Desde lo que ocurrió con Misae ha pasado dos espantosos días. El consejo se ha reunido para deliberar que hacer conmigo. Me he mantenido cerca de la cueva de Anenlek donde han estado congregados sin mí. Me molesta que ni siquiera me hayan dado la oportunidad de dar mi versión. Merdock les ha llenado la cabeza de prejuicios, diciendo que siempre he sido un mujeriego que se aprovecha de la confianza que me dan las mujeres. Incluso alegó que Taly le había dicho en una ocasión que ella era acosada por mí. Una mentira que inventó para poner a todos en mi contra. Nahuic, por otro lado, ha demostrado ser mi único amigo. Me ha defendido de todas las acusaciones de Merdock, pero nadie le ha creído, pues alegan que su opinión está influenciada por nuestra amistad. Ahora me encuentro escuchando la decisión del consejo.—Kalén entiendes la gravedad de tus acciones— Me reñía Anenlek mientras caminaba de un lado a otro de su cueva, ansioso y molesto—. Acabamos de pasar una gran desgracia para que también ataques a la hija de nuestro fallecido líder. ¿¡Cómo mantendremos la unidad de nuestro pueblo si haces cosas tan estúpidas…!? Pero te harás responsable, no lo dudes. Sabes que esa pobre chica ahora es tu mujer, te casarás y te harás responsable por ella…
“¡Casarme!” Hasta ese momento me había mantenido con la vista fija en el suelo, sin realmente prestar atención a lo que Anenlek decía pero al escuchar eso me sobre salté. Yo era inocente, nada de esto era mi culpa y sin embargo todos insistían en hacerme responsable de la maldita de Misae. Puedo aceptar cualquier cosa, pero casarme con esa mujerzuela, jamás. Es irónico, como todos han sido tan rápidos para juzgarme. Hace unas horas me querían como líder y ahora soy un violador. A nadie le importa lo que yo tengo que decir, Misae es la víctima y yo soy el malo. Hipócritas…los odio. Sentí que mi pecho dolía, tenía ganas de gritar, quería mandarlos a todos a volar. Me levanté molesto con ganas de largarme y no verlos nunca más.
—No me casaré con nadie—dije interrumpiendo airado a Anenlek—. No me importa si tengo que tomar a mi abuela y partir de aquí ahora mismo; ya nada me importa... Pero que te quede claro, no toleraré amenazas de nadie, ni seré manipulado por una zorra. Ustedes me necesitan a mí, no lo contrario. Si quieren mi ayuda, se harán las cosas a mi manera—callé unos segundos para mirarlo a los ojos retadoramente—. Mañana partiré a la frontera con Linthra, con o sin ustedes. Adiós—concluí y me largué dejando a Anenlek con la palabra en la boca.
Me fui de esa cueva prácticamente corriendo. No quería ver a nadie, ni hablar con nadie. Me alejé de todos acercándome a la ribera del río y sentándome en una gran roca. Miré al horizonte por donde los primeros rayos de sol de la mañana se asomaban. Todavía no entiendo porque cada vez las cosas se ponen peor. Soy tan estúpido…nunca volveré a confiar en nadie. De que me sirve tener el poder de leer las mentes si soy tan tonto como para caer en la trampa de una maldita mujer. Quisiera matarla. Lleno de rabia me levanté y grité liberando todo el dolor que oprimía mi pecho.
—Kalen, Kalen…—el débil llamado de la pequeña Denali llegó a mis oídos.
La niña al notar mi mirada sobre ella, corrió hasta mí y me abrazó, llorando desconsoladamente. Por unos segundos quedé sobrecogido ante el dolor que la niña desprendía. Sus pensamientos llenaron mi cabeza. Anenlek le había prohibido acercarse a mí hace un momento. La pobre, no entendía porque su padre quería alejarla de mí.
— ¡Denali, obedece a tu padre y vete!—Le grité de mala manera, “no quiero más problemas…”
—Kalen—sollozó mirándome herida, suspiré apenado.
—Lo siento, no fue mi intención gritarte—me disculpé revolviendo sus trenzas—. Mejor vete, si tu padre te ve conmigo tendré más problemas.
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Los Zetlyc: Primavera Muerta
FantasyEn el fantástico y remoto mundo de Edelia, la paz ha reinado por más de quinientos años; luego de la Gran Guerra contra los sangrientos varformos. Guerra que concluyó cuando, los poderosos zetlyc, aprisionaron a los temibles varformos en el remoto...