Desde pequeño siempre estaba a mi lado un niño de cabello ondeado y negro como el carbón, hermosos ojos azules y piel muy blanca. Poco a poco entendí que ese niño que venía frecuentemente a mi casa era mi primo.
Max venía a mi país con su madre, mi tía, porque quería que su hijo se mantuviera en contacto con sus abuelos, tíos y con todos los familiares de parte de su padre. Ella, la madre de Max, tenía planeado que algún día su hijo se quedase para siempre con nosotros. Mi madre estaba encantada con la idea de tener a Max en casa, ya que era el único hijo de su amado hermano más joven, quien había fallecido mientras hacía los preparativos para mudarse con su familia.
Mis visitas a Perú, el país de mi primo, también eran frecuentes porque mi madre pensaba igual que mi tía. Ella quería que la familia no se alejase de Max, por eso manteníamos un constante contacto con él. Yo iba gustoso y sin problemas en cuanto al idioma, ya que tenía un perfecto español gracias a las conversaciones con mi primo desde muy pequeños por el chat.
—Así que te quedarás en mi país cuando termines la secundaria, primo —le hice esa pregunta para molestarlo porque sabía que sus planes eran muy diferentes a la de nuestras madres.
—No quiero. Yo soy el que decido si irme o no irme de mi país aunque mi madre tenga otros planes conmigo.
—Ya veremos. Cuando termines el colegio de seguro tu mamá te hace viajar aquí sin retorno al tuyo.
—No, no lo logrará, aunque ella trate de convencerme diciéndome que en Perú no tengo a nadie. Ya veré que hago, pero yo me quedo en Perú. Todos mis planes están allá, así que tendrá que aceptarlo quiera o no.
—Pero que más quieres. Aquí las hay como te gustan y también hay muchas que se mueren por ti. La loca de mi amiga Zasha quiere enseñarte algunas cosas bien ricas. Cuando quieras te la presento.
Max siempre era atractivo fuera a donde fuera porque él tenía la belleza convencional que se sumaba a su particular rasgo que atraía a las de mi país. Algo parecido pasaba conmigo cuando iba a su país, Perú, pues mi apariencia extranjera impresionaba a las chicas. Nadie era rubio ni tenía el aspecto de "gringo" como muchos peruanos me llamaban. Yo sabía aprovechar eso para lucirme junto a las chicas más bonitas solo con el fin de provocar envidias en muchos chicos. En realidad ellas no me interesaban de manera sexual, aunque disfrutaba lucir mi espectáculo de chico popular entre las peruanitas
Mi primo era muy quedado. Él tenía la oportunidad de llevarse a la cama a las chicas más bonitas o al chico que quisiera, porque había un grupito de niños que querían tirar con Max, pero él ni cuenta se daba de esos niños bonitos que lo miraban. Los intereses de Max eran más de tetas y vaginas. Aun así, aunque tenía muchas mocosas comiendo de su mano, el disfrutaba darles esperanzas para luego dejarlas con ganas de tirar. En varias ocasiones me contó las burladas que les había hecho a las pobres gringuitas de mi país a quienes las dejaba húmedas y con ganas de que se las tirasen como putas. "Eres un maldito gay. Tíratelas y disfruta", le decía.
Las chicas eran bonitas, no lo dudaba, pero yo prefería a los chicos. Ellos sí me calentaban cuando los veía pasar a mi lado. No sé, pero solamente ellos llamaban mi atención desde que inició mi interés por las terceras personas, y no precisamente como amigos, sino de manera sexual, pues lo único que pensaba era llevármelos a la cama en cuanto tenía la oportunidad.
Yo podía reconocer cuando alguien estaba interesado en mí, así que ante las obvias señales no perdía el tiempo en ir por él para pasar un buen rato tirando en mi cama, en su cama o cualquier lugar posible. Si algún peruanito bonito desviaba su mirada tímida de la mía, consideraba eso como una invitación para que me lo cogiera. Lo que tenía que hacer era acercarme, hablar con él, coquetearle un rato, convencerlo y al poco tiempo, cuando mi tía no estaba en casa y cuando Max estaba con sus amigos, me lo llevaba a mi cuarto para tirármelo. Así de fácil conseguía un rato de placer sexual con sus frágiles cuerpos que disfrutaban de los espasmos del orgasmo que les provocaba. Pero más disfrutaba de los niños difíciles, de esos que se hacían los hombrecitos, de esos que no querían dar su brazo a torcer, pero que al final caían rendidos en mi cama gimiendo de placer y de dolor al sentir por primera vez la penetración. Sus gemiditos de niños inocentes me electrizaban de pie a cabeza cuando me deslizaba en sus estrechas profundidades. Con esos virgencitos sí que las pasaba muy bien. Tan difíciles al principio, pero al final resultaban unos putitos en la cama.
