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28. Adiós, tía Stell.

28 | Adiós, tía Stell.

Días después, mi vida continúa su ritmo normal. Si es que puedo llamarlo así. Cambiaron el entrenamiento de porristas a último minuto para hoy ya que el día que debemos tener, el gimnasio estará en mantenimiento. Así que cuando digo que mis piernas me duelen al punto de caminar con dolor, no estoy mintiendo.

Abro la puerta y el aroma a limón característico del departamento de los Van Lexer me recibe. Hoy Aggie se ofreció a traerme, lo cual es lógico ya que ambas nos dirigíamos al mismo lugar.

—¡¿Quinn, eres tú?! —exclama la señora Van Lexer desde el comedor. Sus tacones resuenan de manera amenazante y fuerte hacia mi posición. Me congelo porque no suena bien. Stella Van Lexer se acerca a mí con un rostro que no muestra ni un ápice de felicidad. Todo lo contrario: parece poseída por un demonio.

—¿Hola? —frunzo el ceño mientras repaso mentalmente todo lo que hice los últimos días; que yo sepa, no rompí nada ni hice nada malo.

—¡Gerard estuvo esperándote afuera de Everdeen por horas! —me grita.

Cierro mis ojos por un instante al recordarlo. Cierto. Desde que me mudé con Stella su chofer me lleva y me trae de Everdeen, detalle al cual no estoy acostumbrada.

—Salí más tarde porque me cambiaron algunos horarios... Olvidé por completo de avisar. Perdón —respondo y pongo una mueca culpable.

—¡Definitivamente no puedes hacer esto, Quinn! ¡Además de perder el tiempo de otras personas, nos tienes con el corazón en la boca! ¡¿Qué se supone que voy a decirle a tu madre si algo te pasa bajo mi cuidado?! —eleva aún más su voz, haciendo que sobresalte en mi lugar.

Dios, tiene razón.

—Lo siento tanto, Stella. Todavía no me acostumbro a Gerard y hoy tuve práctica de...

Cierra sus ojos frustrada, dándome a entender que debo callarme. ¿Quién es esta señora y qué le hicieron a la que me recibió con las mejores sonrisas hace unas semanas? Me faltaba conocer esta faceta.

—¿Es que quieres que Gerard no te busque más? —Abre sus ojos desafiantes y coloca sus manos en su cintura.

—Nunca dije eso... Solo... —intento explicarme, pero no sé de dónde sacar explicaciones. Es simple, mis horarios cambiaron de un segundo para el otro y olvidé que eso implicaría salir casi tres horas más tarde. Debería haber avisado—. Lo siento.

Ella suelta un suspiro pesado.

—Encima que le estoy haciendo el favor a tu madre de tenerte en mi propia casa, ¡mira cómo te comportas!

Me quedo callada. ¿Qué se supone que debo decir? ¿Cuántas veces tendré que decir que lo siento para que me crea? Y nada de «la gota que colmó el vaso» porque yo viviendo aquí es como... Como si ni siquiera viviera aquí, no causo problemas, no soy ruidosa, dejo todo siempre ordenado, no molesto ni traigo a gente a casa.

Atisbo con la mirada a Jasmine, la ama de llaves, asomando su cabeza por el comedor para ver de qué se trata todo esto. A juzgar por su rostro, no luce nada sorprendida ante la reacción de la señora Van Lexer.

—Por favor, Stella —hablo usando la última pizca de paciencia que queda en mi organismo para aligerar la situación—. Prometo no volver a hacerlo más.

Se queda callada. Tanto que por unos breves momentos pienso que dejará zanjada la conversación y me mandará a mi habitación.

Estaba equivocada.

—¡Así son los adolescentes! —exclama furiosa. Algo me dice que se está desquitando conmigo por otra cosa y simplemente fui el blanco más fácil—. ¡Prometen cosas que nunca van a cumplir! Sé perfectamente, Quinn, que no pasarán ni dos semanas cuando decidas irte a otro lado y dejar a Gerard plantado, otra vez. Y no creas que no llegará el momento en el que te pongas cómoda y empieces a traerme gente, o a aprovechar que no estoy para hacer Dios sabe qué.