quien había llegado primero se encontraba hablando con su amigo, el príncipe de Quezzar, que a su vez estaba rodeado de unos ancianos que debían ser delegados de su reino.  

Reconocí de inmediato al viejo Amhed un anciano de más de una centena, quien siempre ha acompañado a los herederos de dicho reino; y quien ejerce una influencia muy profunda sobre el actual regente.  Su constitución es menuda, los años le habían restado tamaño y cabello, pero lo más que lo caracterizaba era la curvatura de su espalda que le hacía lucir como un jorobado.  Llevaba una túnica verde monte y se sostenía de la mano delicada de Andrea, quien  destacaba del grupo por su elegancia y belleza.  Llevaba un vestido escarlata, ceñido al cuerpo, que resaltaba su delicada figura. Había atado su cabellera rojiza en un moño y dejado algunos risos rebeldes escapar de su elaborado peinado. Miraba ansiosamente para todos lados como si buscara algo, mientras mantenía una sonrisa claramente fingida.

Conociéndola como la conozco debía estar loca por zafarse de la  compañía de esos hombres.  Ella no es paciente, ni sumisa; estoy seguro que en cualquier momento se desprenderá de la mano del anciano y vendrá a buscarme.  Debo conseguir refugio en mi prima antes que a ella se le ocurra seguirme.  Andrea no se lleva muy bien con Ebanllelin, tercera princesa de Hydnora y segunda hija de la actual reina Dalia, la hermana de mi madre.  Aunque la Reina Dalia y mi madre, tienen una relación conflictiva, Ebanllelin siempre me ha buscado.  

Me agrada la compañía de la pequeña Ebanllelin, debido a que sabe respetar mi espacio personal algo que Andrea no comprende. Habían pasado tres años de la última vez que compartí con mi prima. Ella para aquel entonces sólo era una pequeña de once años que le gustaba compartir sus dibujos  conmigo. Rápidamente la busqué entre los funcionarios de mi padre y la hallé conversando con una anciana que lo más probable era la mujer de la que me habló mi Nana, madame Julitte.  

La niña ha cambiado un poco desde la última vez que la vi.  Ha dado un gran estirón y su rostro ya ha comenzado a abandonar los rasgos típicos de la niñez.  Llevaba su largo y ondulado cabello rubio suelto. Vestía  un delicado traje perlado de mangas largas que dejaba al descubierto sus hombros. Aun cuando había crecido mucho, todavía no había comenzado a adquirir la figura de mujer, por lo que se me hizo fácil reconocerla.  

Me aproximé a ellas y las saludé con una ligera reverencia, al cual  ellas respondieron de igual manera.  Ebanllelin, me sonrió alegremente, se notaba que estaba feliz de verme.  Observé a su compañía y me sentí aliviado al comprobar, que no tenía el semblante estirado de las mujeres orgullosas que tendían a ocupar los puestos de consejería real.  Madame Julette me sonrió en un gesto amable y educado.  

—Edrick… apenas te reconozco, has cambiado mucho. Estas tan alto y tan guapo.

—Usted también ha crecido, se ha convertido en una encantadora señorita.

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