Pero el niño que quería cogerme con ganas cuanto conocí el sexo fue a Caramel. Cabello y ojos negros, como todos en su país, pero a él le quedaba perfecto porque sus rasgos eran tan bonitos. De expresiones seriecitas, centrado en todo lo que lo rodeaba, de poco sonreír para muchos, pero yo siempre podía ver su sonrisa por estar en su círculo de amigos donde también estaba mi primo Max.
Caramel era el único que podía hacer gay a mi primo Max, quien estaba muy orgulloso de su sexualidad solo por estar rodeado de faldas de arriba para abajo. A pesar de no faltarle las atenciones femeninas, sus ojos solo estaban puestos sobre Caramel. Max siempre estaba alerta de si alguien ponía atenciones sospechosas sobre Caramel, siempre pendiente de vigilar su virginidad hasta la muerte. Ese maldito de Max era capaz de casarse con una mujer, hacerle miles de hijos, y dejar a Caramel bien virgencito como "Santa Rosita". Caramel, siendo un buen niño inmaculado, tan puro e intocable ante los ojos de su mejor amigo Max, era capaz de mirar al suelo en honor a la amistad que sentía por mi primo. Max hacía que Caramel fuera intocable. Todas esas calenturas que Caramel me provocaba, tenía que volcarlos sobre otros niños bonitos.
Calentura, eso significaba Caramel, solo calentura. Esa calentura lo podía solucionar otro, un chico que vi por primera en la puerta de su casa, un niño bien vestido, de impecable presencia, perfecto peinado y con cara de saberlo todo. Ese que tenía expresión de seriecito, que cuando hablaba lo hacía muy seguro, sin trabarse, con mucha confianza. "A este estudiosito quiero hacerlo putito", fue lo primero que pensé cuando lo vi.
Lo conocí cuando fui a buscar a la hermana de Max en la casa de su mejor amiga. El hermano menor de la amiga salió a preguntar quién era y que quería. Allí, frente a la puerta con esa apariencia, me pregunté: "Este como gemirá en la cama. Se ve tan impecable. Quiero verlo mojadito, quiero romperlo. Seguro se sentirá bien rico, además, se nota que es un virgencito".
—A quién busca —me volvió a preguntar porque ya lo había hecho, solo que yo no había prestado atención. La carita bonita de ese niño hizo que no me importase que me encontrara en esa dirección por la hermana de mi primo.
El me miró sorprendido, pero mantuvo la compostura y paciencia. No tuve dudas de que lo iba a pasar muy bien con ese niño tan seriecito, y los seriecitos eran los que más me calentaban.
—A quien buscas —insistió.
—A Luna, la amiga de tu hermana.
—Le diré —respondió.
Al instante, cuando estuvo a punto de entrar a su casa, me acerqué lo suficiente para agarrarle fuertemente el brazo.
—Cómo te llamas, dime —pregunté
—Ángel —respondió tranquilo.
—Bonito nombre. Yo soy...
—Lo sé, sé quién eres. Eres el primo de Max.
—Me conoces. Me siento halagado.
—Es difícil olvidar a un extranjero que anda al lado de tu primo Max.
—Igual yo, no será difícil reconocerte cuando te vuelva a ver.
—Suéltame, tengo que ir a decirle a Luna que viniste por ella — me dijo amablemente.
—Te suelto sólo si sales conmigo —propuse descaradamente.
"Sal conmigo" le dije algo que siempre fue tan fácil de decir para mí, pero para algunos algo tan complicado. No había nada que perder, al contrario, al callar uno podía perder más. Así como Max que siempre se callaba a sí mismo lo más importante por su testarudez de ser el más hombrecito de todos y por ese miedo de perder su más preciado amor secreto.
Yo no tenía miedo de perder. Había encontrado un nuevo juguetito con quien había planeado divertirme el par de semanas que me iba a quedar en Perú. Pensaba disfrutar muy bien del cuerpo virgen de ese niño, y al regresar a mi país me libraría de cualquier atadura. Volvería a ser libre.
La vida era más fácil sin ataduras, libre, al igual que Max. Aunque sin saber la libertad nos mantuvo atados por muchos años. Nos hacía falta aceptar nuestras cuerdas invisibles.
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AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|
Teen FictionCaramel es un joven un que recuerda momentos peculiares de las diferentes etapas de su vida. Esos recuerdos se encuentran marcados por su mejor amigo Max, un joven de ojos azules y de sorprendente belleza el cual atrae a muchas chicas. Max siempre...