AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|

8 - El Primer Beso

Max solía quedarse en mi casa cuando era muy pequeño. Su mamá no tenía con quien dejarlo cuando se iba a trabajar, por eso siempre venía a jugar conmigo. Mi mamá era ama de casa, por eso se ofrecía gustosa cuando la mamá de Max veía muy preocupada por su complicado horario de trabajo. Para mamá nunca fue una molestia cuidar de Max, más bien se sentía feliz de que los dos, Max y yo, pudiésemos compartir momentos de juegos como dos hermanitos.

Me sorprendí mucho Cuando vi entrar a Max a casa por primera vez, porque hasta entonces solo había sido el niño de ojos azules que solía jugar en el parque, y con quien no hablaba mucho. Nosotros éramos muy pequeños, por eso, cuando nos vimos frente a frente en mi casa, lo único que pensamos fue en hacer correr nuestros carros de plásticos por todo el piso.

Cuando la mamá de Max llegaba del trabajo, solía encontrarlo durmiendo. Mi mamá le decía que era mejor que se quedara a dormir para no molestarlo, por eso a veces lo encontraba junto a mí cuando despertaba en las mañanas. En las ocasiones que no lo encontraba, iba corriendo a mamá para decirle muy preocupado que el niño que dormía a mi lado ya no estaba. Ella sonreía enternecida, pero de inmediato me contaba lo sucedido para tranquilizarme.

Mi padre tenía la costumbre de despedirse de mi madre con un beso en los labios cuando se iba a trabajar. Ellos siempre se quisieron de jóvenes, por eso las demostraciones de afecto que se daban eran infaltables alrededor de Max y de mí. Max se quedaba con la boca abierta cuando los veía darse besos. Ese contactó tan cercano entre dos personas era algo nuevo para él. A diferencia de mi amigo, yo estaba muy acostumbrado de ver a mis padres darse demostraciones de afecto, por eso no me mostraba tan impactado como Max.

La mamá de Max fue a visitarnos un sábado cualquiera, aunque ese sábado iba a ser una peculiar. Ella se puso a hablar con mis padres sobre muchos temas que no entendíamos. Se notaba que lo estaban pasando muy bien entre risas y risas. Max y yo podíamos verlos a través de la mampara de vidrio mientras jugábamos muy contentos en el jardín.

Ese día lo pasamos jugando toda la tarde, como siempre, hasta que la madre de Max lo agarró de la mano para llevárselo a su casa. Yo me puse muy triste porque quería seguir divirtiéndome con Max y los pequeños soldados que su mamá le había comprado, pero tenía que irse junto a ella. Nosotros no nos volveríamos a ver hasta el siguiente lunes, el día que la madre de Max iba a trabajar.

Antes de irse, Max se acercó a mí y me dio un beso en los labios delante de nuestros padres, luego se fue con su divertida madre, quien vio la escena como algo muy tierno entre dos niños pequeños. Cuando Max y su mamá se fueron, mis padres me dijeron que no era la manera correcta de despedir a un niño, porque éramos muy pequeños y porque esos saludos o despedidas solo lo podían dar los adultos que se querían muchos como papá y mamá.

Desde ese día mis padres no se volvieron a despedir cariñosamente delante de nosotros. Sus temores por confundirnos les hicieron tomar esa decisión.

En la adolescencia, a veces se me venía esa imagen del primer beso en mi mente, pero a pesar de haber sido el primer roce de unos labios que había sentido sobre los míos, nunca lo consideré un verdadero beso. La inocencia nos había robado ese contacto especial muy de niños, el cual siempre consideré como algo que sucedió por la simple curiosidad por parte mi amigo Max.

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