El todo se había vuelto nada, blanco, vacío, débil. Una sensación de asfixia me comenzó a oprimir el pecho en la oscuridad sin tener la oportunidad de librarme de esa fuerza invisible. Sentí nauseas, desesperación. No quería abrir los ojos nunca más porque tenía miedo de ser parte de la realidad sin su alegría a mí alrededor, pero no podía evitarlo. La agitación era cada vez más intensa y las náuseas también.
La puerta de mi cuarto estaba cerrada, el fuerte sonido del tic tac me causaba escalofríos, la luz intensa entraba por mi ventana abierta y sus cabellos sin sujetar revoloteaban por la briza que se colaba en mi cuarto. No había más presencia que la suya, era como si los dos fuéramos los únicos en la casa y, sin exagerar, en todo el planeta.
La fuerza opresora desapareció, la sensación de nauseas también. Me sentí liviano, con libertad de mirar hacia su dirección sin miedo, pero a pesar de la desaparición de esos malestares, una nueva angustia empezó a embargar mi interior. La luz que entraba por mi ventana intentaba iluminar en vano mis días, ya que esta solo me provocaba culpa de seguir viviendo.
Intenté levantarme de la cama. Al hacerlo, un sordo crujido llamó su atención. Ella volteo a verme, pero permaneció quieta en su lugar, aún al lado de la ventana. Su sonrisa inquietó mi corazón. Me dolió demasiado. Arrimé la colcha que me cubría para ir a su lado.
—Se siente tan tranquilo —dijo.
—Me gusta, quisiera que siempre fuese así...
—Lo es...
La briza traviesa revoloteaba sus cabellos sobre su rostro. No estaba seguro de hacerlo, pero torpemente cogí mechones de su cabello para ponerlo tras su oreja con cuidado. Nos mantuvimos en silencio por varios minutos, ella mirando afuera y yo mirándola a ella; su rostro tan natural, sus manos, sus cabellos.
—Perdóname —dije llamando la atención de su mirada de inmediato.
—No, Caramel, algún día tenía que pasar, por eso no te sientas culpable.
—No así...
—Perdóname a mí si mi forma de amarte fue la incorrecta.
—Soy el único culpable...
Ella agarró mis manos despacio. Deseé permanecer a su lado de esa manera por siempre y olvidar las tristezas que la ausencia de su sonrisa me provocaba.
—Sonríe, Caramel, o harás que me sienta culpable.
—No puedo, lo siento.
— ¿Acaso tiene de malo desear estar por siempre contigo y amarte?
Ella mantuvo sus manos junto a las mía y yo besé su frente. A su lado, quieto los dos, sentí paz.
La luz intensa de la mañana y el silencio asaltado por el tic tac del reloj retomaron presencia en la habitación vacía.
Cristal se fue y me dejó solo.
Me senté en la cama. El viento que entraba por la ventana no dejaba de juguetear con las cortinas. Pude oír a alguien subiendo por las escaleras. Supe que era mamá porque escuché su voz llamándome. No quería ver a nadie, por eso me cubrí con las frazadas para fingir que seguía durmiendo.
—Caramel, levántate, ya es tarde —me dijo quitando la frazada que cubría mi rostro. Dejé de fingir al verme descubierto, pero no dije nada.
Mamá tocó mi frente sin reprochar mi falta de atención, ya que no respondí a sus atenciones. En aquellos días mis respuestas habían sido cortantes. Ella suspiró preocupada.
—Tienes fiebre, Caramel, será mejor que te quedes en cama —mamá miró la ventana—. Deberías cerrar la ventana antes de dormir.
—Mamá —me incorporé—, quiero salir. Necesito hacer promesas.
Mamá me miró por un breve momento, pero luego suspiro nuevamente con intranquilidad. Mi estado de ánimo la afligía, pero ella trataba de mostrarse fuerte y cariñosa con la intensión de darme ánimos. Mis decisiones también le habían afectado.
Recordaba a Cristal mirando por la ventana muy concentrada en el exterior, y mirándome por momentos para no hacerme sentir ignorado. La tristeza de su rostro me dolía porque ella no era tristezas, ella era alegrías, pero su rostro no podía fingir, ya no podía seguir haciéndolo.
Mamá no quiso dejarme salir de casa por mi fiebre, pero terminó accediendo. Recorrimos un largo viaje en tren. Al bajar del transporte, caminamos un gran tramo al interior donde el descanso es eterno. Mamá caminó a mi lado, pero me dejó seguir a solas cuando estuvimos cerca de la placa que tenía grabado su nombre.
Me arrodillé para hacer promesas, pero las palabras se me cortaron de inmediato. No pude decir nada, aunque tenía que hacerlo. Mis ojos se humedecieron nuevamente a pesar de prometerme que ya no lloraría.
Mamá se acercó luego de un tiempo prudente. Me ayudó a ponerme de pie y nos quedamos un poco más en aquel lugar. Había fingido estar bien, con fuerza, pero la fiebre se había vuelto intensa. No pude más, se había hecho imposible sostenerme solo. Mamá dejó de disimular tranquilidad y me llevó a casa en taxi.
Mi fiebre me mantuvo en cama desconectado de todos. El reposo me iba a ayudar a mantenerme firme.
Cristal me miraba sentada a un lado de la cama, me contaba cuentos, sonreía y se distraía con el cielo que podía ver por la ventana. Ella No volvió a hablarme al transcurrír las horas, solo me miraba y miraba el cielo por mucho tiempo.
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AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|
Teen FictionCaramel es un joven un que recuerda momentos peculiares de las diferentes etapas de su vida. Esos recuerdos se encuentran marcados por su mejor amigo Max, un joven de ojos azules y de sorprendente belleza el cual atrae a muchas chicas. Max siempre...