55 - No nos Escuchan

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Todos los integrantes de mi familia ofrecían su casa para agasajar a uno de mis tíos cuando cumplía años. Era una costumbre familiar que se practicaba mucho antes de que naciera. En esa oportunidad mi casa había sido elegida para la celebración del cumpleaños de uno de mis tíos, así mi familia fue llegando poco a poco en la noche del cumpleaños.

Yo era el más joven de la fiesta. No encajaba entre todos los adultos que celebraban y tomaban alegremente, por eso papá me dejó ir después de cantar el feliz cumpleaños en la media noche.

Mi mejor amigo Max y yo nos encerramos en mi habitación después de la media noche, cuando todos hacían hurras y bailaban como adolescentes.

— ¿Tienes la última versión del juego? —me preguntó Max buscando en mi repisa donde ponía todos mis video juegos afilados.

—No, aun no lo tengo, pero está es buena —dije mostrándole el último juego que mamá me había comprado.

Max era como mi hermano para nuestros padres y para su madre, por eso dejaban que se quedara en mi casa. De igual manera, algunas veces también me quedaba en su casa para acompañarlo cuando su mamá se iba de viaje por trabajo. No nos dejaban quedarnos hasta tarde, pero esa noche la familia estaba de fiesta, por eso aprovechábamos aquellas ocasiones para jugar, mirar películas, entre otras cosas.

—Esa ya la jugué. Mejor hay que ver una película en el cable a ver que encontramos —dijo.

—Sí, mejor, pero no podremos escuchar muy bien.

La música del equipo de sonido afectaba la tranquilidad de la casa como para ver una película. La puerta gruesa de madera de mi habitación nos aislaba significativamente, pero aun así se escuchaba el ruido sordo.

—Claro que sí escucharemos, Caramel, no te preocupes. Siéntate a mi lado.

—Ya, pero yo elijo la película.

—Pon una película de miedo — él me agarró la mano.

Mis mejillas debieron tornarse de color rosa porque me comenzaron a arder mucho.

—No, mejor una de fantasía —traté de ignorarlo.

—Una de miedo —él se puso de pie a mi lado—. Es más divertida.

—Pero las de miedo...

No pude terminar porque su rostro estaba muy cerca del mío, su aliento sobre mi cara, sus manos agarrando mis manos. Se quedó quieto a solo unos centímetros, torturándome, haciéndome esperar, porque él sabía que yo quería sentir sus labios.

—La puerta —le dije sin mirarlo.

A mis padres no les gustaba que pusiera el seguro, pero eso no le favorecía a Max ni a mí. Hubiera sido muy sospechoso que la puerta de mi habitación solo estuviera cerrada cuando Max estaba conmigo, por eso siempre ponía el seguro cuando también me encontraba solo.

Max le puso el seguro a la puerta. Él se acercó a mí sin darme oportunidad de buscar una película, me quitó el control de la manos y me besó tiernamente. Sus besos me gustaban mucho, pero también me asustaban porque provocaban que mi temperatura se alterara considerablemente.

Él y yo nos besábamos como una pareja de enamorados, aunque ambos éramos hombres, fingíamos serlo. No era una mujer, sino un hombre en brazos de otro como lo más normal. Cuando él me besaba no podía evitar recordar nuestra situación, pero su manera de tratarme, tan cariñoso, desvanecía todo en mí y me dejaba llevar por sus labios, sus brazos, por él.

—Lindas mejillas —me dijo tocándolas con los nudillos de sus dedos.

Max besó mi frente despacio, mi mejilla izquierda, besó mi nariz y pegó su frente con la mía; me sonrió y yo también lo hice. Cuando él me besaba me preguntaba si también había sido así de cariñoso con alguna de sus enamoradas. Estaba molesto por dentro porque la dulzura con que me trataba también debió ser de alguna chica.

Max me besó nuevamente en los labios, muy dulce, sobre la cama. No supe en que momento mi espalda había tenido contacto con la colcha de mi cama. En ese instante solo pude ver el techo de mi cuarto mientras Max me besaba el cuello. Me puse nervioso. Nunca nos habíamos recostado en la cama en esa situación, entre besos, aun así, no pude reaccionar, no pude negarme a aquello. Yo solo cerré mis ojos y dejé que el continuara besándome porque me gustaba ser besdo por él.

No nos habíamos dado cuenta que toda la casa estaba como un funeral. La música de la sala había cesado y solo se escuchaban movimientos de muebles y murmullos.

—Max —lo llamé bajó él, quien al instante se acostó a mi lado.

De inmediato escuché varios golpes en la puerta. Max se bajó de la cama, prendió el televisor y empezó a buscar una película, mientras yo me fui a abrir la puerta. Mi familia se iba, por eso mi madre me había llamado para despedirlos a todos.

Max se quedó a dormir en casa, en su propia habitación, la de huéspedes. Él me dio las buenas noches con un suave beso en las mejillas. Fue muy imprudente porque mis padres aun no dormían, pero el igual lo hizo.

Regresé a mi habitación pensando en mi mejor amigo. No podía dejar de pensar en Max y en sus besos mientras destapaba la crema dental para cepíllame antes de dormir. Él hacía que me sintiera culpable, pero por el otro lado, también me hacía sentir bien, extraño. Era inexplicable. Los miedos eran normales después de cada uno de sus besos. No había solución, estaba resignado a vivir con aquello, sin cambios, con la esperanza que todo continuara de esa manera.

Frente al espejo, mirándome el rostro, el temor fue aún mayor cuando noté una marca que él había dejado en mí como consecuencia de sus besos, una imposible de ocultar, una que multiplicó mis miedos.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora