9

122 4 0
                                    


(Y así, caminando sin prisa, uno junto al otro, como embarcaciones abarloadas, nos
acercábamos al mar, llevados por nuestras piernas, por nuestros recuerdos y por los
personajes de nuestros recuerdos, que caminaban, por su parte, dentro de nosotros. Durante
un trecho el río se apartó de nuestro lado y dejamos de verlo. Reapareció, avanzando desde
el norte, muy cambiado; había reunido todas sus pequeñas y húmedas lenguas, cansadas de
arrastrarse trabajosamente, durante kilómetros, sobre capas de guijarros. Llegaba ahora
grueso e importante, reposado, como si no tuviera nada que ver con el río de una legua más
atrás, ese río dividido y saqueado por campesinos e industriales. Pero era demasiado tarde
para engrosar y tomar aires de importancia: el mar está allí y es inútil la aparente grandeza
de los últimos momentos. No tienes más remedio que entregarte; ya no puedes devolverte,
desviarte o negarte. Por lo demás, saldrás ganando al echar tus turbias aguas, nacidas, no
obstante, tan claras, en esas otras, tan azules, que te esperan. Está anocheciendo y pronto
encenderán las luces de Valparaíso).

Hijo de LadrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora