The New Heartbreaker | DISPONIBLE EN LIBRERÍAS

18. Este año va a ser divertido.

18 | Este año va a ser divertido.

Aggie vuelve a gritar que tenemos que hacerlo de nuevo, y luego prosigue a amenazar a una de las chicas de segundo año con que si sigue perdiéndose en los tiempos, va a mandarla al fondo de la rutina. Suspiro con exasperación. Los criterios de esta chica son extremadamente altos. Nadie puede superar sus expectativas. Realmente, no sé cómo demonios hizo Nick. Es tan perfeccionista que cada vez que hacemos cualquier cosa, ya tiene un plan en su cabeza y se frustra si no sale perfecto. La práctica de porristas está siendo absurdamente exhaustiva y me está sacando de quicio.

En dos días, será la primera presentación del equipo en el partido de apertura del torneo anual de fútbol americano. Tanto ellos como nosotras nos estuvimos preparando mucho los últimos días, pero no creo que ni siquiera el entrenador de los chicos sea tan estricto como Aggie lo es con nosotras. La entrenadora hizo un buen trabajo al ponerla como capitana. Hacemos la rutina otra vez. Todas estamos cansadas, con los músculos ardiendo y el sudor goteando. Llevamos dos horas entrenando y lo único que queremos es irnos a casa. Saltamos y nos movemos como si fuera la última presentación de nuestras vidas. Todo para dejar satisfecha a Aggie. La canción termina y nosotras nos ponemos en las poses finales, manteniéndolas durante el tiempo que la capitana quiera. Aggie nos observa con las cejas levantadas y pasa sus dedos por la barbilla.

—Está bien... —murmura finalmente luego de pensárselo muy bien—. ¡A las duchas! ¡Nos vemos mañana!

Los suspiros aliviados no pasan desapercibidos y eso solo hace que Aggie se ría. Inmediatamente, todas se van del gimnasio. Decido quedarme un rato. Me siento en el suelo y tomo una profunda respiración. Me estiro para buscar mi botella de agua y bebo lo poco que le queda. Me tomo tiempo para apreciar la vida porque este entrenamiento me ha puesto algunas cosas en perspectiva. Entrenar con un equipo diferente al que tenía en Portland se siente... extraño. Literalmente, todo me cambió de la noche a la mañana. Me arriesgo a decir que la vida me está sonriendo, a pesar de algunos baches en el camino. Tengo nuevos amigos, estoy de vuelta con uno de mis hermanos, conocí a Tyler y estoy viviendo en una ciudad increíble.

No me doy cuenta cuánto tiempo pasa. Solo que cuando me acerco a mirar mi celular, sé que estuve demasiado tiempo en el gimnasio. Maldigo en voz baja mientras me apresuro a ir a los vestidores. Las dos últimas chicas están saliendo del lugar. Por lo menos voy a tener el vestuario para mí sola. Adentro no queda ni una sola persona. Decido apresurarme, porque si no, estoy bastante segura de que Rick va a matarme por demorarme. Por más que seguramente sea él quien se demore primero.

Abro mi casillero y tomo mi toalla, apresurando a llegar a la zona de las duchas. Me paralizo en el lugar al oír que una de ellas sigue encendida. Parece que después de todo, no estoy sola. Ocupo la que está al frente —de quien sea que esté del otro lado de la cortina—, entro después de quedar completamente desnuda y dejo que la lluvia artificial caiga. En menos de tres minutos, estoy lista con una toalla enrollada en mi cuerpo. Corro la cortina para salir y salto del susto. Un grito se escapa de mi garganta que hace que los dos salten del susto.

Riley está ahí, saliendo de la ducha. Y nadie más ni nadie menos que Liam Hamilton la sigue por detrás. Ambos están mojados. Riley con una toalla cubriendo su cuerpo mientras que Liam aún conservaba su uniforme, pero está completamente empapado. La camisa blanca se le pega al cuerpo, ajustándose a sus músculos. Trago saliva y miro hacia otro lado. ¿En las duchas del vestuario de chicas? ¿Con Riley?

Dios, Liam Hamilton no tiene límites.

Los tres nos quedamos en silencio, sin saber qué hacer. Las mejillas de Riley están prendidas fuego, y no sé si es porque la encontraron o por lo que sea que le haya estado haciendo Liam allí dentro. Es cuando Liam me mira de pies a cabeza que me doy cuenta de que solo tengo una toalla. Carraspeo y sin decir nada, giro y vuelvo a los casilleros.