Mi vida era completamente dedicada a los estudios. No tenía tiempo para nada más. Me privé de salidas entre amigos y tardes de fiestas con tal de lograr mis sueños: Ingresar a la universidad nacional de mi elección. Mis privaciones fueron recompensadas cuando vi mi nombre escrito en la lista de ingresantes. Fue todo un orgullo familiar.
El amor me segó cuando lo conocí...
Conocí a Gabriel en la universidad cuando yo cursaba el primer ciclo universitario. Al poco tiempo empezamos a salir a escondidas de mi familia porque los celos de papá no iban a comprender nuestro amor. Durante las clases mis pensamientos estaban llenos de él, y al finalizar el dictado de la materia, salía a su encuentro. Gabriel siempre me esperaba afuera del salón para irnos juntos.
Por tropiezos nuestros, ya que aún éramos estudiantes, Salí embarazada en mi tercer año de estudios. Sentí la muerte encima. Había decepcionado mis padres, pero el abrazo amoroso de Gabriel calmó toda preocupación. No estaba sola, él calmó mis miedos y me dio fuerzas para afrontar todo. Como era de esperarse, nuestros padres se enojaron mucho, pero nosotros nos amábamos y amábamos al pequeño que estaba en camino.
"Nos casaremos y viviremos los tres", dijo Gabriel, pero a pesar de sus palabras, no nos fuimos a vivir juntos. Sus padres no quisieron. Ellos me despreciaban, me odiaban por creer que había destruido la vida de su hijo menor con el embarazo. No querían que lo llamara ni que buscara a su hijo, ya que por mi culpa Gabriel solo pensaba en dejar la universidad para irse conmigo y hacer nuestra familia.
Papá También lo despreciaba. No lo quería cerca y tampoco quería cerca a la hija que lo decepcionó. Su indiferencia era dolorosa. Quería desaparecer, huir con Gabriel y crear nuestra felicidad con nuestro pequeño en camino. Mamá me detuvo cuando se enteró. "Qué harán, ustedes son jóvenes, no tienen nada. Quédate en casa, ya verás que papá se calmará. Él te ama, por eso no quiere entregarte a Gabriel", me dijo mamá. Ella me apoyó, me extendió la mano a pesar del dolor que le hice sentir por mi irresponsabilidad y desobediencia.
Gabriel terminó la universidad, pero yo no porque no pude dejar a mi pequeño Caramel cuando nació. Mamá estaba delicada de salud, por eso no pudo ayudarme con su cuidado, pero no era su culpa, ella no me empujó a los brazos de Gabriel. Nunca me arrepentí a pesar de ver que mis sueños se desvanecían. Caramel era mi pequeño bebe y cada momento a su lado era precioso.
Fueron meses desalentadores, pero los rostros afligidos de toda la familia se iluminaron cuando Caramel nació. Papá se veía irreconocible cuando lo cargaba con mucho amor, mamá se empeñaba en cuidarlo a pesar de su estado delicado de salud y Gabriel me tomaba de las manos junto al lecho maternal. Las atenciones estaban puestas solo en Caramel. Los abuelos, los tíos, los amigos cercanos llegaban a verlo. Todo conflicto fue ignorado.
Gabriel nos llevó a vivir con él en nuestra propia casita familiar tan pronto como pudo. Las nuevas responsabilidades como padres ocuparon nuestros días. El trabajo se volvió la nueva vida de Gabriel, quien en épocas universitarias había sido un joven liberal que gustaba de la diversión y de la compañía de sus amigos. En las tardes, cuando se despejaba de su trabajo, nos reuníamos junto a nuestro bebe para ver películas románticas. La felicidad era plena porque nos amábamos y amábamos a nuestro pequeño Caramel.
Mi amor por Gabriel fue muy difícil porque nuestras familias no nos aceptaban. Vivimos un amor a escondidas, lleno de prohibiciones, de chismes y rebeldía frente a nuestros padres. Ellos no nos comprendían, solo querían separarnos. "Estas estudiando, no te quiero ver al lado de ese tipo", decía mi padre. Pero lo superamos y al final nos aceptaron.
Mi pequeño caramel, al verlo todo un jovencito, no quería que sufra. Quería que ame y sea libre, a diferencia de mí, como cuando Gabriel llego a mi vida por primera vez y todos se opusieron a nosotros.
Quizá nadie podía notarlo, pero yo sí. Me di cuenta que mi Caramel lo quería mucho, que amaba su amistad. Lo notaba cuando lo miraba hipnotizado por sus ojos azules, su forma de actuar tan libre a su lado, tan confortable, con tanta confianza. Caramel estaba enamorado, amaba su compañía, no existía nada más que él.
Cuando su padre no estaba, porque se ausentaba por viajes de negocios, me pedía permiso para ver una película de noche en la sala junto a Max, su mejor amigo. Sabía que no podía ser severa con él, no como su padre, por eso se aprovechaba de mi gran amor, y lograba que le permitiera que se quedara despierto pasada la media noche. No podía negarme porque me encantaba ver la sonrisa de felicidad de mi hijo.
Una madrugada me tuve que levantar de la cama porque Caramel y su amigo aún seguían despiertos. Les había dejado permiso para que se quedaran a ver una película, pero ya era demasiado tarde como para que continuasen despiertos. Los llamé desde mi habitación, pero al no escuchar una respuesta, supuse que se habían quedado dormidos como la última vez que también les había dejado permiso. Fui a la sala para mandarlos a dormir a sus cuartos, y como alguna vez, cuando me acerqué sin que lo notasen, los volví a ver agarrados de las manos mientras dormían sentados en el mueble frente al televisor prendido.
No podía hacer nada si mi pequeño quería mucho a su amigo. No me podía aceptar ser como mi padre: celoso, autoritario, sin tolerancia ante el amor. Yo lo amaba mucho, por eso quería comprender los sentimientos que mi Caramel sentía por su amigo. Yo quería que él fuera feliz. No quería que sufra como sufrí. Si en mis manos estaba su felicidad, se lo daría todo con tal de verlo sonreír como siempre lo hacía a su lado.
La sonrisa de mi Caramel era especial cuando estaba junto a Max, tan diferente a cualquier sonrisa. Aquella sonrisa que amaba tanto de mi hijo, se fue desvaneciendo poco a poco hasta convertirse en una dolorosa tristeza para mí, el cual él trataba de ocultar. Sabía que le era difícil fingir la posición de niño fuerte que intentaba mostrarme, sin saber que me lastimaba al no compartirme sus sentimientos.
Siempre estaba su lado para darle fuerzas y animarlo a superar las dificultades que surcaban su vida. Su confianza era valiosa para darle mi apoyo, pero su personalidad cerrada se interponía entre ambos y me quitaba las oportunidades de ayudarlo. No podía hacer nada más que abrazarlo, quererlo mucho y amarlo como siempre.
El amor es maravilloso, pero también puede ser doloroso. El amor debía predominar pese a todas las dificultades. Nuestra familia de tres estaba llena de amor, pero las dificultades llegaban una tras otra para arruinar nuestra felicidad. Las dificultades en la adolescencia de Caramel eran mis dificultades, por eso tenía que ayudarlo a tratar de evitar que su sonrisa se quebrara para continuar siendo una familia realmente feliz.
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AUN SIEMPRE SERAS TÚ |1RA PARTE|
Teen FictionCaramel es un joven un que recuerda momentos peculiares de las diferentes etapas de su vida. Esos recuerdos se encuentran marcados por su mejor amigo Max, un joven de ojos azules y de sorprendente belleza el cual atrae a muchas chicas. Max siempre...