70 - Espumas de Jabón

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No tenía la costumbre de reposar en la tina, porque prefería las duchas rápidas antes de empezar mis días. Pero el día ya había terminado, el sol se ocultaba, la tarde había muerto, aun así, yo me encontraba jugueteando en la tina con el jabón. El agua estaba fría, pero muy refrescante. Me gustaba.

Mis pensamientos se perdían por momentos, recordaban, me agobiaban, me avergonzaban, me desorientaba de la realidad, pero regresaban atraídos por el ruido de la caída del agua sobre mis cabellos y el revoloteo suave de sus manos.

Él deslizó el jabón de mis manos por mis palmas, muy despacio. No lo miré, más bien me mantuve mirando el agua y las gotitas que resbalaban por los mechones de mis cabellos húmedos, los cuales terminaban su recorrido en la tina llena de agua jabonosa que cubría mi desnudez. El agua reflejaba su rostro mirándome mientras acariciaba mis manos con espumas de jabón; su rostro marcó una sonrisa cuando uno de sus dedos se posó en mi nariz.

"Mírame", pronunció. Yo me negué con un lento movimiento de mi cabeza. "Mírame", volvió a pronunciar, pero esa vez elevando mi rostro con las palmas de sus manos. No dejé que sus ojos azules lograran encontrar la atención de los míos, porque sabía que mis mejillas se iban a tornar más sonrojadas de lo que ya estaban a pesar de la frescura del agua.

"Tienes espuma en el rostro", sonrió. Él hundió una de sus manos en el agua, dejó resbalar la espuma de su mano y, con la palma humedecida, posó sus dedos en mi nariz.

Su amabilidad se sentía muy bien...

Mi mejor amigo Max siempre fue amable, me cuidaba, me trataba muy bien, siempre me sonreía, siempre fue atento. Él mostró sus atenciones cuando se acercó a mí, cuando acaricio mis cabellos, cuando deslizó las palmas de sus manos desde mi rostro hasta mis manos. Max enlazó sus dedos con los míos para desvanecer mis miedos. Él no dejó de acariciarme ni de besar mi frente y mis mejillas.

Max cubrió mis ojos con gruesas vendas. Él me hacía dudar, me hacía traicionar, me hacía un niño malo. Max me desvió del camino que traté de seguir fielmente cada día, y en su lugar trazó uno para los dos. Yo lo quería y él decía que me quería mientras me guiaba por sus pasos con las gruesas vendas sobre mis ojos.

Su amabilidad se sentía muy bien...

El revoloteo de sus manos me regresaba a la realidad...

Max cubrió mi cuerpo con la bata, la restregó suavemente con sus manos para quitarme la humedad; también restregó mis cabellos con una toalla pequeña. Su cuidado me sonrojaba. No pronuncié ni una palabra, ya que solo trataba de concentrarme en el piso para evitar su mirada tan profunda que no apartó ni un momento de mí. Sus ojos azules siempre me intimidaron, pero también sabía que me gustaban mucho.

Max sonrió...

"Gracias por dejar que te amé"

Me susurró...

Max me abrazó. Él se mantuvo junto a mí por una eternidad. Es que el tiempo se había paralizado para ambos, a tal punto de no darnos cuenta del ruido que el agua produjo cuando se derramó de la tina y cuando esta empezó a recorrer por el pasillo hacia las escaleras.

El incidente nos relajó. Ambos regresamos a la realidad, porque me di cuenta que no fui el único que había estado perdido entre los recuerdos. Max también se había sentido como yo, lo presentí, porque los dos nos habíamos olvidado de apagar la regadera independiente que dejamos en el fondo de la tina.

Max me pidió que me sentara en su cama cuando entramos a su habitación. Él se arrodilló frente a mí, y con una pequeña toalla secó mis pies con cuidado. Mi mejor amigo se detuvo por un breve momento para mirarme. Mi atención estaba puesta sobre sus cabellos, pero no desvié mi mirada cuando me mostró su rostro. Miré sus ojos azules y su sonrisa tan bonita.

—Te acuerdas cuando éramos pequeños —me preguntó.

—Sí —respondí sin dejar de mirarlo—. Mamá solía bañarnos en la tina mientras jugábamos con pequeños barquitos de papel.

—Ya no somos pequeños —Max acercó su mano a mi rostro para acariciarme con cuidado—. No necesitamos la ayuda de los adultos, pero me gustó juguetear con tus cabellos húmedos y sentir tu piel con el jabón. Déjame ser el único en ayudarte —él besó las palmas de mis manos—. No dejes que nadie más te toque.

Me recosté en la cama y Max se recostó junto a mí. Él deslizó sus dedos entre los míos y solo sentimos el roce de nuestras palmas.

—Nadie —dije.

Max acercó mi cuerpo al suyo y nos cubrimos con las frazadas.

La amabilidad de Max se sentía bien...

No soltó mi mano hasta quedarme dormido. La calidez de su protección me acompaño en mis sueños. Solo estábamos los dos, sin nadie más. Su sonrisa y su amabilidad eran suficientes porque no necesitaba a nadie más que a él.

La cercanía de Max me gustaba.

AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora