Julian Glover entro silenciosamente en la habitación donde Jane dormía. Con sus agiles movimientos de ninja estaba seguro pasaría desapercibido, aquí no había sentido arácnido que valiese, y eso quería restregarle en la cara a Jane, pero cuando dio un tercer paso dentro de la habitación escucho una voz pausada y casi jadeante.
– Sé que estás ahí...
Sorprendido se quedó paralizado. No era posible. Jane estaba profundamente dormida. Lo sabía porque su respiración era absolutamente pesada y por los sonidos que emitía era evidente estaba teniendo un sueño en extremo intenso.
– ¿Cómo lo supiste? Estoy seguro que estabas dormida.
Jane resoplo y se apoyó en sus codos para tener una mejor vista de él. La luz de la habitación estaba apagada, y apenas estaba amaneciendo porque a través de las cortinas entraba una pizca de luminiscencia. En la sala había una bombilla encendida lo que permitía que entrara claridad suficiente para divisar perfectamente la silueta de Julian.
Maldita sea.
¿Qué si estaba dormida?
–Te lo dije. Mi sentido arácnido. Es una bendición y maldición. Estaba teniendo el mejor jodido sueño de mi vida –confeso Jane. Por supuesto no se atrevería a decirle que él era el protagonista, ni que anhelaba terminar con lo que habían empezado.
Sus labios aun sentían los de Julian. Su cuerpo se estremecía con los recuerdos de su toque. Sus caderas podían sentir la presión de esas manos. Y que Dios la ayudase pero si ese hombre besaba como en su sueño. ¡Estaría jodida! Moriría.
– ¿Qué soñabas? –pregunto Julian dando otros pasos hasta colocarse frente al cabezal de la cama.
Jane lo miró de pies a cabeza. Observando cada uno de sus rasgos con lentitud. Sus sueños no le hacían justicia. Julian era un hombre fuerte. Sin ápice de grasa en su cuerpo. Sus fibrosos brazos, sus anchos hombros, su definido abdomen. Madre de Dios. Esos brazos parecían estar hechos para abrazar, cobijar, reconfortar a una mujer. Ella quería ser esa mujer.
Únicamente vestía un bóxer diminuto que dejaba al descubierto sus bien formadas y musculosas piernas. Piernas que perfectamente podrían ser de un futbolista. Julian destilaba seguridad, confianza, fuerza, y cierto magnetismo sexual al que Jane no era inmune.
¿Por qué? Ella era malditamente indiferente respecto a los hombres. Pero con Julian, desde el primer día incluso sintió ganas de besarlo mientras estaba inconsciente. Con o sin drogas en su cuerpo lo deseaba. Y estaba arruinada porque no había nada más seguro en el mundo que él solo la veía como su compañera. O compañero porque incluso había dudado de que le gustaran los hombres.
Dejó de lado sus sombríos pensamientos y siguió escaneándolo. No sabía en qué momento se había vuelto tan descarada, pero no podía apartar su pecaminosa mirada de él.
–Créeme no quieres saber lo que soñaba –aseguro.
¿Qué reacción tendría él si le contase la verdad?
Julian sonrió. – ¿Ves algo que te guste, Jane? –Se burlo sin pasarle desapercibida el escrutinio visual al que estaba siendo sometido, mientas levantaba una arrogante ceja y le regresaba la descarada mirada. Ella se lo estaba comiendo con los ojos. No había duda de eso.
– No lo sé. ¿Ves algo que te guste? –contraataco Jane señalando con su dedo índice la evidente erección de campeonato que tenía julian bajo su bóxer. La prenda estaba a punto de explotar. Y quizás ella no era el tipo de chica de Julian pero sabía que no le era indiferente. Ayer pudo sentir esa particular dureza, cuando estaban en el vehículo. Y Julian... mierda. Ahora parecía absolutamente listo para atacar con ese gran atributo que era imposible de esconder.
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Mi Chica Ruda
RomanceJane Stevens "La marimacha Stevens" una chica ruda, es necesario serlo o no durarías ni un solo día en el FBI. Todos piensan que es lesbiana y a este punto... hasta ella misma lo duda. Ya olvidó cuando fue su última cita, ya olvidó como besar a un c...