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Primera parte

¿Cómo y por qué llegué hasta allí? Por los mismos motivos por los que he llegado a
tantas partes. Es una historia larga y, lo que es peor, confusa. La culpa es mía: nunca he
podido pensar como pudiera hacerlo un metro, línea tras línea, centímetro tras centímetro,
hasta llegar a ciento o a mil; y mi memoria no es mucho mejor: salta de un hecho a otro y
toma a veces los que aparecen primero, volviendo sobre sus pasos sólo cuando los otros,
más perezosos o más densos, empiezan a surgir a su vez desde el fondo de la vida pasada.
Creo que, primero o después, estuve preso. Nada importante, por supuesto: asalto a una
joyería, a una joyería cuya existencia y situación ignoraba e ignoro aún. Tuve, según
perece, cómplices, a los que tampoco conocí y cuyos nombres o apodos supe tanto como
ellos los míos; la única que supo algo fue la policía, aunque no con mucha seguridad.
Muchos días de cárcel y muchas noches durmiendo sobre el suelo de cemento, sin una
frazada; como consecuencia, pulmonía; después, tos, una tos que brotaba de alguna parte
del pulmón herido. Al ser dado de alta y puesto en libertad, salvado de la muerte y de la
justicia, la ropa, arrugada y manchada de pintura, colgaba de mí como de un clavo. ¿Qué
hacer? No era mucho lo que podía hacer; a lo sumo, morir; pero no es fácil morir. No podía
pensar en trabajar -me habría caído de la escalera- y menos podía pensar en robar: el
pulmón herido me impedía respirar profundamente. Tampoco era fácil vivir.
En ese estado y con esas expectativas, salía a la calle.
-Está en libertad. Firme aquí. ¡Cabo de guardia!
Sol y viento, mar y cielo.

Hijo de LadrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora