45. ¿En quién confiar?

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45 | ¿En quién confiar?

El avión aterriza y abro mis ojos gracias a la sacudida. Parpadeo hasta adaptarme a la luz que acaban de encender. Siempre tiendo a dormirme en los vuelos y no hay cosa más maravillosa que cerrar los ojos cuando apenas despega y abrirlos cuando aterriza. Me fijo en mi celular: son las seis de la tarde en Miami. Cinco horas en un avión es suficientemente tedioso. Bajo mi valija pequeña y me muevo en la hilera que separa los asientos. Al no tener que retirar equipaje, salgo más rápido. Me muevo entre las personas esperando y hasta la salida donde Rick me dijo que estaría. Una vez que encuentro su auto, me subo, haciéndolo asustar ya que estaba absorto en su celular.

—¡Dios! ¿Es que me quieres matar? —exclama colocando una mano en su pecho. Bufo.

—Tengo maneras más efectivas para eso.

Rick niega con la cabeza y pone el auto en marcha.

—¿Cómo la pasaste?

Tengo ganas de reír y llorar ante su pregunta. Decido no hacer ninguna de las dos y carraspeo.

—Fue... Interesante —resumo. Rick frunce el ceño, pero no presiona por más respuestas, lo cual me alivia. No estoy lista para responder preguntas, mucho menos si vienen de Rick. Tan solo me queda preguntarme en qué momento se enterará.

—¿Y esa sudadera que tienes puesta? —cuestiona y es cuando bajo la mirada al logo en ella.

—Ah. Me la regalaron. —Me alzo de hombros. Rick asiente sin prestarle más atención.

La conversación en el camino al departamento es ahogada con música, lo cual también es un alivio. No siento que tenga la cabeza en el lugar correcto para siquiera formular una idea coherente. Resoplo bajito al recordar. No voy a mentir: ayer, luego de atravesar uno de los peores momentos de mi vida, mi corazón se llenó de esperanzas de una manera que pensaba que era imposible. Liam iba a venir. Iba a venir hasta Portland por mí. Me parecía una locura. ¿Tan importante soy para él? Estaba loco y me encantaba.

No obstante, esperé en una habitación de hotel en la que, por poco, se caían las paredes durante seis horas. Nada. Ningún rastro de él. Lo llamé, pero no me respondió en ningún momento. Eso fue lo peor. No me enojaría si hubiera cambiado de opinión, si finalmente meditó y se dio cuenta de que lo que estaba por hacer no tenía sentido. Con que hagamos una maldita videollamada iba a ser suficiente. Solo necesitaba hablar con él, y eso me lleva al segundo punto. ¿Desde cuándo dependo tanto de Liam? ¿Por qué de repente solo encuentro tranquilidad cuando él está cerca? Odio depender, odio sentirme así. Porque la última vez que sentí algo parecido, todo salió mal.

Cuando llegamos al departamento, Rick se encarga de mi maleta dejando que entre primero. Al hacerlo, lo primero que noto es a Seth acostado en el sofá. Tiene una bolsa de hielo contra su cabeza y una venda en su pómulo.

—¿Qué te pasó? —espeto y me acerco al borde del sofá en busca de más heridas, pero no encuentro nada.

—Una pelea —responde Rick acercándose. Seth gruñe en asentimiento.

—¿Una qué? ¿Con quién? ¿Cuándo? —cuestiono y obligo a Seth a quitarse la bolsa de la cabeza para poder ver el moretón en su frente.

Ninguno de los dos responde. El silencio es tan sospechoso que me hace presionar por más.

—Si no me dicen ya mismo...

Rick suspira y niega resignado.

—Es mejor que se lo digas. Va a terminar enterándose de todas formas —advierte mi hermano, a lo que Seth cierra sus ojos con fuerzas.

The New Heartbreaker | DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora