— ¿Kalen estás ahí? —escuché la dulce voz de Denali, la hermana menor de Nahuic, llamarme.
—Voy—grité para que me esperara.
Ya ha pasado una semana desde que la tribu fue atacada. Los pocos que pudimos escapar nos hemos reagrupado en los alrededores del río Rojo. Anenlek, el padre de Nahuic, fue al primero que localicé tan pronto comencé a buscar rastros de los sobrevivientes a la masacre. Él al igual que yo, pensó en ocultarse en las cavernas Coyote, ubicadas al este de la ribera del río. Juntos hemos buscado a los miembros de la tribu que estaban dispersos. Lamentablemente, no han sido muchos. A parte de Anenlek y su familia; encontramos a Anahí, la madre de Newen, con sus dos hijos menores; y a Kange con su hija Anyelén, la cual murió el día de ayer.
Al faltar mi abuelo, mi abuela y yo nos hemos hecho cargo de los heridos. La realidad es que únicamente le hemos vendado las heridas, hecho alguna que otra sutura y untado las pocas hiervas medicinales que hemos recolectado. El abuelo me había enseñado como evitar la terrible fiebre fría. Según me explicó, las heridas si no son limpiadas y vendadas con prontitud pueden contaminarse con el ambiente; y esto provoca una fiebre que causa la muerte. Hasta ahora nuestra única baja ha sido Anyelén, la mujer del fallecido Newen y la única hija de Kange. Él, a pesar de haberlo perdido todo, me ha apoyado con los enfermos y junto Anenlek está organizando las familias sobrevivientes. Hoy cremaremos el cuerpo de su hija y celebraremos una ceremonia para despedir a todos los seres queridos que nos fueron arrebatados.
Continuo cuidando de Misae, quien ya recuperó la conciencia pero que apenas dice palabra. Mi abuela la trata como si ella también fuera su nieta y la alimenta cuando ve que no quiere probar bocado. Yo simplemente le suplo de alimentos y le cuido las heridas, aunque evito estar más de lo necesario con ella. Sé que a pesar que me tiene miedo se ha enamorado profundamente de mí y no quiero alentar sus sentimientos. Al perder a su padre se siente desamparada y ella piensa que soy su único protector. Entiendo que en una situación como esta se sienta sola y temerosa, pero yo no la amo. No me imagino atado a una mujer como ella, nuestras personalidades no son compatibles; aunque debo reconocer que nos une una fuerte atracción física.
—Abuela, déjame ayudarte—le dije al ver el esfuerzo que tenía que hacer para levantarse.
—Hijo no es nada, no te preocupes, ayuda mejor a Misae ¡Qué!¡Bájame! —Exclamó sorprendida cuando con un ágil movimiento la cargué en mis brazos y la volví a colocar en el suelo— ¡No vulvas hacer eso! —Me regaño golpeando con su débil puño mi brazo—Ya no estoy joven, no puedes darme estos sustos.
—De qué hablas abuela, usted es más fuerte que yo—alegué abrazándola con fuerza mientras la besaba cariñosamente en la mejilla.
—Vas a romperme los huesos, no seas tan bruto—se quejó pretendiendo que no le agradaban mis muestras de cariño, pero la sonrisa oculta en sus ojos me hacía feliz.
Desde que despareció el abuelo he hecho todo lo posible para que ella no tenga tiempo de pensar en su ausencia. Sé que es imposible, pero no dejaré que se suma en una depresión que me haga perderla a ella también. Yo por otro lado, he tratado de pensar lo menos posible en aquel día, aunque en mis pesadillas nocturnas lo revivo una y otra vez. Pese a todo, aún sigo vivo y tengo a mi abuela a mi lado, esto es más de lo que otros miembros de la tribu conservan.
—Abuela me ofendes—expresé llevándome una mano al pecho de forma dramática en muestra de indignación—, cualquier otra mujer se sentiría feliz de recibir un beso y un abrazo de un hombre tan guapo y varonil como yo.
—Otra mujer no fue la que te cambio los pañales cuando eras crio, deja de presumir conmigo. Esa zalamería sólo funciona con las jovencitas como Misae, ya estoy muy vieja para eso.
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Los Zetlyc: Primavera Muerta
FantasyEn el fantástico y remoto mundo de Edelia, la paz ha reinado por más de quinientos años; luego de la Gran Guerra contra los sangrientos varformos. Guerra que concluyó cuando, los poderosos zetlyc, aprisionaron a los temibles varformos en el remoto...